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2021-08-29 | Homilía del 22º Domingo del Tiempo durante el año

Lecturas de la Misa

Deuteronomio 4, 1-2. 6-8

Salmo 14

Santiago 1, 17-22.27

Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23


HOMILÍA


Luego del discurso de Pan de vida del capítulo 6 del Evangelio según San Juan que nos fue ocupando varios domingos, hoy volvemos a leer el evangelio de Marcos y leemos el inicio de este capítulo 7. Antes de esta escena es interesante prestar atención al momento justamente anterior al evangelio de hoy. La escena del pasaje evangélico anterior al evangelio de hoy que leímos en la misa es cuando Jesús va a Genesaret y cura muchos enfermos.


Genesaret era la tierra fértil de Galilea y dicen que, cuando llegó Jesús, todo el pueblo le acercaba a las plazas en camillas a muchos paralíticos, a muchos enfermos, a muchos leprosos. Y entonces la escena es (mostrando) a Jesús curándolos a todos ellos.


Pensaba, entonces, cuánta alegría tendría que esa gente, cuánta emoción, cuánto amor de parte de Jesús que va curando uno a uno los enfermos que se cruzan en su camino y cuánta solidaridad hay en toda la gente que lleva las camillas con los enfermos a las plazas para que se encuentren con el Señor.


Esto que acabo de decirles es justo la escena anterior al evangelio que proclamamos hoy en la misa, y luego de esta alegría, de este contacto de Jesús con el pueblo, de esta curación de tantos enfermos, aparecen de repente los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén para discutir con Jesús sobre las tradiciones. Podríamos decir, después de esta hermosa escena de Jesús curando enfermos, que los fariseos y los escribas se quedan en la chiquita, podríamos decir que se quedan en detalles, ellos habían hecho de una práctica de higiene muy necesaria, que era lavarse las manos, una tradición religiosa pero una tradición de religiosa que lo único que había logrado era excluir, dividir, y la usan ellos para señalar la conducta de los discípulos, por lo tanto resulta ser una tradición demasiado humana y muy poco religiosa porque no ayuda a generar fraternidad sino que a lo que ayuda es a dividir.


Podríamos decir que, lo que hacen estos fariseos hoy cuando le reclaman a Jesús porque sus discípulos comen con las manos impuras, podríamos decir después de lo que vimos, después de esa hermosa curación de tantos enfermos, que ´le están buscando el pelo al huevo, le están buscando la quinta pata al gato´.


Cuántas veces eso nos pasa a nosotros que nos quedamos en la chiquita, nos quedamos en nimiedades, en cosas pequeñas, nos quedamos en las cosas que nos tornan escrupulosos y que son cosas verdaderamente superficiales. Qué incapacidad que tenemos a veces de ver la parte del vaso media llena, nos quedamos con la parte media vacía. Es lo que le pasó a los escribas y fariseos, no pudieron percibir ni tener empatía con aquellos enfermos curados o con este Jesús que se había rodeado de su gente y entonces ´buscan el pelo al huevo´ y lo encuentran en esta práctica que ellos llaman religiosa, pero en realidad es una práctica meramente humana que lo único que hace es, en ese clima tan lindo que se había generado de alegría, romper la fraternidad, porque lo que generan es discusión y diferencias.


La pregunta que le hacen a Jesús y la recuerdo aquí, es “¿porque tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados sino que comen con las manos impuras?” Manos impuras no es lo mismo que mano sucia. Cuando uno tiene las manos sucias, y en este tiempo de pandemia que hemos tenido que aprender a cuidarnos y hemos tenido que aprender a dedicarle un tiempo al lavado de manos, sabemos que manos sucias se lavan con agua y jabón y es lo que tenemos que hacer todos en casa como una práctica de prevención, lavarse las manos con agua y jabón es un modo de pasar de tener las manos sucias a tener las manos limpias. Las manos impuras es otra cosa, para los judíos fariseos, para esos escribas las manos impuras las tienen los discípulos y las tiene Jesús porque se la pasaron tocando gente a la que ellos consideraban impura.


Recordemos que en aquella época los leprosos, los paralíticos, las prostitutas, los enfermos eran personas impuras y por eso no había que acercarse a ellos y no había que tocarlos, por lo tanto cuando hoy acusan a los discípulos de tener las manos impuras los están en realidad acusando de que estuvieron tocando a gente que ellos consideraban impura, por eso le podríamos decir nosotros a estos fariseos: qué bueno tener las manos impuras usando la categoría que ellos creen, qué bueno tener las manos impuras por tocar las llagas del Señor en los hermanos que sufren, qué bueno que nosotros también podamos tener las manos impuras, sí es lo que ellos dicen, por estar al lado del que sufre, por tocar al enfermo, por acariciar al discriminado, por abrazar al que se siente solo, si eso es tener las manos impuras, bienvenido sea.


Lo que nos toca hoy decirle a los fariseos es que, en realidad, son otras las manos que nos preocupan, nos preocupan las manos manchadas con sangre, manchada con la sangre de comprar cosas robadas, nos preocupan las manos manchadas con sangre provocada por el narcotráfico o por la venta ilegal de armas, nos preocupan las manos manchadas con sangre, con la sangre de la corrupción, ¡esas manos! de ellas si nos queremos cuidar.


También nos queremos cuidar, y se lo decimos a estos fariseos del Evangelio, de las manos esterilizadas, las manos esterilizadas son como las manos no contaminadas, las que no tocan la realidad, aquellas manos de laboratorio podríamos decir, manos que señalan con el dedo desde lejos, mano que no se manchan con el barro de la vida.


También nos queremos cuidar de las manos atadas, las manos atadas que no hacen ni bien ni mal, en realidad hacen nada, y recuerdo siempre aquella frase de este pensador irlandés que decía: “lo único que tienen que hacer los hombres buenos para que el mal avance es nada”. Por eso también queremos cuidarnos de las manos atadas.


Los fariseos se quedan en lo exterior en prácticas tradicionales que no son esenciales, nosotros también a veces en nuestras prácticas religiosas nos quedamos en temas que son superficiales o que no tienen tanta importancia y los ponemos como si fueran los pilares de nuestra fe, si ponemos dos velas en el altar o hay una sola, si la canción que cantamos es litúrgica o no es litúrgica, si las flores que hay deben ser blancas o deben ser de color, si celebramos con zapatillas o no. Digo, a veces, nos quedamos en cosas tan exteriores que, me parece, que nos parecemos un poco a estos fariseos.


Francisco nos dice, repetidas veces, que hay un orden o jerarquía de verdades en nuestra fe que no es lo mismo, por ejemplo, el mandamiento del amor o la misericordia de Dios, que las rúbricas litúrgicas o que algunos principios doctrinales.


Francisco se lo dice fuertemente a los catequistas, y la semana pasada celebramos su día por eso me permito leer un pequeño texto que dice así: “Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o «kerygma»…”, es decir, en la boca del catequista siempre tiene que resonar el primer anuncio: Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte y ahora está vivo a tu lado cada día para iluminarte, para fortalecerte y para liberarte. Este es el primer anuncio y no significa que porque está solamente al comienzo y luego lo olvidamos, sino que decimos que es primero porque es el anuncio principal.


Una idea clave con los catequistas: el kerygma; el poder anunciar una y mil veces porque es quizá, lo más importante de nuestro anuncio, que Jesús te ama, que Jesús dio su vida para salvarte, que está acompañando tu vida diariamente para iluminarte, para fortalecerte y para liberarte. A veces se nos van los encuentros de catequesis hablando de cualquier otra cosa, a veces nos metemos con temas doctrinales que lo único que generan son profundos debates pero nos olvidamos de lo más importante: del anuncio del kerigma. Sin darnos cuenta, se nos va colando en la vida cierto fariseísmo, por eso, dice Francisco más adelante: “Más que como expertos en diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel al Evangelio.” No estamos para condenar, estamos para acompañar a nuestra gente y a veces, también, en nombre de ciertos principios doctrinales nos sale levantar el dedito acusador.


La segunda lectura de Santiago es contundente cuando dice: “la religiosidad pura y sin mancha delante de Dios, nuestro padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas cuando estén necesitados y en no contaminarse con el mundo.”


Santiago nos dice qué es lo fundamental, qué es lo primero: qué es esa religiosidad pura, y fundamentalmente es, vivir la misericordia.


En aquella época los que más sufrían, los más discriminados, los que no tenían ningún tipo de derecho eran los huérfanos y las viudas. Hoy poder vivir la misericordia con nuestros hermanos más vulnerables, con nuestros hermanos más pobres, con los más discriminados es el pilar fundamental de nuestra fe, lo demás es agregado, lo demás no tiene la misma importancia, y eso tenemos que volver a vivirlo, tenemos que volver a sentirlo.


Y creo que un modo es poder durante esta semana recitar una y mil veces el salmo 15 (14). El salmo de hoy me parece que es una hermosa oración que nos hace centrarnos en lo importante de nuestra fe, que nos hace volver sobre un pilar de nuestra fe, que nos hace tratar de evitar ser fariseos, esos fariseos que se ocupan en detalles, en cosas que nos hacen escrupulosos, en cosas que dividen, en cosas que no colaboran con la fraternidad, y que por otro lado, no son fieles al Evangelio.


Por eso quisiera compartir con ustedes una vez más, como oración animarlos hacerlo durante la semana el salmo 15 (14). El salmo que dice:

El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo ni agravia a su vecino, el que no estima a quien Dios reprueba y honra a los que temen al Señor. El que no se retracta de lo que juró aunque salga perjudicado. El que no presta su dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que procede así, nunca vacilará.


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LECTURA RECOMENDADA PARA LA SEMANA

  • Salmo 15 (14).

  • Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 164. Algunos desafíos culturales.

 
 


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