Lecturas de la Misa
Éxodo 20, 1-17
Salmo 18
1Corintios 1, 22-25
Juan 2, 13-25
HOMILÍA
El Evangelio que acabamos de leer, es del Evangelio según San Juan, y me permito poder, quizás, subdividirlo en dos partes.
Una primera parte del Evangelio de hoy, que va del versículo 13 al versículo 17 inclusive, es esta expulsión de los vendedores del templo. Este Jesús que nos sorprende con todo lo que va haciendo en el templo echando a los mercaderes luego a partir del versículo 18 hasta el final, es un poco una escena más tranquila una escena en la que Jesús entra en diálogo con los judíos y se define a sí mismo como el verdadero templo de Dios.
Vamos, entonces, a la primera parte del Evangelio de hoy. Yo creo que es una parte que está marcada por algunos verbos. Algunos verbos que son como las acciones qué nos muestran a este Jesús que dice que: subió a Jerusalén. Encontró en el Templo a los vendedores y a los cambistas. Hizo un látigo. Echó a todos ellos. Desparramó las monedas. Derribó sus mesas. Dijo a los vendedores de palomas "saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre, casa de comercio".
Subió a Jerusalén. Encontró a los mercaderes. Hizo el látigo. Los echa todos. Derriba sus mesas. Desparrama sus monedas y les dice a los vendedores de palomas "saquen esto de aquí porque mi casa, la casa de mi Padre, no es casa de comercio".
Todos estos verbos no muestran a un Jesús que está verdaderamente indignado. Y en realidad, un Jesús que está indignado frente al terrible culto al dinero que se está dando en el Templo. Terrible culto al dinero y en realidad, podríamos decir que lo que se ve es que se ha transformado ese dinero en dios.
El dinero pasó a ser Dios y entonces de ahí estás fuertes escenas, dónde nos muestran a Jesús derribando, echando, acusando y haciendo un látigo. También Jesús sabe que en ese culto al dinero, hay un gran robo. Por eso se dirige, especialmente, a los que venden las palomas. Porque las palomas eran las ofrendas que compraban los más pobre, pero sin embargo, Jesús sabe que en la venta de esas palomas se está haciendo negocio. Y Jesús lo que estás diciendo es: paren. Con los pobres, no. Con los pobres, no.
Podríamos nosotros hoy entonces también, revisar cómo se da en nuestra sociedad este culto al dinero.
El Papa Francisco, en distintos escritos, en distintas intervenciones, nos dice que hay una necesidad, que es necesario repensar cuál es nuestra relación con el dinero. Porque, en definitiva, creo que como sociedad hemos aceptado el predominio del dinero y no el predominio del ser humano. Porque nuestras economías han dejado de tener rostro humano. Porque, en definitiva, la economía se tornó en esto de acumular riqueza. Se tornó en olvidarse de los pobres. Y muchas veces incluso, con dinero mal habido, con ese dinero, dice el Papa Francisco, que cuando se recibe en las manos, las manos quedan manchadas de sangre. Porque es dinero del tráfico de drogas, es dinero de la corrupción, es dinero de la guerra de armamentos.
Entonces creo que el Papa, cuando insiste con esto de que tenemos que repensar nuestra relación con el dinero, nos está hablando de una sociedad que, desgraciadamente, al igual que aquellos mercaderes, está rindiéndole culto al dinero.
Ha puesto en el lugar de Dios al dinero. Es el becerro de oro del que nos habla el Éxodo en el capítulo 32 o es como nos dice hoy el Éxodo, también, en la primera lectura y nos alerta: no hay otro Dios fuera de mí.
Sin embargo como sociedad hemos empezado a tener otros dioses. Hemos tenido esta sociedad basada en una economía de mercado, donde se ha olvidado el rostro de los seres humanos porque el centro dejaron de ser las personas para ser el dinero. Y sin embargo, en esta sociedad que rinde tanto culto al dinero, Mi pregunta es si hay mucha gente feliz.
Creo que ustedes y yo podríamos pensar, que en definitiva, las cosas que nos hacen verdaderamente felices no se compran en ningún supermercado. Podré comprar la mejor cama con el mejor colchón pero no puedo comprar un sueño reparador por tener la conciencia tranquila. Podré comprar la mejor casa, con la mejor edificación, pero no puedo comprar un hogar familiar. Podré comprar un montón de cosas materiales, pero no puedo comprar amistad no puedo comprar perdón, no puedo comprar salud.
Creo que también es bueno que podamos pensar nuestra relación con el dinero, también, en nuestras comunidades parroquiales. Cuántas veces las reuniones de consejo o las reuniones de catequistas o las reuniones de agentes pastorales, son horas interminables de discusión para ver qué vamos a hacer para juntar plata. Que es verdad que hay gastos, es verdad que hay que pagar los servicios, pero yo no sé si le dedicamos la misma intensidad a pensar juntos un proyecto de evangelización. Si le dedicamos la misma intensidad a a pensar juntos una ficha de catequesis. A veces, el dinero deja de ser un tema más para hacer EL tema en las parroquias.
Y por otro lado, tenemos que también repensar si en ese vínculo con el dinero, dejamos iluminarnos por el Evangelio. Porque cuántas veces, con tal de obtener fondos, podemos también recibir en nuestras comunidades o estar tentados de dinero mal habido. O pensamos en hacer grandes loterías y cualquier cosa que fomente el juego y la adicción al juego. O utilizar criterios mercantilistas por ganar, cuando en realidad tenemos que usar criterios del Evangelio.
Creo que este tiempo de cuaresma es una enorme oportunidad para que nosotros también podamos repensar nuestra relación con el dinero.
La segunda parte del Evangelio de hoy. Jesús, un poco más sereno después de haber echado a todos, después de haber acusado a los vendedores de palomas, después de haber derribado todo, se pone a dialogar con los judíos y les dice: "destruyan el Templo y en tres días lo volveré a edificar". el señor se está refiriendo al templo de su propio cuerpo. Los judíos no entienden y entonces enseguida le dicen: " tardamos 46 años en construirlo y vos ¿lo vas a reconstruir en tres días?". No entienden que Jesús está diciendo que nuestros cuerpos son templos vivos, que cada uno de nosotros es un santuario de Dios. Cada uno de nosotros es un santuario de Dios, donde también se ha colado el culto al dinero. Donde también se ha colado una mirada mercantilista y entonces, el cuerpo de los seres humanos también ha pasado a ser una mercancía de negocio: la trata de personas, el narcotráfico, la explotación infantil, la prostitución... Cuántas veces el cuerpo de los seres humanos ha pasado a ser una mercancía.
Entonces hoy también Jesús nos alerta y nos dice que cada uno de nosotros es santuario de Dios. Somos templos vivos. Y a veces, como templos vivos, nos podríamos también preguntar si nos parecemos a este santuario de Dios o nos parecemos a los templos de piedra, de paredes de material de cemento, material bien firme y duro. Porque quizá no somos templos de Dios flexibles, de carne y hueso, sino que nos parecemos a la roca porque somos duros al juzgar, porque somos rígidos a la hora de tratar a los demás. Y entonces, si es así, creo que tenemos que también pedirle al Señor todo juntos, que entre a nuestra vida, que entre a nuestro cuerpo. que también hoy venga hoy y derribe, que también venga hoy y tire, que venga también y desparrame. Por un lado, para que no tengamos otro Dios que el mismo Jesucristo. Pero además, para que pasemos a ser templos de Dios. Templos de Dios vulnerables con corazón de carne. Dejar de lado la piedra la rigidez, que muchas veces nos caracteriza, y pasar a ser verdaderos templos, pero templos de Dios. Como dije: templos de carne, para sostenernos solamente en Él. En ese Dios, que como también nos dice la segunda lectura, la debilidad de ese Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.
Confiemos en Él. Que nuestro corazón quede así expuesto, quizás con mesa tirada, con monedas por el piso, todo desparramado, pero porque queremos ser vulnerables, queremos mostrar nuestro pecado y nuestra herida al Señor. Y como templos que quieren tener sólo culto a Dios volvemos a elegirlo a Él. A Él que en medio de nuestra debilidad, es nuestra fortaleza.
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LECTURA RECOMENDADA PARA LA SEMANA
Francisco. Evangelii Gaudium, 52-60
Mario Benedetti. Poesía “Decir que no”.
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