Desde la Parroquia San Juan Bosco de Caleta Olivia, Santa Cruz.
LECTURAS DE LA MISA
Éxodo 12, 1-8.11-14
Salmo 115
1 Corinto 11, 23-26
Evangelio según san Juan 13, 1-15
HOMILÍA
En la época de Jesús sabemos que no se usaba el calzado, como el que usamos nosotros ahora. Nadie usaba zapatos, zapatillas. Y entonces la gente andaba descalza o con sandalias por caminos de tierra y por lo tanto cuando llegaban a la casa de alguien, era necesario lavarse los pies porque nos íbamos a sentar todos a una misma mesa y en aquella época no había sillas, por lo tanto todos nos recostábamos en un lugar con una mesa muy bajita, y por lo tanto, íbamos tener mucho contacto con los pies del otro. Por lo cual era una cuestión de higiene, sí o sí, lavar los pies. Y para ese trabajo había un esclavo. Diríamos que era “el último orejón del tarro”, el trabajo del “che pibe” el lavarle los pies a los que llegaban a la casa.
Hoy Jesús nos desconcierta: Él que es maestro y señor pone a lavar los pies de los discípulos. Y como siempre, Jesús, en cada gesto nos está enseñando algo para que nosotros podamos vivir. Hoy Jesús, Señor y Maestro, lava los pies a los discípulos. Y hoy Jesús, Señor y Maestro, quiere también venir a lavar los pies a cada uno de nosotros. Y lo primero que uno está pensando seguro es: “no sé si no traje las medias agujereadas”, “no sé si hoy me bañé lo suficiente y capaz que tengo olor a pata”, “capaz que tengo un poco de tierra en los tobillos”, “me embarré por esto de que estuvo lloviendo y entonces mis pies no están en condiciones”. Los pies, un poco reflejan la vida porque indican por qué caminos de la vida anduvimos. Y puede ser que más de una vez estuvimos por caminos equivocados, por caminos oscuros en la vida. Por caminos retorcidos. Más de una vez habremos elegido caminos que no nos hicieron felices y en algún un momento tuvimos que dar marcha atrás. Los pies son testigos de los caminos que habremos recorrido en la vida y ninguno de nosotros es un santo. Más de una vez habremos elegido caminos equivocados. Por eso cuando Jesús soy bien a lavarte los pies, viene a tocar lo más vulnerable de tu vida, viene a tocar lo más sucio de tu vida, viene a tocar lo más oscuro de tu vida y a Él, eso no lo escandaliza. Porque te ama tanto que no tiene ningún problema en llegar a lo más profundo, a lo más oscuro, a aquellas cosas de la propia vida que a cada uno de nosotros hasta nos da vergüenza recordar. Por eso, hoy les decía al comienzo de la misa, dejémonos sorprender por cuánto nos ama Jesús que hoy viene a tocar tus pies. Y en los pies se refleja nuestra parte más oscura, nuestra parte más débil. Se refleja nuestro pecado.
Jesús hoy no le toma examen a los discípulos diciéndoles: “tus pies están sucios ¿de dónde venís? ¿por qué caminos estuviste? Mirá”. Jesús no reprocha. Jesús viene a lavar los pies, viene a darnos, con ternura y con delicadeza, su abrazo de amor. Y cuando termina de hacer ese gesto hermoso con cada uno nosotros, cuando hoy, una vez más, viene el Señor a tocar tu parte más débil, más pecadora, nos dice: “hagan entre ustedes lo mismo. Lávense los pies los unos a los otros”. Y entonces uno dice: ¿qué? ¿me tengo que poner a tener un balde y lavar los pies por la calle? Y cuando voy a mi trabajo ¿tengo que llevar un Tacho con agua y una toalla?” No. Eso es el gesto. Lo que nos quiere decir Jesús hoy, es qué tenemos que estar unos y otros al servicio de los demás. El servicio significa, primero, reconocer que todos somos hermanos. Que no hay cristianos de primera y cristianos de segunda, ciudadanos estrella y ciudadanos estrellados, que no hay seres humanos VIP y seres humanos que no son VIP. Somos hermanos. Por eso el Papa Francisco insiste con la fraternidad universal. Y si reconozco que el otro es mi hermano, lo voy amar como es. Lo voy a amar también con su parte más oscura. Porque él la tiene como yo también la tengo.
Ponerme al servicio es recordar también mi parte pecadora, mi parte débil, mi parte oscura. Somos hermanos, somos iguales. No vivimos como queremos. Muchas veces vivimos como podemos y eso, necesariamente, nos tiene que hacer más buenos los unos con los otros. Y nos tiene que hacer poner al servicio del otro. Pero si yo me pongo al servicio del hermano porque lo reconozco como hermano y lo reconozco como importante. Entonces, si viviésemos en la cultura del servicio y en la cultura de la fraternidad, qué país distinto tendríamos, ¿no? Qué mundo distinto tendríamos. Ayer dieron el índice de pobreza: 42%. Algo que nos tiene que doler a todos en lo más profundo. Lo que no podemos hacer es empezar a echar culpas a unos y otros. Disculpen la palabra pero me dan ganas de decir: déjense de joder. Déjense de echar culpas del gobierno anterior a este, del anterior al anterior, del anterior ¿No será hora de empezar a trabajar juntos en la cultura del servicio? ¿en descubrir que tenemos hermanos más pobres que necesitan de todos? ¿en descubrir que “no tenemos la vaca atada” y que entre todos tenemos que tratar de buscar la solución? Porque el desastre lo hicimos entre todos. Entonces, quizás es responsabilidad de todos pensar juntos la solución.
Jesús hoy lava los pies a todos. Seguramente también querrá lavar los pies de Judas. Todos nosotros somos un poco Judas: todos nuestros pies están sucios y eso también nos hace más hermanos.
Pidámosle al Señor hoy, entonces, que nos haga más buenos. Y para ser más bueno me tengo que reconocer débil, pecador, necesitado de su misericordia y también tengo que descubrir que mi hermano es igual que yo. Entonces no me van a me van a dar ganas de juzgar, no me van a dar ganas de condenar. Al contrario, me van a dar ganas de vivir la cultura del servicio: ponerme a lavar los pies a los hermanos para, entre todos, construir un mundo más justo.
Termino. En la pandemia que hemos vivido, que estamos viviendo, que viviremos y que nos duele en el alma y que ha sido también una pandemia de emociones, ha sido una pandemia de incertidumbre, de angustia, de tristeza, de falta de trabajo... creo que ha habido un montón de gestos de servicio. Cuánta gente ha estado al servicio de los demás: el personal médico, el personal de la salud, los que reponían mercadería en los supermercados, los que llevaban mercadería a los hermanos necesitados de Cáritas, la gente de los comedores, de las organizaciones sociales, políticas y religiosas, aquellos que nos recolectaban la basura y lo hacen todas las noches. Cuánta gente buena. Los maestros que se desvivieron para tratar de dar clases a sus alumnos de manera virtual, los padres que todos los días se levantaban para conseguir el mango, las madres que trataban de ahorrar para tratar de conseguir algo para comer, el que estuvo pendiente de los vecinos, los que desde su casa rezaron y rezan porque nos ayudan de esa manera porque no pueden salir de casa, los que vacunan. Cuánta gente buena. Cuánta gente que se ha puesto al servicio. Por eso digo, la pandemia, más allá del dolor que provoca, no deja de ser una gran oportunidad, una oportunidad de salir mejores y que, entre todos, saliendo mejores, podamos resolver tantos problemas que nos duelen a los argentinos y al mundo.
La clave: la cultura del servicio. Nos la dio Jesús en el Evangelio. La hemos vivido, quizás sin darnos cuenta, durante la pandemia. Ojalá quede para siempre esta cultura del servicio para, entre todos, tener un país más justo y un mundo mejor.
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