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2021-05-23 | Homilía del Domingo de Pentecostés

Lecturas de la Misa

Hechos 2, 1-11.

Salmo 103.

1 Cor 12, 3-13.

Secuencia de Pentecostés

Evangelio según san Juan 20, 19-23


 

HOMILÍA


Pensaba comenzar la reflexión haciendo una división de la primera oración del Evangelio que acabamos de proclamar. Quería hacer la división en varias partes. La primera parte de la oración dice: "al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana". El primer día de la semana es el domingo. Entonces tenemos que pensar que es el atardecer de un domingo, el momento que, tradicionalmente, se dice que es el del bajón. Es el momento de la "depre". El domingo por la tarde, que en este tiempo sabemos, atardece más temprano. Que cae el sol, baja la temperatura rápidamente. Clima de domingo a la tarde. Un domingo de otoño a la tarde. Un clima de bajón y de "depre". Y así estamos nosotros: bajoneados, tristes, con el alma en penumbras. Fríos, porque perdimos el calor del entusiasmo y todos muy necesitados de los abrazos que templen el alma.


La segunda parte de esta oración, que es la primera del Evangelio: "estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos". Me imagino, entonces, puertas herméticamente cerradas. Seguramente con cadenas, con barras. Puertas que aislaban, que separaban. Puertas que no permitían el contacto con la realidad de la calle. Y así estamos nosotros: encerrados. Pero no solo por cumplir con el protocolo sanitario. También estamos encerrados o cerrados a la alegría. Cerrados a la esperanza de un futuro mejor porque la pandemia se está haciendo demasiado larga. Cerrados también al diálogo con los que son distintos, porque la pandemia nos fue un poco clausurando, cerrando la mente y el corazón. Y entonces estamos más irascibles, más intolerantes y con pocas ganas de dialogar, de acordar o de perdonar.


Tercera parte de la primera oración del Evangelio de hoy: "por temor a los judíos". Los discípulos tenían miedo a que los persigan a ellos también como lo habían perseguido y lo habían matado a Jesús en la cruz. Tienen miedo, los discípulos, a correr la misma suerte. Tienen miedo a la muerte. Igual que nosotros. Porque así también estamos nosotros: tenemos miedo a la muerte, tenemos miedo al covid, tenemos miedo a perder el trabajo, tenemos miedo a los contagios, en esta segunda ola. Y también tenemos miedo por esos miedos que nos meten las redes, que nos meten los medios. Miedo a la vacuna, algunos, porque dicen que no es algo bueno, cuando en realidad sabemos que es nuestra esperanza. O incluso, miedo a Dios, porque nos empiezan a meter la idea de que esto es un castigo divino. Cuántos miedos.


Pero dice la oración siguiente: "llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos...". en este contexto de domingo a la tarde, de bajón, en este contexto de encerramiento de mente, de corazones, de puertas cerradas, en este contexto de tanto miedo, dice que "llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos", es decir, no es un Jesús que toca de oído, no es un Jesús que llega pero se queda del otro lado del escritorio, no es un Jesús teórico. Es un Jesús que se mete de lleno en la tormenta de la pandemia porque está en medio de nosotros. Y en medio de nosotros, este Señor de las cicatrices, una vez más en el Evangelio de hoy, nos vuelve a mostrar las marcas de sus manos y de su costado y dice: "reciban el Espíritu Santo".


Reciban el espíritu santo lo que nos dice hoy, significado en esa fuertes ráfagas de viento o en esas llamas de fuego de la que nos habla hoy la primera lectura. Entonces recordaba una frase que leí de una poesía hace poquito, de un sacerdote jesuita, el padre Marcos Alemán, qué dice: "no intentemos detener el viento ni apagar el fuego, porque es Pentecostés".


No intentemos detener el viento ni apagar el fuego, porque es Pentecostés. Me quedo pensando en esta frase y por eso, quisiera en esta misa invitarlos a todos a no detener el viento, a no apagar el fuego, a abrir el corazón profundamente a este señor que en medio de nosotros, en medio de este contexto difícil, nos dice: "reciban el Espíritu Santo". Entonces me gustaría que levantemos tres consignas. Tres consignas que durante este tiempo nos tienen que ayudar y que cada uno se las tiene que decir a sí mismo.


La primera de ellas: no te apagues. No te apagues. No dejes que se consuma la llama del Espíritu Santo que se encendió en tu bautismo. Cuidá esa luz. Encendé tu corazón, a pesar de esa oscuridad que lastima muy dentro, como dice una canción. No te enfríes, porque eso es propio de los muertos y nosotros queremos seguir siendo militantes de la vida. Alejandro Lerner en una canción dice: "volver a empezar que no se apague el fuego". Por eso entonces la primera consigna, a levantarla en alto: no te apagues.


La segunda consigna que les quiero proponer en este Pentecostés: no te encierres. Como aquellos discípulos, no te encierres. No quieras detener el viento del Espíritu que cambia de dirección. No quieras, tampoco, creer que el viento es un remolino que hace que estés pensando solamente en vos mismo, que está siempre sobre las mismas culpas, sobre los mismos pecados, sobre los mismos fantasmas y miedos. No, el Espíritu Santo no es un viento como remolino. El viento del Espíritu nos abre la mente y nos abre el corazón a la diversidad. Como esos discípulos que en la primera lectura terminan comunicándose con distinta gente, de distintas culturas y de distintos pueblos. Que el Espíritu, entonces, nos abra al diálogo. Nos abra a los acuerdos. Nos abra a la diversidad. Nos abra a la fraternidad, porque no está todo dicho. Porque tenemos que seguir soñando que podemos ser hermanos. Y vuelvo sobre la canción de Alejandro Lerner: "volver a empezar que aún no termina el juego". No está todo dicho. No te encierres.


Y la tercera consigna en este Pentecostés: no te quedes quieto. No te quedes quieto porque también es propio del viento del Espíritu, ponernos en acción, hacernos esa Iglesia en salida de la que nos habla el Papa. Iglesia que reza, Iglesia que vive la solidaridad yendo al encuentro de los necesitados. No nos quedemos quietos. No nos acostumbremos a que las cosas nos tienen que ir mal. No nos quedemos quietos, paralizados, creyendo que no hay un horizonte y un futuro mejor. Pero tampoco te quedes con tu verdad, creyendo que sos el dueño de la verdad. Tampoco te quedes quieto ante tantos atropellos que vivimos. No te quedes acostumbrado ante algunos privilegiados que tuvieron la vacuna VIP. Tampoco te quedes acostumbrado a que determinadas cosas en nuestro país, sean ya moneda corriente: la inflación, la corrupción. No. Sigamos creyendo que podemos construir un país mejor. Y por eso no nos quedemos quietos. No nos quedemos quietos físicamente, pero tampoco bajemos los brazos. Sigamos animando nuestra esperanza. No nos quedemos quietos. Sigamos creyendo que podemos construir juntos la cultura del encuentro. En una armonía pluriforme, diversa, porque somos todos muy distintos, porque eso es lo propio de Pentecostés. Es la comunión en la diversidad. Pero para poder construir esa comunión en la diversidad, no nos quedemos quietos. No nos acostumbremos a que todo nos va a ir mal. Ojo con el quietismo.


Tenemos que seguir adelante, como dice también la canción: "queda mucho por andar". Queda mucho por andar, entonces tenemos que atravesar los miedos. Y animarnos a seguir caminando. Quisiera entonces pedir con mucha fe, con mucha fuerza, con todos ustedes al Espíritu Santo, que actúe profundamente en nuestros corazones, que podamos vivir estas tres consignas: no te apagues, no te encierres, no te quedes quieto ni te acostumbres.


Creo que tenemos que hacerlo con fuerza, pedirle a Dios, rezar la Secuencia una y mil veces, como lo rezamos recién antes del Evangelio. ¿Y saben por qué? Porque como pensaba también, la palabra 'fuego' por más que la repitamos muchas veces en estos días de Pentecostés, no quema. Podremos repetir en estos días, varias veces, qué Pentecostés es la venida del Espíritu y que el Espíritu Santo sopla, pero la palabra 'viento' no sopla. Por eso tenemos que lograr que el Espíritu Santo actúe para que de verdad el fuego nos queme y no nos apaguemos. Para que de verdad el viento sople fuerte y no nos quedemos quietos. Es Él, esta tercera persona de la Trinidad, la que hace el milagro. Recibámoslo con mucha fe y volvamos encender nuestras vidas. No nos apaguemos y hagamos de nuestros fuegos interiores, antorchas. Hagamos antorchas para buscar a otros que andan errantes en la oscuridad de la pandemia. Esa es también nuestra misión.



LECTURAS RECOMENDADAS

  • Canción: “Volver a empezar”-Alejandro Lerner

  • Secuencia de Pentecostés

  • Oración: “Espíritu de Dios en el hombre”- José María Rodriguez Olaizola, sj

 
 

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