Celebrada en la Parroquia Sagrado Corazón de Puerto San Julián, Santa Cruz. (*)
+ Evangelio según san Mateo 1, 18-25
Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no han vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: "La Virgen concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel", que traducido significa: «Dios con nosotros».
Al despertar, José hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa, y sin que hubieran hecho vida en común, ella dio a luz un hijo, y él le puso el nombre de Jesús.
HOMILÍA
Estamos celebrando el año de San José, al que nos convocó el Papa Francisco el 8 de Diciembre del año pasado con su carta apostólica “Con corazón de Padre”. Por eso elegí para esta misa el Evangelio que acabamos de proclamar. Quisiera entonces, con ustedes, pedirle a San José que él sea nuestro modelo de padre e interceda por nosotros. Él, el hombre de los sueños pero con los pies bien en la tierra.
Mateo, en su Evangelio, nos regala cuatro sueños de San José. En el primero de ellos, el ángel lo ayuda a resolver el dilema que se le presentaba por el embarazo incomprensible de María. Los otros tres sueños son contados en el Evangelio de hoy. En el segundo, el ángel le pide salvar la vida del niño, huyendo a Egipto. En el siguiente, el ángel le pide que regrese a Israel porque Herodes había muerto. Y en el cuarto, el ángel le advierte que vaya a la región de Galilea porque Arquelao reinaba en Judea.
José, el hombre de los sueños. Los sueños nos impulsan hacia adelante, nos dan energía y son luz en la oscuridad de la vida. Soñar es animarse a recuperar los ideales. Por eso hoy, en esta Misa Crismal, pedimos que la renovación de las promesas bautismales sea un recuperar ideales, sea una bocanada de aire fresco que rejuvenezca nuestro ministerio.
Hoy escuchamos que el ángel le dice a José dos veces: “levántate, toma al niño y a su madre”. “Levántate”. Sacerdote, escucha esa voz en tu corazón: “¡Levántate!”. Que no es solamente ponerse de pie, es levantar el ánimo. Es recuperar las ganas de ser sacerdote, es volver a consagrarnos al servicio del pueblo de Dios. Levántate. Que no te gane la desesperanza ni el aburrimiento. Levántate. Que no nos invada la vagancia ni la mediocridad.
En la tradición monástica, se ha escrito mucho sobre la asedia. Una especie de agotamiento mental o espiritual, una verdadera enfermedad crónica del alma.
Evagrio Póntico, un monje del siglo IV, decía que la asedia es un estado de desconcierto total, en el que se pone en crisis la vida misma. Puede abatirse todo, porque agrieta el alma entera y ahoga el espíritu. Los invito hoy a abrir los oídos y el corazón de nuestro Cuerpo Eclesial y escuchar juntos la palabra del ángel: ¡levántense, sacerdotes de la Diócesis de Río Gallegos! ¡arriba ese ánimo! ¡Levántense! ¡recuperen el ardor misionero! ¡Levántense! ¡que no les gane la asedia!
Las palabras siguientes del ángel son: “toma al niño y a su madre”. Imaginemos la delicadeza con la que José levantaría al niño de su cuna, con la que abrazaría a María y ayudaría a ponerse de pie y subirse a la montura del animal que la trasladaría a Egipto. Pensemos en José, levantando con cuidado las poquitas cosas que tenían: algunas mantas para cubrir al bebé, un poco de ropa, algunos alimentos y, ¿por qué no?, las maderas de la cuna que sus manos laboriosas habían fabricado con cariño. Cuidar la vida frágil y recibir la vida como viene, dejando de lado moralismos rigoristas y endurecidos que lo único que hacen, es daño a nuestra gente. Y abriéndonos a la ternura de Dios, con gestos concretos hacia los que sufren, abrazar, proteger, defender toda vida y todas las vidas, sin excluidos ni descartables. Pero también sin apropiarnos de la vida de nadie, porque la gente es libre y nosotros no somos sus dueños. Acompañar la vida de nuestras comunidades, de las familias de nuestras localidades y barrios, siempre con un corazón maternal que tenga siempre en cuenta a los más pobres, a los que sufren, a los enfermos, a los que están solos.
Luego el ángel de los sueños de José, continúa diciendo que se ponga en camino a través de distintos verbos: “Huye”, “regresa”, “retírate”. Expresan movimiento. Expresan acción. Hacen de José, un peregrino, un caminante, un misionero, un callejero de la fe en medio de las dificultades. Que también, a nosotros, el ángel nos anime a la acción, a no ser sacerdotes de sacristía. A ser sacerdotes de corazón inquieto como San José. Porque, como nos dice Francisco, tenemos que ser “pastores con olor a oveja” y para eso, hay que estar en medio del pueblo, recorriendo calles y caminos.
Estos sueños, se dan en el contexto de la persecución de Herodes. José aparece como un padre vigilante contra los que atentaban contra la vida de su familia. Y hoy, ¿qué atenta contra la vida de nuestra vida diocesana que está cumpliendo sus 60 años? Me limito solamente a nombrar el clericalismo. Una plaga, como nos dice el Papa Francisco, de la que tenemos que curarnos todos. Clérigos y laicos. Porque como dice la segunda lectura, “Dios, aquel que nos ama, ha hecho en nosotros todos un reino sacerdotal por el bautismo”.
La constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, nos recuerda que “el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, se ordenan uno al otro, pues cada uno participa, de manera peculiar, del único sacerdocio de Cristo”.
Somos pueblo de Dios y estamos invitados a vivir la fe, no de forma individual o aislada, sino en comunidad, como pueblo amado, peregrino, haciendo sínodo, es decir, caminando juntos.
Pero también hay otros Herodes más sangrientos que atentan contra la vida de nuestro pueblo: la corrupción, la falta de trabajo, la falta de educación, el hambre, la violencia, las adicciones y las famosas grietas. Que como José, estemos siempre dispuestos a abrir nuevos caminos, a veces, en la noche de la injusticia y del “no se puede”. Que soñemos con un país más fraterno y solidario y que pongamos todos nuestros esfuerzos aportando en su concreción.
Para ir terminando. La pandemia significó un parate en nuestras vidas, un cimbronazo. Ya no podemos ser los mismos sacerdotes de siempre, como tampoco José volvió a ser el mismo después del nacimiento de Jesús y del exilio en Egipto. Se nos presentaron nuevos desafíos y problemas que exigieron nuevos caminos de solución. El Papa dice que José fue el padre de la valentía creativa. Por eso hoy, quiero agradecer enormemente la creatividad, la audacia y el compromiso de muchos de ustedes que no dejaron que les gane el “vicio de las pantuflas”, como dice gráficamente Francisco.
Durante la pandemia visitaron a los enfermos, acompañaron el dolor de tantos que perdieron un ser querido, trabajaron en Cáritas, colaboraron en merenderos y comedores, y llevaban toda esa vida a la oración personal y a la mesa de la Eucaristía, pidiendo diariamente a Dios por el fin de la epidemia. Gracias de corazón. Y también quiero que demos gracias a Dios todos juntos, por tantos hermanos que hicieron y hacen de José en nuestra vida. Que nos cuidan a pesar de nuestras fragilidades, que nos sostienen y nos animan a no bajar los brazos. Gracias a los José que cuidan nuestro ministerio porque nos recuerdan que no podemos nada solos. Que no somos una casta selecta de privilegiados e iluminados, sino que somos hombres pecadores y frágiles, que desde nuestra propia vulnerabilidad, queremos seguir anunciando al Dios de la misericordia, al Dios de la vida, que igual que José, aun en medio de las dificultades, nunca nos abandona.
(*) Debido a la situación de pandemia y los necesarios cuidados, el Obispo celebrará la Misa Crismal en los 3 decanatos de la Diócesis, para facilitar el traslado de los sacerdotes.
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