Lecturas de la Misa
Isaías 50, 5-9a
Salmo 114
Santiago 2, 14-18
Marcos 8, 27-35
HOMILÍA
Quizá el primer párrafo del evangelio de hoy, pueda pasar desapercibido, cuando nos dice que Jesús salió de la región de Tiro, pasó por Sidón, fue hacia el mar de Galilea atravesando la Decápolis. Nos vuelve a presentar la imagen de un Dios callejero, nos vuelve a presentar la imagen de un Jesús peregrino y creo que, una vez más, confirmamos a 60 años de la diócesis, la Iglesia que queremos ser al estilo de Jesús.
Una Iglesia en salida, una Iglesia con discípulos misioneros que se animen a ser testigos del Resucitado en las calles y en los distintos ambientes, más allá de las parroquias, más allá de los salones, queremos ser una Iglesia verdaderamente misionera, una Iglesia en salida al modo de Jesús.
Hoy, en ese primer párrafo nos habla de este Dios que recorre ciudades, este Dios que recorre pueblos, de este Dios que no se queda encerrado en un templo, sino que al contrario, es un enamorado de la gente y por eso siempre sale a encontrarse con todos.
Después de esta primera introducción pensaba que, hoy el Señor se encuentra con una persona sordomuda, una persona sordomuda que evidentemente no solamente está enferma, sino que seguramente sufre un gran aislamiento, un aislamiento muchísimo más profundo que el que vivimos nosotros en la cuarentena, sufre el aislamiento de no poder comunicarse, de no poder entrar en contacto con los demás precisamente por tener esta dificultad física, y el Señor la cura.
Y me gustaría aquí advertir el modo que tiene Jesús de curar a esta persona sordomuda, lo hace con un modo muy delicado, lo aparta, los lleva a un lugar aparte, es decir no adelante de todos, no lo expone. Al mismo tiempo, Jesús pone lo mejor de sí, pone el cuerpo podríamos decir, pone el cuerpo, porque pone su dedo en sus orejas, pone su saliva en la lengua, y nos puede resultar quizá algo desagradable pero nos está mostrando a un Jesús que se involucra en la sanación de este enfermo.
Luego dice que “levanta los ojos al cielo”, es decir, reza, luego sigue diciendo el evangelio que suspira, suspirar es aspirar fuerte y prolongadamente y después expirar. Y cuando uno busca la definición de un suspiro en el diccionario dice que uno suspira por un sentimiento de dolor, por un sentimiento de alivio, o por un sentimiento de deseo, seguramente en el suspiro de Jesús está el deseo de poder curar al sordomudo.
Esto también es parte de los modos de Jesús, muchos gestos y pocas palabras. Jesús lo toca, pone su saliva en la lengua, sus dedos en los oídos, los lleva un lugar aparte, mira al cielo, suspira y solamente dice: “Ábrete, efata”. Ábrete, en el estilo de Jesús. Hay un uso de pocas palabras y muchos gestos, gestos que gestan, gestos que hablan por sí solos.
Hay un dicho que dice: “no hay peor sordo que el que no quiere oír”, y creo que quizá esa es nuestra sordera. La mayoría de nosotros no tiene una sordera física, sino que lo que podemos decir mucho más en nuestra Argentina, es que tenemos una sordera ideológica, una sordera cultural, una sordera que tiene más que ver con prejuicios, una sordera que tiene más que ver con la intolerancia. Aunque parecería que nuestros oídos funcionan muy bien.
Por eso me animo hacer como un paralelismo entre esa sordera física que tenía el enfermo del Evangelio y nuestras sorderas más ideológicas, más culturales, nuestra sordera más ligada a otras cosas.
Creo que nosotros como sociedad, tenemos tapones de cera también, así como a veces se pueden formar tapones de cera en nuestros oídos, creo que cada uno de nosotros, y puede ser parte de nuestra sordera ideológica o cultural, tenemos también tapones de cera ideológicos o culturales.
Tenemos el tapón de cera de la intolerancia, no soporto al que es distinto, piensa distinto. Tenemos el tapón de cera de la soberbia intelectual, yo soy el dueño de la razón, ´que voy a estar escuchando a otros si yo la tengo muy clara´. Tenemos el tapón de cera del relato, me hago las preguntas y yo las respondo, analizo la realidad, digo lo que hay que hacer, es decir me hago un relato que me lo creo, y de esa manera no tengo por qué escuchar a otros, si puedo con mi relato suficientemente, no necesito escuchar a otros.
Pienso también en estos tapones de cera ligados al ´siempre se hizo así´, qué me vienen con ideas nuevas, con ideas renovadoras, qué me vienen con desafíos que impliquen cambio.
Pienso en el tapón de cera de ´todo tiempo pasado fue mejor´, donde ese tapón se fue enquistando y entonces no nos podemos abrir a la novedad, no podríamos nunca vivir aquello del Apocalipsis cuando Dios dice: “yo hago nuevas todas las cosas”, porque vamos a estar siempre con el tapón de cera de la nostalgia, de creer que todo tiempo pasado fue mejor.
Cuántos tapones de cera ideológicos, culturales pero que de algún modo nos fueron haciendo sordos a todos, por eso será que nos cuesta tanto el diálogo y comunicarnos entre los argentinos y así como hay tapones de cera físicos y hablamos de tapones de cera intelectuales y culturales, me parecía también que cuando uno tiene un tapón de cera, una de las cuestiones o de las cosas que puede utilizar de los instrumentos es un hisopo.
Uno con un hisopo puede por lo menos limpiar los oídos, creo que también y en este tiempo mucho más, estamos desafiados a utilizar hisopos que nos ayuden a abrir los oídos, que nos ayuden al diálogo, y como creo que nuestras sorderas ideológicas, nuestra sordera eras culturales en esta Argentina son muy profundas, creo que hay que usar hisopos grandes.
Por eso me atreví a pedir a nuestra producción de la misa la imagen simbólica de un hisopo grande. Un hisopo grande porque creo que todos nosotros como sociedad argentina lo necesitamos.
Creo que necesitamos el hisopo de la humildad, de no creernos más que los demás y aceptar que quizá el otro tiene alguna idea buena que puedo aceptar. El hisopo del respeto, ya que, aunque piense distinto al otro, no me quiero cerrar a él porque es mi hermano, es un argentino y merece todo mi respeto. El hisopo del interés y la apertura a la opinión distinta, la posibilidad de que otro diga algo que pueda resultar interesante.
Cuánto necesitamos del hisopo de la humildad, del hisopo del respeto, del hisopo de la apertura los que piensan distinto y pienso un hisopo grande que necesitamos los argentinos, para romper nuestras sorderas, indudablemente es el hisopo del diálogo.
Cuanto diálogo nos falta, que incapacidad tenemos de dialogar los unos con los otros, en general cuando alguien habla ya estoy pensando en que le voy a responder, cuando alguien está diciendo una idea ya estoy pensando como retrucarla o descalificarla, cuando alguien está diciendo algo y no me gusta, casi que estoy produciendo más cera para tapar mis oídos y no escucharlo. Por eso, simbólicamente, que este hisopo sea la acción de Dios en cada uno de nosotros para abrir nuestros corazones y abrir nuestras mentes a la posibilidad del encuentro con el hermano.
El enfermo no solamente era sordo sino también era mudo, por no escuchar no pudo aprender a hablar.
Nosotros creo que también por no escucharnos como dijimos recién, por muchos tapones de cera ideológicos, culturales, por no usar hisopos que nos ayuden abrirnos a los demás, hisopos de humildad, de respeto, de aceptar la opinión del otro; por no escuchar, también fuimos perdiendo la capacidad de hablar y entonces gritamos, entonces retamos, entonces desaforadamente damos nuestras opiniones como esa profesora hace unos días bajando línea a sus alumnos, entonces no hablamos y nos abroquelamos y nos encerramos en nuestros silencio, como si fuésemos nenes caprichosos, o directamente somos mudos de todo aquello que nos pasa. Y lo que sí tenemos, es una gran capacidad de soltar la lengua para hablar de los demás.
Justamente la segunda lectura de hoy, de la carta de Santiago, nos advierte que no tenemos que hacer diferencias, acepción de personas. Santiago nos advierte cuántas veces juzgamos a los demás por su aspecto exterior, cuántas veces hablamos de los demás por cómo se visten.
Qué bueno sería entonces, aprender a dialogar, aprender a hablar, aprender hacer silencio para no juzgar, condenar y meternos en la vida de los demás y en todo caso aprender hablar de lo que siente nuestro corazón, y ser adicto, adicto son los que no hablan de lo que les pasa.
Termino, el Papa Francisco en la encíclica “Fratelli Tutti”, la última encíclica, nos anima al diálogo social, nos anima a la escucha del otro, nos anima al respeto del otro, nos anima al diálogo, al encuentro y a la fraternidad. Por eso quisiera terminar con un punto de la Fratelli tutti, el número 198 que dice así: “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo”, dice Francisco, “me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta”.
LECTURA RECOMENDADA PARA LA SEMANA
Francisco. Encíclica Fratelli Tutti. Capítulo 5. La mejor política. Y el número 198. Sobre el diálogo.
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