LECTURA DE LA MISA
Hechos 4, 32-35
Salmo 117
1Juan 5, 1-6
Evangelio según san Juan 20, 19-31
HOMILÍA
Hace unos días recordábamos con emoción el 2 de abril, el inicio del conflicto bélico, la conocida por todos “Guerra de Malvinas”. Y como argentinos sabemos que un país, después de una guerra, es un país que queda con muchas heridas. Heridas emocionales, heridas por los muertos, heridas por las familias rotas, heridas sociales porque se invierte en armas, se invierte en todo lo que es el armamento y de repente se deja de invertir en trabajo, en justicia, en educación. Cuántas heridas después de 39 años que aún están abiertas en esta Argentina por la guerra de las Malvinas.
Indudablemente, también el mundo tendrá muchas heridas después de esta pandemia. Siempre decimos hay una pandemia emocional, hay una pandemia de falta de trabajo, hay una pandemia del hambre, hay una pandemia que afecta a nuestros niños al no poder tener educación presencial en las escuelas, hay una pandemia ligada a una enorme incertidumbre sobre el futuro. Y entonces cuántas heridas le dejará a la humanidad esta pandemia.
Nosotros, cada uno individualmente, también tenemos un montón de heridas. Tenemos un montón de heridas que a veces supuran, tenemos un montón de heridas que a veces duelen, tenemos a veces heridas que se infectan. Habremos tenido, todos, la experiencia (a veces) de estar hablando con alguien y por un chiste que hacemos o por un gesto, por una palabra, esta persona reacciona y de repente puede llegar a llorar de la nada o se enoja muchísimo y uno dice “¿qué le pasa este?” Y a veces lo que le pasa es que está sangrando por la herida, que hay heridas quizás de su pasado, heridas de su vida que no conocemos pero que ante determinadas reacciones, nos damos cuenta que existen y cuando estás heridas no cerraron, son heridas que duelen, que se infectan, que supuran... y entonces siguen sangrando aunque pasen muchos años como sigue sangrando nuestra Argentina por las heridas que nos dejó la guerra de Malvinas.
En el versículo 20 del Evangelio de hoy nos aparece este Jesús resucitado que lo que hace es mostrarle a los discípulos sus manos y su costado. Les muestra a los discípulos sus heridas. Lo que sí para mí es de notar, es que el Evangelio no habla de la palabra “herida” dice “marcas”. Y si dice marcas es porque en realidad no son heridas que estén sangrando, o por lo menos son heridas que ya no duelen porque no se infectan, porque más que herida podemos decir que son cicatrices y entonces el Evangelio habla de “marcas”. Y los discípulos se alegran. Y uno dice “¿cómo se pueden alegrar al ver las marcas de Jesús?” Es que en realidad se alegran con la presencia de Jesús Resucitado y se alegran porque en esas marcas está el precio que pagó Jesús para salvarnos. En esas marcas se nos muestra un Dios que está herido de amor por nosotros y que sale al encuentro de nuestras propias heridas.
El Evangelio de hoy, como dije, nos habla todo el tiempo de marcas y a mí me gusta entonces decir que el Jesús Resucitado es el Cristo de las cicatrices. Es el Cristo de las cicatrices que nos muestra toda su misericordia diciéndonos “estas son las cicatrices que me quedaron por amarte, estas son las cicatrices que me quedaron porque una y otra vez entregaría la vida por vos”. Son cicatrices de amor. Cicatrices que ya no son heridas que se infectan, porque recordemos que Jesús desde la cruz dijo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Es el perdón el que cierra las heridas, es el perdón el que logra que las heridas dejen de doler, es el perdón el que hace que las heridas de nuestra vida dejen de supurar y Jesús perdono, (y) por eso en el Evangelio de hoy también nos invita a perdonar. Les da esa misión a los discípulos porque sabe que es el perdón el que cura nuestras emociones, el que cura nuestra mente, el que cura nuestra alma de tantas heridas a veces provocadas en la vida.
Pensaba también en las tres heridas de negaciones que Pedro habrá tenido en su corazón después de decir que no conocía a Jesús y cómo sanaron esas tres heridas. Cómo sanaron esas tres lastimaduras de las negaciones de Pedro. Sanaron con la mirada misericordiosa de Jesús, el Jesús que lo miró con amor es el que lo ayudó a cerrar esas heridas: el Cristo de las Cicatrices. Por eso quisiera hoy, en este Domingo de la Divina Misericordia, invitarlos a todos a poder revisar la propia vida así como revisamos nuestra historia. Y en nuestra historia encontramos muchas cicatrices pero también encontramos muchas heridas abiertas, como la que yo decía al comienzo de la homilía, la de la Guerra de Malvinas.
Creo también que todos nosotros tenemos en el corazón heridas. Heridas que (algunas) seguirán abiertas y que duelen... y que entonces, me parece que una vez más, habrá que elegir el camino del perdón. Habrá que hacer el intento para que definitivamente cierren. Si esas heridas duelen y están infectadas, acercate al Resucitado como hoy se acercó Tomás. Tomás debía tener las heridas de la incredulidad, las heridas del enojo, las heridas de la bronca, las heridas de la decepción y por eso (Tomás) se había apartado de la comunidad. Cuando pide tocar las heridas de Jesús, es porque necesita una vez más creer y renovar su fe en ese Dios herido de amor por nosotros.
Que nuestras heridas que sangran, en este Jesús, en este Domingo de la Divina Misericordia, se hagan marcas, se hagan cicatrices. Porque la vida también, y ver las cicatrices de Jesús, nos recuerdan que la vida es lucha. Porque ver las cicatrices de Jesús también nos recuerda que para que haya sepulcro vacío y resurrección tiene que haber cruz. Y una cosa que pensaba era cómo se da un movimiento inversamente proporcional: cuando tenemos el corazón y la mente que se cierran en la bronca, en el rencor, en el resentimiento, las heridas se abren supuran y no se cierran nunca. E inversamente proporcional, como dije, cuando el corazón y la mente se abren a la misericordia y al perdón, las heridas cierran y se transforman en marcas y cicatrices.
Hoy les propongo que así como Jesús nos muestra sus manos y su costado, (hoy) le mostremos al señor de la misericordia nuestras manos y nuestro costado, que le mostremos todas las heridas: las infectadas, las que duelen. Que le mostremos también las marcas y las cicatrices para darle gracias por los momentos duros superados. Confiemos en ese señor que hoy nuevamente viene a nosotros y que nos ayude a cerrar las heridas para que podamos, entonces, disfrutar de la alegría de la Resurrección y la Pascua.
POESÍA RECOMENDADA
Crucifixión. Benjamín González Buelta, sj
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