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2021-06-13 | Homilía del 11º Domingo del Tiempo durante el año

Lecturas de la Misa

Ezequiel 17, 22-24.

Salmo 91.

1 Cor 5, 6-10.

Evangelio según san Marcos 14, 12-26.

 

HOMILÍA


En el Evangelio de hoy, pensaba que hay cuatro protagonistas. El primero es el Reino de Dios. Jesús comienza hablando del Reino. Busca imágenes sencillas para comparar y decir qué es el Reino de los Cielos, qué es el Reino de Dios. En realidad el tema del reino es Jesús es una obsesión. Casi diría, es el núcleo de toda su predicación es la pasión de Jesús es la causa principal es el estribillo de su misión la palabra "Reino" aparece 122 veces en el Evangelio. 90 de esas 122 veces, en boca de Jesús. 90 veces Jesús, en el Evangelio, habla del Reino.


Y ¿qué es el Reino? El Reino, que es esta obsesión, esta causa de Jesús, es una revolución de paz, es una revolución de amor. El Reino es esta sociedad de fraternidad universal que Jesús quiere que podamos vivir entre nosotros. El Reino, sin lugar a dudas, es el gran sueño de Dios para la humanidad. Es el proyecto de hacernos verdaderamente hermanos. Es el proyecto en el que, verdaderamente, todos podemos mirarnos a los ojos y reconocernos como hijos del mismo Padre. Es un proyecto, como dijimos, de paz, de justicia. El reino, en definitiva, es el gran sueño de Dios para la humanidad.


Y podríamos decir que hay un montón de signos del Reino en la vida cotidiana. Cada signo de vida que podemos descubrir en la vida cotidiana: signos de perdón, signos de solidaridad, signos de compromiso, signos de amistad. Nos hablan del Reino. Por eso, de algún modo, el Reino ya está entre nosotros. Pero, por supuesto, falta muchísimo. Por eso decimos que el Reino de Dios ya está, pero todavía no. Vamos construyendo el Reino. Por eso quisiera, primero, pedirle hoy a Dios que a cada uno de nosotros nos haga apasionados del Reino. Que también en nuestra vida, el Reino sea una verdadera obsesión. Que cada uno sepa que con cada gesto, cada actitud, estamos sembrando y construyendo el Reino de Dios. Cuando a veces pensamos ¿vale la pena lo que hago? ¿vale la pena perdonar? ¿vale la pena ser honesto? ¿vale la pena ser generoso, solidario, comprometido? ¿vale la pena poner gestos de amor en un mundo tan violento? ¡Si! ¡Vale la pena! Porque estamos sumando cada una de nuestras actitudes a este proyecto de Dios, a este sueño de Dios para la humanidad que es la construcción de un mundo de hermanos. El sueño de la "civilización del amor" como decía el Papa Juan Pablo II.


El segundo protagonista de las lecturas de hoy: el hombre. Este hombre que echa la semilla. No dice que sea un sembrador, es un hombre que echa la semilla. Por lo tanto, quizás no sea un profesional de la tierra. Lo que sí, es un hombre muy esperanzado. Es un hombre que tiene confianza. Que confía en que, de esa tierra, pueden salir buenos frutos. Y por eso, con esperanza, arroja las semillas. Dice que, sin que él sepa cómo, la semilla va a ir creciendo y por lo tanto, me parece que una característica de este hombre es que no tiene todas las respuestas. No sabe cómo, según lo que nos dice la lectura, pero la semilla va a crecer. Y ¿por qué quiero resaltar esto? Porque así como es un hombre esperanzado, un hombre confiado, me doy cuenta que también es un hombre humilde que reconoce que no sabe todo. Decía Mario Benedetti: "En la razón sólo entran las dudas que tengan llave". Ojalá le demos a nuestras dudas llaves que abran nuestra cabeza. Animarnos a decir "no sé". Animarnos a decir "esta no la tengo tan clara". Como este hombre que, humildemente, sabe que la semilla va a crecer pero no sabe cómo. Así nos resalta hoy el Evangelio.


Es un hombre, también, muy paciente con los procesos de la naturaleza y con los tiempos de la naturaleza. Sabe que todo no depende de él. Importante esto. Es importante saber que en este tiempo tan difícil de la pandemia, no nos tenemos que dejar ganar por la ansiedad. No nos tenemos que dejar ganar por la prisa, ni por los nervios. Porque si fuera así, este hombre hubiera apurado la siembra y hubiera salido todo mal.


Creo que estamos en un tiempo en el que, por un lado, la pandemia nos enseñó que no sabemos todo, pero con esa humildad con la que reconocemos que no sabemos todo, también tenemos que respetar los tiempos de la vida y saber que, aunque queramos apurar muchas cosas, tenemos que ir despacio porque los tiempos de la naturaleza se escapan de nosotros. Por eso no tenemos que dejar que nos gane la ansiedad, nos ganen los nervios, nos gane la prisa. Porque si es así podemos apurar y arruinar todo.


Creo que no tenemos que atropellar los pequeños brotes. No tenemos que pisar el pasto, como dice los carteles de la plaza. Por eso, en este tiempo más que nunca, no tenemos que pisotear la esperanza naciente con la vacuna. No tenemos que atropellar la esperanza de nuestros abuelos, la esperanza de aquellos que tienen una enfermedad de base, que en la vacuna ven a luz de salida de esta pandemia. Al contrario, la esperanza no está para ser cascoteada sino para ser acompañada y ser cuidada. Del mismo modo en que este hombre no pisoteó la tierra, que no se dejó ganar por la angustia, los nervios y la ansiedad, porque hubiese arruinado la siembra. Sino que respeto los tiempos de la naturaleza.


El tercer protagonista: la semilla misma. La semilla misma también es protagonista en nuestras lecturas. La semilla es promesa de lo nuevo. La semilla es pasado, presente y futuro. Esto es hermoso. En la semilla está su pasado: de qué planta viene. Está su presente: es semilla. Y está su futuro: será una planta y día de mañana. Qué hermoso poder ver que esa semilla, tan pequeña, tiene tanta fuerza, tanta energía. Tan pequeña pero tan importante. La vida de cada persona tiene que ser vista como una semilla en la que podamos descubrir en el otro, siempre, el potencial para crecer, para ser mejor, para ser protagonista de su vida. Eso es la educación: educar es sacar del otro lo mejor, porque creo en la fuerza de su vida. Poder ayudarlo a desplegar, poder ayudarlo a ser verdaderamente quien tiene que ser.


Nuestra vida también está hecha y tiene que ser, entonces, como una semilla. Porque en nuestro interior, sin lugar a dudas, hay un montón, un sinnúmero de posibilidades, de sueños, de proyectos que tienen que saber desplegarse. Pensaba que, así como con las semillas es con las que hacemos la harina y hacemos el pan, del mismo modo, con las semillas que cada uno de nosotros pueda desplegar en su interior, con ciudadanos nuevos, con ciudadanos protagonistas, es con los que hacemos una nueva sociedad. Por eso es tan importante descubrir que somos, cada uno de nosotros, semillas. Pero cada uno de nosotros, por eso de ser semilla, tiene un potencial hermoso adentro, que hay que ayudar a desplegar.


El cuarto protagonista del Evangelio de hoy: la parábola. Jesús quiere hablarles con parábolas para contarles de este proyecto del Reino. Y entonces ¿Qué es una parábola? La palabra "parábola" significa "comparación". Es una manera simbólica en la que Jesús utiliza imágenes sencillas de su época para explicar algo profundo. Hoy, para hablar de este proyecto que crece, que se construye desde lo chiquito, para hablar de este proyecto de amor, de justicia, de paz, que es el sueño de Dios, que crece desde las pequeñas cosas de todos los días, Jesús elige la parábola de la semilla, la parábola del grano de mostaza. Jesús habla en fácil a la gente. Y la parábola, de alguna manera, es la llave que abre corazones y que abre mentes. A veces pensamos en nuestra catequesis, grandes encuentros. A veces pensamos, en nuestras parroquias, con palabras difíciles las cosas que queremos transmitir de Dios. Qué lindo que podamos aprender de Jesús que hoy, para transmitir algo tan profundo como es el Reino de Dios, usa palabras fáciles. Usar palabra fáciles es propio de gente inteligente. Cuando usamos palabras demasiado difíciles, en realidad, es porque no sabemos decir las cosas de manera sencilla. Entonces nos complicamos la vida. Que ojalá cada uno como agente pastoral, en lo que esté, en la liturgia, en la catequesis, en Cáritas, en la pastoral carcelaria, los curas, los diáconos, las religiosa, le contemos a la gente los misterios de Dios con palabras sencillas, con palabras fáciles, como Jesús lo hizo con las parábolas.


Y lo último. El salmo de hoy nos hacía cantar, hermosamente con la antífona: "Es bueno darte gracias, Señor". Yo me permití, entonces, utilizando este lenguaje de la semilla y de la siembra, que podamos decir juntos:

Es bueno darte gracias, Señor, por quienes sembraron valores en nuestra vida.

Es bueno darte gracias, Señor, por quienes ayudaron a educarnos y a sacar de nosotros lo mejor.

Es bueno darte gracias, Señor, por quienes nos supieron esperar respetando nuestros tiempos y no dejando ganar a la ansiedad.

Es bueno darte gracias, Señor, por quienes confiaron en que verdaderamente podíamos crecer y germinar.

Es bueno darte gracias, Señor, por quienes en algún momento nos dejaron solos, como el sembrador, que en un momento está durmiendo. Pero eso fue para que podamos despegar y ser protagonistas de nuestra propia vida.

La fuerza de la vida, encerrada en la semilla, envejece y se extingue si no hay una mano que confíe en su pequeñez y arriesgue su tiempo, su tierra y su trabajo. Gracias por esas manos que confiaron en nosotros para que no seamos semillas que envejezcamos. Gracias porque nos ayudaron y nos sembraron para que podamos germinar y construir cada uno, con pequeños gestos de todos los días, el Reino de Dios



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