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2021-10-03 | Homilía del 27º Domingo del Tiempo durante el año

Lecturas de la Misa

Génesis 2, 4b. 7ª. 18-24

Salmo 127, 1-6

Hebreos 2, 9-11

Marcos 10, 2-16


HOMILÍA


Comienza el evangelio de hoy diciendo que, algunos fariseos para ponerlo a prueba le plantean una nueva cuestión a Jesús. Recordarán todos ustedes que más una vez, los fariseos intentan ponerlo a Jesús en aprietos y tratan de que Jesús se defina sobre algunas cuestiones.

Hoy una vez más los fariseos le hacen una pregunta tramposa a Jesús, lo quieren poner en la disyuntiva, lo quieren poner en la situación incómoda entre lo que fue la ley de Moisés, que permitía el divorcio del varón respecto a la mujer y la dignidad de la mujer.


¿Qué quiero decir? Si Jesús hoy decía que, estaba muy bien el divorcio, que el hombre dejara a la mujer, estaba de alguna manera avalando el machismo profundo que existía en la ley de Moisés. Si Jesús decía que esa Ley no era correcta le iban a decir enseguida que él no cumplía como todo judío con la ley mosaica. Una disyuntiva. Nuevamente a Jesús lo ponen a prueba, y Jesús con la respuesta lo que va hacer es tirar las pretensiones de superioridad que tienen los fariseos, no solamente sobre las mujeres sino también sobre los pobres, sobre los enfermos y, al final del evangelio de hoy veremos que también, sobre los niños.


En el fondo, hoy en el evangelio tenemos el tema de la exclusión, por un lado con el tema del divorcio la exclusión de las mujeres, por otro lado con el tema de los niños que se quieren acercar a Jesús la exclusión de los niños.


Respecto al tema del divorcio, la Ley que, los fariseos conocían de memoria por lo tanto era un poco ridículo que se lo plantearan a Jesús, es del libro del Deuteronomio en el capítulo 24 y yo quería permitirme leer lo que dice el libro del Deuteronomio porque verán, que es una norma extremadamente dura y extremadamente machista y dice así: “Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, puede ser que la encuentre con algún defecto y que ya no la quiera, en ese caso escribirá un certificado de divorcio que le entregara antes de despedirla de su casa”.


Es decir, esta Ley permitía que el varón repudiara a su mujer por cualquier motivo, decía aquí, “que la encuentre con algún defecto” y por eso, Jesús dirá fuertemente que no quiere responder desde esa Ley sino que quiere responder desde el relato de la creación. Jesús quiere responder desde el ideal, el ideal de Dios es, que habiendo hecho al varón y la mujer, quiere que puedan vivir y se puedan complementar uno al otro, y por supuesto que es un relato que no es ni científico, ni histórico sino que es un modo de relatar el sueño de Dios tenía sobre la creación: y que es que se puedan sentir complementados uno con el otro.


El Papa Francisco respecto de este relato de la creación dice que, ese hermoso relato cura la soledad, cura la soledad del hombre, cura la soledad de la mujer y los pone a los dos en el mismo nivel. No hay uno más importante como otro, que era el defecto que tenía esa Ley tan machista el Deuteronomio, y que es esa Ley que sostienen los fariseos.


De alguna manera, lo que nos plantea hoy, es que en el origen está el amor, que en el fin también como horizonte está el amor y que el amor también es camino. El amor es camino y es un camino arduo, es un camino difícil que lo conocen, por supuesto, un montón de parejas que comenzaron sus vidas juntas, que quizás después no pudieron seguir recorriendo juntas ese camino, porque si bien tenían el ideal del amor las dificultades fueron muy grandes.


Por eso, creo que tenemos que pensar al divorcio como una ruptura, como una herida, como algo que duele y si es una herida y algo que duele, lo que tenemos que revisar es cuál es nuestra actitud como Iglesia. Una Iglesia que tiene que ser madre, una Iglesia que tiene que abrazar a los heridos de la vida, una Iglesia que no está para condenar.


Les recomiendo enormemente un documento del Papa Francisco, que es la exhortación apostólica sobre el amor de la familia, se llama Amoris Laetitia, en latín. Habla allí el Papa sobre el amor de la familia y me voy a permitir solamente leer tres puntos donde insiste Francisco, con que sí bien nuestro ideal es el amor, si bien volvemos sobre este relato del Génesis, donde el varón y la mujer se complementan, donde se cura la soledad (como nos decía en otro relato), también tenemos que revisar cuál es nuestra actitud como madre, como Iglesia, como Iglesia que quiere estar lado de los heridos, muchos de ellos que comenzaron juntos un camino pero que después vivieron esta ruptura, ésta herida del divorcio.


Dice Francisco en el número 243: “a las personas divorciadas que viven en nueva unión es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que no están excomulgadas y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunidad eclesial. Estas situaciones exigen un atento discernimiento y un acompañamiento con mucho respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga sentir discriminadas. Y promoviendo siempre su participación en la vida de la comunidad.”


En el número 305 de este mismo documento Amoris Laetitia, el Papa Francisco dice: “Un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones irregulares, como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aún detrás de las enseñanzas de la Iglesia para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos más difíciles y a las familias más heridas.”


Y en el número 308: “los pastores que proponen a los fieles el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia deben ayudarlos también a asumir la lógica de la compasión con los frágiles y evitar persecuciones o juicios demasiado duros e impacientes.”


Creo que Francisco de distintos modos nos va diciendo que si realmente el divorcio es una herida, si realmente no fue el sueño de Dios que, el hombre y la mujer dejasen de caminar en el camino del amor, no por eso nosotros tenemos que levantar el dedo acusador, no por eso nosotros tenemos que discriminar, porque recuerdo siempre la frase de que vivimos como podemos, no siempre como queremos, y no estamos en este mundo como Iglesia para juzgar sino para acompañar.


A veces en esa hipocresía que nos caracteriza como sociedad, nos escandalizamos y juzgamos cuando conocemos una pareja que vive en segunda unión, que ha sufrido la herida del divorcio pero no sé si de la misma manera nos escandalizamos frente a los divorcios sociales.

Porque si el divorcio es una ruptura, cuántas rupturas sociales hay entre nuestra clase dirigente y la realidad, cuánta ruptura social hay entre los argentinos, cuanto divorcio hay que ni siquiera nos podemos encontrar para dialogar. Cuánto divorcio también tenemos, a veces, entre lo que pensamos y lo que decimos, cuánto divorcio entre lo que creemos y la manera de vivir. Esos divorcios sociales que tanto nos duelen como país, a veces hipócritamente, me parece que no los tenemos muy en cuenta y son enormemente graves.


Por eso también en esta misa en la que pedimos por todas las familias, especialmente por aquellas familias que están en mayores dificultades, especialmente aquellas familias que soñaron un modo para vivir y después no lo pudieron continuar, que se sientan siempre recibidos en nuestra Iglesia, pero también pidamos por los divorcios sociales, esos divorcios que a veces tenemos con la realidad de los más pobres, esos divorcios que a veces tenemos con las ideas y con lo que después hacemos. Y pidamos por nuestra Argentina para que exista mayor diálogo social, mayor fraternidad, mayor amor social, como dice el Papa Francisco.


LECTURA RECOMENDADA PARA LA SEMANA

Papa Francisco. Exhortación AMORIS LAETITIA, capítulo 8: Acompañar, discernir e integrar la fragilidad.

 
 

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