Lecturas de la Misa
Jeremías 31, 31-34
Salmo 50
Hebreos 5, 7-9
Juan 12, 20-33
HOMILÍA
El salmo que rezamos juntos decía en su antífona: "crea en mí un corazón puro". Lo cantábamos: "oh, Dios, crea en mí un corazón puro". Entonces me hacía acordar a la lectura del libro de Jeremías, de hace una o dos semanas, un día de la semana. Se leyó una lectura en la misa que decía Jeremías: "nada más tortuoso que el corazón del hombre y parece no tener arreglo ¿Quién podrá penetrarlo? Yo, el Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas". "Nada más tortuoso que el corazón del hombre y parece no tener arreglo". Y se pregunta el profeta "¿Quién podrá penetrarlo?". "Yo, el Señor, sondeo el corazón y examinó las entrañas". Por eso, pensaba que hoy con el salmista, nosotros también podemos mirar nuestro corazón. Y podemos pedir con el salmista: "oh, Dios, crea en mí un corazón puro". Un corazón que también parece, a veces, ser un corazón tortuoso.
El salmista, hoy dice que en su corazón hay faltas, dice que en su corazón hay pecados, dice que en su corazón hay culpa. Qué sentimiento la culpa hay un libro de Marcos Aguinis, que se llama "El elogio de la culpa". Y en "El elogio de la culpa", Marcos Aguinis, cuando la culpa habla, dice: "me acusan de ser cruel y con razón, pero no soy tonta. Mi propósito es apretar, no ahogar". Todos, cuando hemos sentido culpa, nos hemos dado cuenta que es muy cruel. Nos hace sentir verdaderamente mal. Pero a mí me gusta esto que dice el libro "El elogio de la culpa". La culpa dice: "no soy tonta. Mi propósito es apretar pero no ahogar".
Por eso creo que no nos podemos ahogar. Aunque tengamos mucho pecado. No nos podemos ahogar aunque tengamos muchas faltas. No nos podemos ahogar aunque haya mucha culpa. Prohibido ahogarse en la culpa. Porque creemos en un Dios que es infinita misericordia y que nos ama profundamente. Y que sabe que en nuestro corazón, que a veces es tortuoso, que a veces parece no tener arreglo, también hay cosas buenas. De hecho hoy, el salmista, también dice que en el corazón hay fortaleza. También dice que el corazón está cerca de Dios. También dice quiere recuperar la alegría. Es decir, que en ese corazón hay esperanza, hay ganas. En cada uno de nosotros, creo que tenemos que reconocer, hay muchas cosas buenas. A veces nos damos con un caño, digo. Nos autoflagelamos. Nos es fácil buscar nuestros pecados, nuestras faltas, nuestras culpas y nos quedamos ahí como enredados. Esta culpa cruel de la que nos hablaba Aguinis. Y yo les animo decir: no nos ahoguemos en la culpa. Que no nos ahogue, verdaderamente, la falta y el pecado.
Estamos a las puertas de la Semana Santa. Volvamos a mirarnos como Dios nos mira. Volvamos a confiar una vez más en el amor que Dios nos tiene. Así como somos. Con ese corazón complejo, con ese corazón tortuoso, como decía Jeremías. Pero que también tiene ganas de recomponerse, ganas de rearmarse. Que también tiene ganas de purificarse y de sanearse, como decíamos la semana pasada.
Por eso les propongo como ejercicio, si así como el salmista en el salmo 50 dijo: "Oh, Dios, crea en mí un corazón puro", (lo describe al corazón con faltas, complicado, pero también con ganas de recuperar la alegría, con fortaleza) si nos animamos a escribir una oración de salmo, si cada uno se anima a escribir su salmo, en el que le cuente a Dios cómo está el corazón. Lo que no vale es poner solamente cosas negativas. Hay que animarse hacer una oración en la que cada uno pueda decir "mi corazón está así, con estas cosas, no tan buenas pero también así, con estas cosas buenas". Prohibido ahogarse en la culpa. Y a quienes quieran y le guste leer busquen este libro que es excelente, del año '92/ '93 "El elogio de la culpa".
El problema de mirar mucho el corazón, es empezar a vivir medios ensimismados. Es como mirarnos el ombligo. Es como terminar con Dios en una relación muy intimista. Y así como dije "prohibido ahogarnos en la culpa", también les diría: prohibido quedarnos en el corazón y mirarnos a nosotros mismos y tener una fe muy individualista, una fe muy intimista. Porque fuimos creados para la misión. Fuimos creados para la fraternidad.
En el Evangelio, cuatro veces se dice la palabra "glorificar". Entonces cuando uno encuentra palabras que a veces le cuesta definir, en este caso "glorificar", lo mejor es ir al conocido mataburro, al diccionario. Y el diccionario dice qué glorificar se dice de quién es ensalzado, o alabar a una persona o hacerla digna de honor, digna de prestigio o de fama. Ensalzar o alabar a una persona, hacerla digna de honor, de prestigio o de fama. Y en este mundo, entonces, "glorificar" será alabar a alguien por el dinero, aplaudir a alguien por el poder, reconocerle públicamente todos sus éxitos o tener mucho rating. Pareciera que la glorificación en el mundo va por ahí. Como decimos, hay estrellas y estrellados. Bueno, glorificar parece que sería aplaudir a las estrellas.
Para Jesús, glorificar es otra cosa. Para el Evangelio, glorificar es otra cosa. La glorificación, para Jesús, es el servicio. La glorificación, para Jesús, es desapego. La glorificación, para Jesús, es morir, como la semilla de trigo. No es morir de cualquier manera. La semilla de trigo no muere de cualquier manera. No es morir sepultado, es morir sembrado. Que no es lo mismo. No es lo mismo morir sepultado que morir sembrado, porque el que muere sembrado es porque hay promesa de vida, porque se está pariendo algo nuevo. Y ese es el modo de ser glorificado para Jesús sirviendo y entregando la vida por los otros.
El documento de Aparecida en el número 360, lo dice así: "de hecho, los que más disfrutan de la vida, son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir cómo un cuidado enfermizo de la propia vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo. Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega, para dar vida a los otros". Eso es, en definitiva, la misión. Eso es glorificar a Dios: entregar y dar la vida. Pero no muriendo de cualquier manera, sino como la semilla de trigo que muere sembrada para que surja la planta. Para que después con esa planta se tenga la espiga y con esa espiga se tenga la harina. Y con esa harina seamos pan para el hermano. San Ireneo fue un santo del primer siglo de la Iglesia. Y él decía: "la gloria de Dios, es decir, la glorificación de Dios, es que el hombre viva". La mejor manera de alabar y de ensalzar a Dios es viviendo con garra, con entusiasmo, con pasión. dándonos por los demás no es lo mismo transcurrir que honrar la vida. Honrar la vida es vivir con garra con pasión. Vivir con ideales, vivir pensando en los demás. Es ser testigos de la vida. por eso San Ireneo decía: "La gloria de Dios es que el hombre viva". Estamos celebrando en estos días concretamente el 24 de marzo próximo, 41 años del asesinato de Monseñor Romero.
Monseñor Romero fue un arzobispo, en la República de El Salvador, en América Central. Un apóstol de la paz. Un hombre que luchó contra toda forma de violencia. Que lo criticaban por izquierda porque decían que tenía complicidad con el gobierno. Lo criticaban por derecha porque decían que era guerrillero. Celebrando la misa, entregó su vida. Le dispararon desde el fondo en el momento del ofertorio. Es santo. El Papa Francisco lo hizo beato y desde hace un par de años es San Romero de América. Un testigo de la paz. Y él, a esa frase de San Ireneo, "la gloria de Dios es que el hombre viva", la modificó un poquito y dijo: "la gloria de Dios es que el pobre viva". Y ¿por qué? Porque la gloria de Dios es también que nos preocupemos de los que sufren. La gloria de Dios es que luchemos también contra este mundo de exclusión. La gloria de Dios es que estemos del lado de los descartables y desechables de nuestra sociedad. Porque en cada uno de ellos está su hijo Jesucristo.
Por eso, así como les propongo que miremos el propio corazón, que podamos en ese corazón tortuoso rezar con el salmista "crea en mí un corazón puro", También quiero hoy proponerles: salgamos de nosotros mismos. No quedemos ensimismados. Glorifiquemos a Dios. Pero el mejor modo glorificar a Dios no es aplaudiendo. El mejor modo de glorificar a Dios no es reconociéndole éxitos. El mejor modo de glorificar a Dios es viviendo. Viviendo con pasión, entregando la vida como la semilla de trigo y glorificándolo, especialmente, en los que sufren porque en cada uno de ellos está el Señor, el propio corazón y la misión. Esa es la tensión: poder modificar nuestra sociedad de excluidos desde el propio corazón. Saber que esa es la gloria de Dios. Por eso, a 41 años de la muerte de San Romero, le pedimos que interceda por nosotros.
Y termino con un texto, justamente, del 5º Domingo de Cuaresma de 1980, poquitos días antes de su asesinato: "Vivamos este tiempo de cuaresma que nos va a capacitar en esta larga peregrinación que emprendimos el Miércoles de Ceniza hacia la Pascua y hacia Pentecostés. Ellas son las dos grandes metas de la cuaresma. El hombre no se mortifica por una enfermiza pasión de sufrir. Dios no nos ha hecho para el sufrimiento. Si hay ayunos, si hay penitencias, si hay oración, es porque tenemos una meta muy positiva, que el hombre la alcanza con su vencimiento: la Pascua, o sea, la Resurrección para que no sólo celebremos a un Cristo que resucita sino que durante la cuaresma, nos hemos capacitado para resucitar con Él a una vida nueva y así ser esos hombres nuevos qué precisamente hoy necesita nuestro país. No gritemos sólo cambio de estructuras, porque de nada sirven las estructuras nuevas cuando no hay hombres nuevos que manejen y vivan esas estructuras que urgen en el país".
Que nos regala esta Semana Santa, entonces, hombres de corazones nuevos, para entre todos tener estructuras justas en un nuevo país.
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LECTURA RECOMENDADA PARA LA SEMANA
Documento de Aparecida (2007), 360. La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad.
San Romero de América, homilía del 17 de febrero de 1980.
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