Lecturas de la Misa:
1º Lectura: Hechos 6, 1-7
Salmo: 32
2º Lectura: 1 Pedro 2, 4-10
Evangelio: Juan 14, 1-12 "Yo soy la Verdad y la Vida"
Homilía
En este Evangelio según San Juan capítulo 14, comienza Jesús diciendo “no se inquieten”.
Qué lindo poder quedarnos con estas palabras y volver a escucharlo a Jesús una y mil veces, que nos dice no se inquieten, quédense tranquilos, va a estar todo bien. Qué lindas palabras para rumiar, para llevar del corazón a la cabeza y de la cabeza al corazón, en un ida y vuelta.
Que podamos cada uno de nosotros escuchar esa voz interior del Señor Jesús, que como cuando éramos chicos y pasaba algo y abrazábamos a mamá, y mamá nos decía quedate tranquilo va a estar todo bien.
Que podamos volver a experimentar las palabras de Jesús, no se inquieten; quedate tranquilo va a salir todo bien, de esta situación vamos a salir. Que en momentos más difíciles, en los días esos duros, esos días oscuros, en esos días grises especialmente en tiempo de cuarentena, podamos una vez más hacer que resuene en nuestra alma las palabras del Señor, no se inquieten.
Más adelante, Jesús en el versículo 2 de este capítulo 14 de Juan, nos dice: “en la casa de mi Padre hay muchas habitaciones”. Jesús hoy nos presenta la casa del Padre. Qué linda imagen del cielo, poder imaginarnos el cielo como una casa grande con muchas habitaciones, donde hay lugar para todos. Este Señor que dice “Yo soy Camino, Verdad y Vida”, esa vida que celebramos en la Pascua que vence a toda muerte, y entonces hoy podemos imaginar a nuestros seres queridos difuntos, que están disfrutando de esa casa grande con muchas habitaciones, donde el Señor les preparó un lugar; imaginarnos que algún día nosotros seremos llamados a esa casa grande del cielo, donde ya no habrá dolor, no habrá sufrimiento donde se enjugarán todas las lágrimas.
Hagamos presente entonces en la Misa de hoy a nuestros amados difuntos, a esos seres queridos, que siguen estando en nuestra vida, porque el amor es más fuerte, porque ni siquiera la muerte los pudo quitar de nuestro corazón. Imaginémoslos en esa casa grande, casa del Padre con muchas habitaciones donde hay lugar para todos; cuando éramos chicos a muchos de nosotros nos decían que cuando extrañáramos a un ser querido que miráramos la luna o miráramos la estrella y allí estaban.
Hoy Jesús nos aporta esta nueva imagen, que por otro lado, me parece es una imagen mucho más linda y más real: una casa grande y nuestros seres queridos allí disfrutando de la vida del cielo y esperándonos, para el día que nos toque partir. Como dije el otro día, la puerta que es Jesucristo es una puerta siempre abierta, sólo hay una palabra clave que nos van a pedir cuando ingresemos, y esa palabra clave es: el amor. Seremos juzgado en el amor; el día que nos toque entrar a esa casa grande del cielo, sólo se nos preguntará cuánto amamos, como decía un santo: abriremos nuestro corazón y lo mostraremos lleno de nombre. Porque todo lo que hayamos hecho por el más pequeño de los hermanos lo hemos hecho por Jesús, esa es la pregunta que nos van a hacer cuando lleguemos a la casa grande del cielo.
Y al hablar de la casa grande del Padre, creo que también podríamos hablar de la casa común, la casa común que es un concepto que en estos últimos años cobró mucha fuerza. El papa Francisco escribió una Encíclica que se llama “Laudato Si’”, esta encíclica del papa Francisco, nos habla precisamente del cuidado de la casa común, y qué es la casa común?, la casa común es la tierra, la casa común es la naturaleza, la casa común es donde todos los seres humanos vivimos en relación con los animales, con la vegetación, con el agua, con el aire. Esa es la casa común y esa casa común la tenemos que cuidar.
Francisco tiene una expresión fuerte que dice: entre los pobres más olvidados y maltratados está nuestra amada tierra a la que hemos maltratado; está nuestra amada tierra que Dios hizo para todos, por eso es la casa de todos y sin embargo los hombres en su egoísmo hemos hecho que algunos tengan mucho de la casa común y otros sigan golpeando la puerta por que no tienen ni siquiera a veces una pequeña superficie donde puedan vivir, ni siquiera pueden tener agua transparente y pura porque tienen sus ríos contaminados.
¡Qué injusticia! Esa casa común que Dios pensó para todos, que a veces no está en las manos de todos, por eso Francisco insiste en esa encíclica con que no puede existir un desarrollo ecológico, un desarrollo del ambiente natural si no hay, al mismo tiempo, un desarrollo humano, un desarrollo humano que va de la mano del desarrollo de la naturaleza, porque es la casa común, la de todos.
Y pensaba una tercera casa, la casa en la que estamos hoy, la casa de la familia, la casa con la que nos tuvimos que hacer amigos en tantos días de cuarentena, la casa que seguramente redescubrimos en tantos días de encierro. Habremos descubierto papeles que teníamos y no los recordábamos, fotos; habremos limpiado una y mil veces el mismo lugar, habremos encontrado cosas que creímos perdidas.
Pero esa casa no solamente es la que vivimos en este tiempo, sino también el hogar familiar, aquellas personas con las que hemos estado en relación mucho más directa que nunca, con las que hemos tenido seguramente roces, discusiones y también hemos vivido momentos hermosos. Quizás en este momento estás sentado frente a la televisión escuchando por radio o siguiendo por las redes la misa, desde la casa familiar.
La casa familiar que para algunos es una casa de mucha soledad, para otros es la casa de mucha gente en un lugar pequeño, pero ahí también está Jesús. Así como Jesús dice, les preparo un lugar en la casa del cielo, así como la naturaleza nos habla de Dios porque ahí está Dios presente, la casa del cielo como la naturaleza nos habla del cielo porque ahí está Dios presente en la casa común, también en la casa familiar el Señor está. Está en los pequeños gestos de todos los días, está en la posibilidad de leer juntos la Palabra de Dios, otra presencia del Señor entre nosotros, está en la posibilidad de rezar juntos como familia, esa iglesia doméstica de la que nos habló tanto San Juan Pablo II. No necesariamente, pensemos que Jesús está sólo en la Eucaristía, no es así, en este tiempo hemos podido redescubrir su presencia en los hermanos, su presencia en la familia, su presencia en cada gesto pequeño de amor, su presencia en la Palabra de Dios, su presencia en la oración que hacemos en el pequeños altar familiar. Hagámosle un lugar a Jesús en la casa de la familia, como Él nos hace un lugar en la casa del Padre.
Y la última casa que quería reflexionar hoy con ustedes, la segunda lectura que es del apóstol San pedro nos dice que “somos edificados como una casa espiritual”. Cada uno de nosotros es como si fuese una casa, imaginemos entonces el corazón, y en este tiempo de pandemia y en este tiempo de cuarentena, también ordenemos los placares del corazón. También quizás, es tiempo de barrer viejos rencores y sacarlos. También es tiempo, quizás, de ordenar recuerdos, también es cuestión de poner a la luz hermosos momentos vividos, donde sentimos cerquita a Dios. También es importante darle un lugar importante y especial a la casa del corazón, a la amistad, a los afectos.
Cómo hemos descubierto en este tiempo lo que realmente necesitamos, que no se compra en ningún supermercado. Extrañamos el abrazo, cómo extrañamos la sonrisa de algunos que hace tiempo que no vemos; cómo extrañamos la familia en el afecto, en la fraternidad. Esas cosas impagables, el amor, la salud démosle un lugar especial en el corazón, en esa casa que soy, en esa casa espiritual. También a estas cosas tan importantes que quizás, porque no las hemos tenido tan cerca las hemos extrañado mucho en la cuarentena y, también como en la casa grande del Padre que Jesús nos da un lugar, hagámosle un lugar en la casa del corazón.
(Entonces, a modo de resumen) Casa del Padre en el cielo, recemos hoy por nuestros difuntos; casa común, la tierra, la naturaleza, cuidémosla, es la casa de todos nos dice Francisco; casa familiar, valoremos nuestro vínculos y hagámosle un lugar a Jesús en nuestras casas, hagámosle un lugar al Señor en nuestras familias; casa del corazón, ordená tu placard del alma, sacá viejos rencores, poné a la luz aquello que te hace bien y te ayuda, llená esa casa del corazón de alegría y de esperanza, porque le das un lugar especial al Señor.
Y termino. Quisiera, especialmente hoy, rezar esta Misa por los que no tienen casa, que están viviendo en situación de calle, por aquellos que han tenido que padecer todo este tiempo quizás en casa muy pequeña, muy fría, muy precaria, aquellos que no tienen casa y están en los que mal se llaman “geriátricos” porque son ‘depósitos de abuelos’, cuidados a veces por una sola persona las 24 horas, aquellos que están en pensiones de mala vida, lugares indignos para cualquiera, pensemos en todos nuestros hermanos que realmente no pueden tener casa como la que queremos y como la que Dios sueña para todos especialmente a ellos quienes más sufren la situación de calle, quienes viven de manera más precaria, nuestros abuelos en esos depósitos de abuelos y de viejos, la gente más pobre que no tiene recursos y a veces termina en esas pensiones de mala muerte, a ellos, especialmente, los ponemos hoy presente en nuestra Misa.
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Después de compartir las últimas noticias de Cáritas Diocesana y antes de la Bendición final, el P. Jorge volvió a recomendar algunas lecturas para la semana, de manera que el tiempo de cuarentena también sea un tiempo de formación personal.
Lecturas recomendadas:
1. Papa Francisco. Audiencia del 22 de Abril de 2020. Por los 50 años del Día de la Tierra.
2. Papa Francisco. Oraciones de la Encíclica Laudato si' (2015)
3. Mons. Eduardo García. Iglesias abiertas en Cuarentena? Diario Clarín, 25 de Abril de 2020.
4. Para escuchar: Canción "Si me voy antes que vos" de Jaime Roos
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