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2021-05-09 | Homilía del 6º Domingo de Pascua

Lecturas de la Misa

Hch 10,25-26.

Salmo 97.

1 Jn 4, 7-10.

Evangelio según san Juan 15, 9-17


HOMILIA

En la primera lectura de este domingo hay un encuentro entre Pedro, el apóstol Pedro, y Cornelio. Cornelio era un centurión pagano, es decir, era alguien que no venía del judaísmo. Y en el encuentro con Cornelio, Pedro se da cuenta que el mensaje de Dios es para todos. Se da cuenta de que, en realidad, la Buena Noticia del Evangelio no tiene discriminación y por eso termina (Pedro) diciendo: "Dios no hace acepción de personas". Es decir, para Dios no hay diferencia entre los seres humanos. Esto, creo que nos habla de un Pedro que es capaz de abrir su cabeza, de un Pedro que es capaz de abrir su corazón, y que de alguna manera, encarna aquel documento que leímos hace algunos domingos sobre la paz mundial, sobre la fraternidad, sobre la concordia y la convivencia común, que había firmado el Papa Francisco con la autoridad máxima del Islam. Y en uno de sus párrafos decía: "el diálogo, la comprensión, la difusión de la cultura, de la tolerancia, de la aceptación del otro y de la convivencia entre los seres humanos, contribuirían notablemente a que se reduzcan muchos problemas económicos, sociales, políticos y ambientales que asedian a gran parte del género humano. El diálogo entre los creyentes significa encontrarse en el enorme espacio de los valores espirituales, humanos y sociales comunes e invertirlo en la difusión de las virtudes morales más altas pedidas por todas las religiones. El diálogo significa, también, evitar las discusiones inútiles".


Pedro hoy aceptando a Cornelio Pedro entendiendo que Dios no hace acepción de personas, nos está dando entonces, un ejemplo de esto que el Papa Francisco y el Imán, nos estaban proponiendo hace unos años en este documento de la fraternidad universal.


La necesidad del encuentro, la necesidad de buscar puntos comunes, la necesidad del diálogo. Hoy, como ya todos sabemos, estamos viviendo plenamente una segunda ola de covid. Y yo creo que en este tiempo de pandemia, no solamente podemos decir que la peste es el covid-19, sino también creo que estamos apestados de intolerancia. También estamos afectados de resentimiento. Estamos apestados de falta de diálogo. Estamos apestados de sentirnos los dueños de la verdad y llevarnos todo por delante. Y eso sabemos que solamente genera división, eso solamente genera mayor fragmentación, eso genera mayor grieta. Justo en un tiempo, como también dijimos el 4º Domingo del Buen Pastor, en que necesitamos estar más unidos que nunca, como también lo están las ovejas cuando sienten algún peligro que las asecha.


Hoy el peligro que nos acecha es una pandemia que está atravesando la humanidad y entonces deberíamos dejar de estar apestados de tanta intolerancia, de tanta fragmentación, de tanta falta de diálogo.


Recordemos las palabras del Papa Francisco cuando, en marzo del año pasado, nos decía desde esa plaza de San Pedro tan inmensa, tan solo y al mismo tiempo estando toda la humanidad acompañándolo: "Nadie se salva solo".


Por eso creo que este ejemplo de Pedro hoy, aceptando a este centurión pagano, a Cornelio, tiene que ayudarnos a nosotros también a dejar caer el maquillaje de la hipocresía, dejar caer el maquillaje de la soberbia, de creer que la tenemos clara, de que tenemos la verdad y que nos animemos a tender la mano al distinto, que seamos capaces de mirar al otro como hermano y no como un enemigo.


Frente a esta pandemia de la intolerancia, de la discriminación, del rechazo del distinto, creo que también hay que buscar la mejor vacuna, que genere los mejores anticuerpos. La segunda lectura y el Evangelio nos dan el nombre de esa vacuna y se llama "el amor". Ni más ni menos que el amor.


Por eso la segunda lectura insistirá con "Amémonos los unos a los otros porque Dios es amor". Y nos dice: "porque Él, Dios, nos amó primero". Y aquí me animo usar una palabra que inventó el Papa: "primerear". Yo digo, si Dios nos amó primero, quiere decir que Dios nos "primereó". Dios salió a nuestro encuentro ¿Seremos capaces, en esta Argentina tan dividida, de "primerear" y de ser los primeros que tendamos la mano al distinto? ¿Seremos capaces de "primerear" y de perdonar o pedir perdón a aquel con el que tenemos muchas diferencias y hayamos tenido discusiones que se transformaron en heridas? ¿Seremos capaces de "primerear" y sentar en la misma mesa del diálogo a aquellos que son de otro partido, a aquellos que viven y tienen ideas totalmente en las antípodas de las nuestras?


El que "primerea" es el que se anima a dar el primer paso. Dios lo dio con nosotros. Ojalá nosotros, en esta construcción de la fraternidad, en este tiempo tan difícil de la pandemia, también seamos capaces de "primerear".


El otro día terminaba de leer un libro que salió hace poco y leí una frase que me dejó pensando. Dice así: "es fácil construir desde los prejuicios". Es fácil construir desde los prejuicios.


Yo decía: "¿Cómo que es fácil?" y "¿cómo que se puede construir siendo prejuiciosos?". Y en realidad, después me quedé pensando, y efectivamente, es fácil construir desde los prejuicios. Porque se me hace muy fácil y muy simple la realidad. Divido entre buenos y malos. Divido entre los que quiero y los que no quiero. Divido entre los santos y los pecadores. Divido entre los que tienen la verdad, entre los que seguramente me voy a incluir, y aquellos que viven equivocados. En realidad, es un armado muy simplista de la realidad, que sabemos que es absolutamente parcial porque la realidad es mucho más compleja, es mucho más diversa. La realidad, en realidad, me parece que nos está invitando y diciendo que todo es mucho más rico en diversidad, en complejidad. No es blanco o negro. Por eso es tan fácil construir desde los prejuicios. Porque en realidad veo solamente dos caminos cuando sabemos que hay muchos más.


Personalmente digo siempre que me espantan los que se sienten dueños de la verdad. Incluso hasta me dan un poco de miedo por su intolerancia, pero también creo que aburren un poco, porque debe ser aburrido ver todo en términos antagónicos: de pecadores o santos, de negro o blanco, de buenos y malos. Creo que aburren por eso, porque en definitiva, la realidad es mucho más que eso.


Pedro se da cuenta en la primera lectura. Se da cuenta que la cosa no es tan sencilla como la pensaba él, que aparece gente distinta, que aparece gente diversa, gente que también tiene el Espíritu Santo: Cornelio un pagano. A Pedro le habrá costado aceptarlo pero, finalmente, termina reconociendo que Dios no discrimina.


Repito: la gran vacuna parece que es el amor frente a la peste de la discriminación, de la intolerancia, de la falta de diálogo. Y por eso, en el Evangelio, capítulo 15 de San Juan, en el cual Jesús, en la última cena, se está despidiendo de los discípulos. Les dice las cosas más importantes. Como hacemos nosotros, que a veces cuando nos estamos por despedir de alguien, en ese momento le decimos que lo queremos mucho, en ese momento le agradecemos todo. Uno se queda pensando "¿por qué no me animé a decírselo antes?". Bueno, se lo digo en ese momento con un abrazo, con un beso, pero le digo "te quiero tanto" y quizás eso fue lo más importante del tiempo que tuvimos juntos. Pero se lo digo ahí, minutos antes de la despedida. Jesús, minutos antes de la despedida, en la última cena, les dice a los discípulos quizás su mensaje más importante. Y el mensaje más importante es: "ámense los unos a los otros". Ámense los unos a los otros y les vuelve a repetir: "Ámense los unos a los otros. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros".


Esa es la mejor vacuna frente a la peste de intolerancia, de discriminación y de falta de diálogo. De la vacuna del covid se ocupan en los laboratorios y ojalá llegue a todos y llegue pronto. Y que la vacuna no sea motivo de negocio, porque en definitiva, es un horizonte de esperanza para todos los pueblos, especialmente para los más pobres, especialmente para las familias que se sienta más excluidas. Ojalá la vacuna llegue a todos, especialmente a aquellos que están fuera del sistema. Pero hay otra vacuna que no se hace en laboratorio. Hay una vacuna que se hace en el corazón. Esa vacuna se llama amor y con ese amor es con el que podemos combatir esta otra peste, la de la fragmentación, la de la intolerancia, la de la grieta.


El Papa Francisco, en su última encíclica Fratelli Tutti, tiene muchísimos puntos que valen la pena ser leídos. Tan sólo voy a leer el punto número 8 como final de la homilía de hoy. Dice Francisco: " Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos, un deseo mundial de hermandad. Entre todos. He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia adelante. Qué importante es soñar juntos. Solo, se corre el riesgo de tener espejismos en donde ves lo que no hay, porque los sueños se construyen juntos. Soñemos como una única humanidad. Cómo caminante de la misma carne humana. Como hijos de esa misma tierra que nos cobija a todos. Cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, pero todos hermanos".

 
 


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