Lecturas de la Misa
Job 38, 1.8-11.
Salmo 106.
2 Cor 5, 14-17.
Evangelio según San Marcos 4, 35-41
HOMILÍA
“Al atardecer”. Así comienza el Evangelio de hoy. Parece que todo ha oscurecido: la luz de la esperanza, la claridad de la alegría, el resplandor de los encuentros familiares o de los encuentros fraternales... se fueron apagando con el avance de la pandemia. Por eso empezó este atardecer en marzo del año pasado, cuando se desató fuertemente la pandemia pero se fue apagando la alegría, se fue apagando la esperanza, se fue apagando el resplandor de los encuentros familiares y amigos. Y esta pandemia que se transformó en una gran tormenta, se dice que las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Creo que de esa manera, también, empezaron a entrar los miedos y entró la angustia. Entonces el corazón no se llenó de agua, pero sí se llenó de miedo, de tristeza, se fue llenando de muerte. Podríamos decir que este Evangelio representa toda la situación de la pandemia que venimos sufriendo hace más de un año y medio. De hecho, este es el Evangelio que utilizó el Papa Francisco para hacer aquella oración tan conmovedora, el 27 de marzo de 2020 desde la Plaza de San Pedro, donde se lo veía al Papa solo, pero con toda la humanidad acompañándolo en aquella tarde lluviosa de Roma.
El salmo dice que “un vendaval increpaba las olas del océano y ellos subían hasta el cielo. Luego “bajaban al abismo y se sentían desfallecer por el mareo”. Y a mí, esta parte del salmo, me hace acordar a nosotros que vivimos mareados entre lo que podemos hacer y lo que no podemos hacer, entre medidas sanitarias que van cambiando todo el tiempo y que a veces, cuando disminuyen los contagios y se producen algunas aperturas de actividades, subimos nuestro optimismo y nuestras expectativas. Y luego, cuando aumentan los contagios, aumenta el número de muertes y se decide una cuarentena más cerrada, inmediatamente también bajamos. Y baja también nuestro estado anímico, como dice el salmo, hasta el abismo del pesimismo, hasta el abismo de la desesperanza.
Vivimos, como dice entonces el salmista, en un mareo constante, en un mareo diario entre distintas medidas sanitarias. Y a veces estamos muy arriba con el optimismo y a veces decaemos, fuertemente, al abismo de la desesperanza y del pesimismo. Continua el salmo: “pero en la angustia invocaron al Señor”. Justamente, en la angustia los discípulos lo despiertan a Jesús al grito de “Maestro, ¿no te importa que nos ahoguemos?”. Y allí, el Papa Francisco, nos hace notar que en realidad no dejan de creer en Jesús, porque de hecho lo están invocando, sino que lo que ellos preguntan es “¿no te importa que nos ahoguemos?”. Pareciera que el planteo de los discípulos es: Jesús, a vos no te importa nuestra vida, no te importa nuestro destino, no te importa aquello por lo que hoy estamos atravesando. Algún autor dice que es el colmo de la desconfianza. Es muy duro cuando alguien te dice “¿no te importa lo que me pasa?”. Cuando sentís que al otro no le importa lo que le contás, o al otro no le importa lo que vivís. Qué duro que es este “no me importa” o “no te importa”. Cuánto desinterés y cuánto dolor provoca esa frase.
Pero si para los discípulos era una desconfianza y era decir “no te importa que nos ahoguemos”, creo que el Evangelio lo que muestra en todo momento y el salmo que casi es un paralelo de la lectura del Evangelio, nos van confirmando una vez más que sí, para Jesús somos importantes. A Jesús sí le importa lo que nos pasa. Jesús no es indiferente frente las tormentas que tenemos en nuestra vida. Por eso creo que la tormenta nos mostró que no somos autosuficientes, que no podemos solos, que nos habíamos dormido, o en todo caso, que habíamos dormido la necesidad que tenemos de Dios y la necesidad que tenemos de los demás. Quizás fuimos nosotros a los que no nos importó nada de Dios y la pandemia nos mostró cuánto lo necesitábamos. Pero a la vez, qué importantes somos para Él.
Jesús estaba durmiendo. Y creo que Jesús se despierta ante el reclamo de los discípulos. Pero (Jesús) se despierta para despertar. Jesús se despierta para despertar nuestra solidaridad. Jesús se despierta para despertar la consciencia de que de la pandemia salimos juntos. Jesús se despierta para despertar nuestra esperanza que, casualmente, era simbolizada en la antigüedad y ahora también, pero en la antigüedad especialmente, como un ancla. La esperanza era simbolizada como un ancla. Así se la encuentra dibujada o pintada en algunas de las catacumbas, así la desarrolló en su reflexión teológica San Agustín o San Juan Crisóstomo: la esperanza como un ancla. En medio de la tormenta, lo firme, lo que sostiene a la barca, lo que hace que la barca no se hunda, es estar anclado. Y nuestra fe está anclada en la promesa de Dios. Nuestra vida está anclada en el cielo, dice Francisco. En esta imagen de barcos, de tormentas, de mares, darnos cuenta que Jesús viene, también, a despertar nuestra esperanza, simbolizada hermosamente con el ancla.
Hay una frase que dice que en los momentos de crisis, uno es más uno mismo. Entonces yo creo que en el momento de la crisis, de la tormenta, los discípulos fueron más ellos mismos y se mostraron crudamente planteándole a Jesús “¿no te importa que no ahoguemos?” Yo creo que también, en la crisis de la pandemia, hemos visto distintas reacciones y cada uno se mostró más uno mismo. Pienso, como alguno de los ejemplos, a aquellos que en esta tormenta de la pandemia se quisieron salvar solos y primeros, por si se acababan los barcos, eso botes salvavidas, como en la película Titanic. Entonces hago trampa y me subo rápido al bote salvavidas, por las dudas que haya pocos y se acaben. Sin lugar a dudas ellos son representados por los vacunados VIP. Aquellos que habrán creído, quizás, que la vacuna no alcanzaba para todos, entonces por las dudas, “me vacuno primero” y “me hago poner el cartelito de esencial, el de imprescindible” o lo que sea.
Pienso en aquellos que frente a la tormenta de la pandemia siguieron como nada y vuelvo al paralelo de la película Titanic: ¿se acuerdan de la orquesta? La orquesta seguía tocando mientras el barco se iba a pique. Y pienso en los “antipandemia”, pienso en los que siguen discutiendo las bondades de la vacuna. En realidad, son los negadores seriales. Frente a tantos muertos y tantos enfermos siguen creyendo que no pasa nada. Pienso también en aquellos que empujan al agua a los más débiles para que, en todo caso, la barca en la tormenta no se hunda y pese un poco menos. En realidad, por eso el Papa insiste con que la pandemia provoca cada vez más exclusión, porque indudablemente, empujamos a algunos a las periferias. Empujamos a algunos al agua y, en concreto, pensaba en nuestra Diócesis en aquellos que, frente a la necesidad de la vivienda, se ven obligados alquilar piecitas indignas en algunas pensiones que tienen dudosa habilitación y lo hacen a precios desorbitantes. El problema de la vivienda no solamente no lo hemos resuelto, sino que parecería que con la pandemia recrudeció y algunos viven a costa de la necesidad de otros. Un modo de empujarlos al agua.
Pero también, y sería desagradecido si no lo decimos, aquellos que han reaccionado haciendo cosas maravillosas por los demás. Los que decimos en la carta pastoral “los José sencillos” de la pandemia. Aquellos que hermosamente se han puesto la pandemia al hombro y ayudan y colaboran y rezan por los demás y se comprometen. ¡Gracias! porque como dije al principio, en los momentos de crisis uno es más uno mismo, y hay muchos que en este momento de crisis y tormenta de la pandemia, han demostrado ser más que buena gente, muy buena gente. Gracias, entonces, a estos José sencillos.
Hoy, con este Evangelio de la tormenta, 20 de junio Día de la Bandera, Día del Padre. Pensé, ¿cómo poder unir estos tres temas? Creo que la idea de Patria un poco puede unir a los tres. Por un lado, por el 20 de junio, el Día de la Creación de la Bandera. La bandera es uno de nuestros símbolos patrios. Por otro lado, la idea de padre/patria viene de patris, “padre”. Entonces, pensaba en nuestra Patria como si fuese una barca.
Alguna vez leí un artículo que me quedó para siempre en la memoria en el 2005, en el diario. Decía: para los argentinos la patria es un sentimiento de amor y de espanto. Y creo que es verdad. Para los argentinos la Patria es algo que nos hace sentir unidos por los vínculos afectivos, por la historia, por la cultura, la patria nos emociona, la patria nos moviliza. Y también es verdad que, a veces, la Patria no provoca espanto, enojo. La Patria también nos amarga. Y si la Patria es nuestra barca, creo que hoy nos toca remar a nosotros y llevarla a buen puerto. Entonces me dejo y les dejo algunas preguntas: ¿será que por pelearnos y sentirnos los salvadores, todo el tiempo tironeamos del timón queriendo llevarla a distintas orillas y entonces hace rato que perdimos la dirección? ¿Será que nos sentimos los dueños del barco, los dueños de la Patria, imbuidos de una soberbia de creer que la historia comienza con nosotros, que somos los salvadores, los únicos expertos en tormentas? Me animo decir que vivimos como en un eterno presente: todos los que estuvieron antes están equivocados y nosotros somos los que la tenemos totalmente clara. Quizás no falte humildad, reconocer que somos hijos del mismo Padre del cielo que nos regala esta bendita tierra que es la Argentina. Quizás nos falte, entonces, imaginarnos a nuestro país como esta barca, izar la bandera celeste y blanca en el palo mayor de nuestra Patria y dejar a Jesús que sea el que nos guíe en esta tormenta, mientras nosotros unidos en paz, seguimos remando por respeto a los que hicieron mucho por nuestro país y por amor a las generaciones venideras. Pidamos entonces en esta misa a Jesús. Invoquemos su nombre para que despierte nuestra fe y nuestra querida Argentina no naufrague.
LECTURAS RECOMENDADAS
Papa Francisco, Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, 27 de Marzo de 2020
“Somos San José”, Juan Obando
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