top of page
Carta Pastoral 2022
JESÚS ES EL CAMINO, nada como ir juntos a la par
Mons. Jorge García Cuerva
2022-05 Carta Pastoral - tapa final.jpg

I.      Introducción  

II.     La necesidad de caminar 

III.   Los discípulos de Emaús, una escuela de caminantes

IV.    Las peregrinaciones, somos un pueblo que camina 

V.      Conclusión

 

Carta Pastoral 2022

JESÚS ES EL CAMINO

nada como ir juntos a la par

Mayo de 2022

 

I. Introducción

Quien tenga miedo a andar,

que no se suelte de la mano de su madre

quien tenga miedo a caer,

que permanezca sentado

quien tenga miedo a escalar,

que siga en el refugio

quien tenga miedo a equivocarse de camino,

que se quede en casa...

 

Pero quien haga todo eso

ya no podrá ser hombre,

porque lo propio del hombre es arriesgarse.

Podrá decir que ama,

pero no sabe amar,

porque amar es ser capaz de arriesgar por otros.

 Ríos, Julián, Vientos de libertad

 

     Desde el año pasado, hemos sido convocados con toda la Iglesia, al inicio del proceso sinodal. El Papa define el sínodo como un momento eclesial que tiene como protagonista al Espíritu Santo que nos conduce.

     Hacer sínodo significa caminar juntos en la misma dirección. La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión. Y en este camino somos convocados a escucharnos prestando atención, sin ánimo de responder inmediatamente, dando lugar a todas las voces, también a las que incomodan. Y es un caminar que hacemos como pueblo, por eso caminar juntos también saliendo al encuentro de tantos que piensan distinto, que tienen otras creencias, otros modos de vivir, pero todos hermanos en el camino de la vida.

     Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.[1]

     Si en una Iglesia sinodal que anuncia el Evangelio todos “caminan juntos”: ¿cómo se realiza hoy este caminar juntos en nuestra diócesis?, ¿cómo es el caminar de nuestras comunidades?, ¿caminamos juntos laicos, religiosas, religiosos y clero?, ¿qué pasos nos invita a dar el Espíritu para crecer en nuestro “caminar juntos” como catequistas, como jóvenes, como Legión de María, como Renovación Carismática, como Pastoral social, etc.? En definitiva, ¿cómo vivimos la sinodalidad en la diócesis de Río Gallegos?

     Por eso la carta pastoral de este año, quiere ser un aporte al momento eclesial que estamos viviendo; que podamos revisar nuestro caminar diocesano, que nos reanimemos en la marcha, que renovemos nuestro compromiso de ser una Iglesia en salida, una Iglesia misionera, una Iglesia que camina.

 

 

II. La necesidad de caminar

Partir es, ante todo,

salir de uno mismo(…)

Partir no es devorar kilómetros,

atravesar los mares

o alcanzar velocidades supersónicas.

Es ante todo

abrirse a los otros,

descubrirnos, ir a su encuentro.

Abrirse a otras ideas,

incluso a las que se oponen a las nuestras.

Es tener el aire de un buen caminante.

Cámara, Helder, Partir

 

     Quién no ha escuchado alguna vez sobre las bondades de caminar, lo bien que hace tomarse un tiempo diariamente. Entre las mayores ventajas de caminar está que no se requiere entrenamiento previo, y que es accesible para la mayoría de las personas. Para mantenerse en forma, así como tener un corazón sano, es recomendable, según los profesionales de la salud, al menos media hora de ejercicio físico diario. Caminar es una excelente manera de lograr este objetivo.

     También es bueno caminar para los cristianos; los evangelios nos describen muchas escenas del Señor caminando con sus discípulos, caminando con el pueblo, recorriendo ciudades y poblaciones, saliendo al encuentro. (Ver: Mt. 4, 28; Mt 4, 23-25; Mt 8, 1; Mt 9, 35; Mc 1, 38-39; Mc 6, 1; Mc 8, 27; Mc 10, 46; Lc 4, 31; Lc 7, 11; Lc 8, 1-3; Lc 19, 1; Jn 2, 13; Jn 4, 1-5; Jn 4, 43; Jn 8, 1-2; Jn 12, 12; etc.)[2]  Jesús, que es el Camino [3], no se queda quieto, y no camina solo, lo hace con sus amigos, con su pueblo, con tantos enfermos, marginados, pecadores, que encontraban en Él, consuelo y liberación.

     No es bueno quedarnos quietos; nos hace mal físicamente, pero también nos va estancando el alma, vamos adormeciendo el entusiasmo, perdiendo el fervor apostólico; encerrándonos en nosotros mismos. Nos vamos transformando en cristianos acomodados, sin inquietudes, sin ganas. Nos gana la “fiaca pastoral”, es como vivir en pijama y con pantuflas en el corazón.

     Por eso es que el Papa Francisco dice: Al Señor, con la vida cómoda, en el sillón, no se le escucha. Permanecer sentados en la vida, permanecer sentados, crea interferencia con la Palabra de Dios, que es dinámica. La Palabra de Dios no es estática y si tú eres estático no puedes escucharla. Dios se descubre caminando. Si tú no estás en marcha para hacer algo, para trabajar por los demás, para llevar un testimonio, para hacer el bien, nunca escucharás al Señor. Para escuchar al Señor es necesario estar en marcha, no esperando que en la vida suceda de forma mágica algo.[4]

     Y más adelante: Dios detesta la pereza y ama la acción. Poneos esto bien en el corazón y en la cabeza: Dios detesta la pereza y ama la acción. Los vagos no podrán heredar la voz del Señor, ¿entendido? Pero no se trata de moverse para mantenerse en forma, de correr todos los días para entrenarse. No, no se trata de eso. Se trata de mover el corazón, poner el corazón en marcha.

     En camino, siempre en camino. No lo busquéis en vuestro cuarto, cerrados en vosotros mismos pensando en el pasado o vagando con el pensamiento a un futuro incierto. No, Dios habla ahora en la relación. En el camino y en la oración con los demás. No os cerréis en vosotros mismos, confiaos con Él, confiadle todo a Él, buscadlo en la oración, buscadlo en el diálogo con los demás, buscadlo siempre en movimiento, buscadlo en camino.[5]

     Con una imagen el Papa lo dice todo: Mejor cabalgar los hermosos sueños (...) que convertirse en jubilados de vida tranquila —panzones, allí, cómodos—. Mejor buenos idealistas que vagos realistas: ¡mejor ser Don Quijote que Sancho Panza! [6]

     En algún otro mensaje, el Papa dice: En la vida siempre debemos caminar, incluso cuando estamos en reposo;[7] con lo cual queda claro que el caminar para el cristiano no solo es movimiento físico, también anímico, es un peregrinaje espiritual, como es la vida. Lo que no podemos es vivir estancados, no movernos detrás de ideales, de sueños, no podemos dejar que nos gane el quietismo de la costumbre y el ´siempre se hizo así´. A veces, no nos movemos nosotros, pero en el extremo de lo ridículo, nos molesta que los demás sí quieran moverse, caminar y hacer cosas nuevas. Con llaves invisibles le vamos cerrando todas las puertas a los que quieren hacer, a los que se animan a lo distinto. A veces tenemos que cuidarnos de nosotros mismos, podemos transformarnos en “una máquina de impedir”.

     También el estar muy aferrados a puestos o responsabilidades puede hacer que perdamos las ganas y la fuerza para caminar, para movernos, para salir de nosotros mismos, porque las fuerzas que tenemos, las ponemos en estar bien agarrados de la silla o del puesto, y en defendernos todo el tiempo.

     Cuando como Iglesia estamos muy aferrados a tradiciones, o al veneno, (en palabras de Francisco), del siempre se hizo así, vivimos con una mochila muy cargada de recuerdos y añoranzas que van pesando cada vez más y entonces hacen muy lento el caminar, el ser la Iglesia misionera y en salida que nos pide el Señor: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”[8]

 

 

III. Los discípulos de Emaús, una escuela de caminantes.

 

El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”. Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él. Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!” En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.[9]

     Esta escena del Evangelio seguramente la conocemos. La Palabra de Dios es palabra viva, Palabra que ilumina nuestra vida, y en la que nos podemos reflejar como en un espejo; por eso en esta ocasión, acentuaremos todo lo referido al caminar de estos discípulos, que es un poco el nuestro.

     Para ello he marcado especialmente algunas palabras, que les propongo volver a leer (están en negrita). Son palabras que expresan movimiento, expresan un peregrinar, un camino de ida y vuelta, camino recorrido con distintos estados de ánimo y emociones, como los caminos de la vida que recorremos diariamente.

 

     a. Los dos discípulos caminan, pero lo hacen llenos de tristeza, sin un horizonte de esperanza, caminan hacia el pasado, hacia Emaús, el pueblo del que alguna vez salieron detrás de la aventura de seguir a Jesús. Caminan derrotados, ya no hay nada por hacer en Jerusalén; ¿para qué seguir?

A veces nuestro caminar también es tristón; caminamos desalentados, de brazos caídos, protestando, quejosos y peleados con el mundo. Ese no puede ser el caminar de los testigos de Cristo, que anuncian con su vida la alegría del Evangelio.

     Los discípulos de Emaús caminan solos, se separaron de la comunidad, “se cortaron solos”. Seguramente no le encontraban sentido a seguir en la comunidad de discípulos, habrán tenido muchos motivos para irse; hasta parece que un cierto enojo los seguía acompañando en el camino a Emaús: el Evangelio nos dice que discutían entre ellos; incluso, cuando se acerca Jesús, uno de ellos, Cleofás, parece responderle con dureza a su pregunta. Quizás lo que sentían era una mezcla de tristeza y bronca, dos sentimientos distintos, pero que a veces se confunden en el alma, y se exteriorizan disfrazados.[10]

     Recordemos que sínodo significa caminar juntos, juntos como pueblo de Dios, juntos como hermanos. Cuántas veces nuestro caminar de fe se aisló de los demás, por enojos, por decepciones, por incomprensiones. Cuántas veces optamos por caminar por nuestro lado, separados de la comunidad parroquial; caminar solos como catequistas evitando reuniones de equipo; caminar “cortados” de la vida de fe de la diócesis, aislados de los demás. Este caminar de manera solitaria, se ve cuando nos cuesta el trabajo en grupo, cuando preferimos hacer solos las cosas, cuando nos cuesta aceptar otras ideas; es un modo de irnos quedando solos en el camino de la vida.

     Aquí viene bien recordar el proverbio africano que dice: Si quieres ir rápido, camina solo, Si quieres llegar lejos, ve acompañado.

 

 

     b. Jesús les dice a los discípulos de Emaús que son insensatos y duros de corazón. Insensato, (lógicamente), es el que no tiene sensatez, es el que tiene falta de buen juicio, de sentido común, de prudencia y madurez antes de actuar. Parecería entonces que estos dos discípulos han respondido de manera impulsiva, imprudente e inmadura a toda la situación que se está viviendo por la muerte y resurrección del Señor. Su caminar a Emaús es un impulso medio irracional, casi una huida de Jerusalén. Cuántas veces nosotros también tenemos reacciones impulsivas, sin reflexión previa, sin pensar mucho lo que decimos o hacemos. ¡Cuántas veces, igual que estos dos hombres, también nos vamos de la comunidad con la tan trillada palabra “renuncio!”; y entonces, nuestro caminar se torna un torbellino de nervios y enojos. En el Evangelio, los discípulos de Emaús dicen Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel…; muchas de sus reacciones son por que se vieron frustrados en sus ilusiones, en sus anhelos (que parecen no ser los del plan de Dios). Nuestras reacciones impulsivas y hasta violentas muchas veces son por lo mismo: no tenemos resistencia a la frustración, no soportamos que las cosas no sean como las tenemos pensadas, no nos gusta que no sean como queremos o esperamos. Y nuestro caminar es de gente enojada, quejosa, protestona…

     Reza el salmo 92: ¡Qué grandes son tus obras, Señor, ¡qué profundos tus designios! El hombre insensato no conoce y el necio no entiende estas cosas.

     También Jesús les dice que son duros de corazón: si bien le narran a Jesús todos los acontecimientos de esos días en Jerusalén, no pueden “bajar” al corazón lo que saben, lo que piensan. Y por eso no están todavía abiertos a la novedad de la resurrección. En cuántas ocasiones nuestro caminar de cristianos también puede ser como el de estos hombres: tenemos claro todo en la cabeza; sabemos la doctrina, verdades de fe, temas de catequesis, y los enseñamos como profesores, creyendo que para ser discípulo de Jesús sólo hay que saber, hay que aprender contenidos, y así, hasta evaluamos a la gente, y “damos clases de catequesis”, como una escuela. Recordemos las contundentes palabras del Papa Benedicto XVI: No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.[11]

     San Oscar Romero, expresaba esta misma idea: El cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones. Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una persona que me amó tanto que reclama mi amor. El cristianismo es Cristo.[12]

     Aprender a caminar con ideas claras, pero también con un corazón misericordioso, un corazón tierno, compasivo, Yo les daré otro corazón y pondré dentro de ellos un espíritu nuevo: arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.[13]

 

     c. Ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”; los discípulos de Emaús no están contentos con su caminar, llegan a reconocer que están desencantados, desanimados, un poco enojados y tristes. También parecen haberse oscurecido sus corazones, no solo atardece afuera, también cae la noche en sus vidas.

      Hay un himno de la Liturgia de las Horas que lo canta así:

Porque anochece ya,

porque es tarde, Dios mío,

porque temo perder

las huellas del camino,

no me dejes tan solo

y quédate conmigo.[14]

 

     Qué bueno reconocer lo que nos pasa, aceptar que así no podemos seguir, y que necesitamos ayuda del Señor. Poder decirle a Jesús, que camina a nuestro lado, que lo necesitamos, hacerlo con nuestras palabras, pedirle diariamente que nos acompañe, que nos anime, que nos alegre el corazón. Cada sesión del Concilio Vaticano II hace más de cincuenta años, comenzó con una oración conocida como Adsumus Sancte Spiritus, que significa: "Estamos ante ti, Espíritu Santo", expresión que se ha utilizado históricamente en concilios, sínodos y otras reuniones de la Iglesia durante cientos de años, siendo atribuida a San Isidoro de Sevilla (560-636). Al ser llamados a abrazar este camino sinodal del Sínodo 2021-2023, esta oración puede ser una vez más la que anime nuestro caminar; su primera parte dice así: Estamos ante ti, Espíritu Santo, reunidos en tu nombre. Tú que eres nuestro verdadero consejero: ven a nosotros, apóyanos, entra en nuestros corazones. Enséñanos el camino, muéstranos cómo alcanzar la meta. Impide que perdamos el rumbo como personas débiles y pecadoras. No permitas que la ignorancia nos lleve por falsos caminos.

 

 

     d. El encuentro con Jesús resucitado cambia la vida, revoluciona todo. El versículo 33 del evangelio según san Lucas que estamos reflexionando dice: En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Luego de reconocerlo al Señor al partir el pan, estos discípulos ya no son los mismos; se abrieron sus ojos, también los del alma, descubren que su corazón ardía mientras les hablaba en el camino y les explicaba las Escrituras, y entonces deciden ponerse de pie y regresar a Jerusalén. No tiene ya sentido seguir caminando a Emaús; tampoco tiene sentido quedarse estáticos en esa mesa en la que comieron con el Resucitado: no vale la pena seguir caminando hacia el pasado (representado en Emaús, el pueblo del que alguna vez habían partido para seguir a Jesús), ni aferrarse al presente en el que sienten tantas cosas lindas por haberlo encontrado. La vida sigue y su camino también, y cuando el corazón desborda de alegría, nada mejor que querer compartir ese momento con otros, con los amigos, con los hermanos, con la familia de fe. ¡A Jerusalén entonces!: allí estaban los Once reunidos y los demás que los acompañaban. Ellos también tienen una hermosa noticia para compartir: ¡Es verdad, el Señor ha resucitado y se le apareció a Simón!

     Quizás este sea el mayor desafío, anunciar con alegría que Jesús está vivo y acompaña nuestra vida. Ser peregrinos testigos de la resurrección. Dice el documento de Aparecida: La alegría que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo, a quien reconocemos como el Hijo de Dios encarnado y redentor, deseamos que llegue a todos los hombres y mujeres heridos por las adversidades; deseamos que la alegría de la buena noticia del Reino de Dios, de Jesucristo vencedor del pecado y de la muerte, llegue a todos cuantos yacen al borde del camino, pidiendo limosna y compasión (cf. Lc 10, 29-37; 18, 25-43). La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.[15]

 

     El caminar de los discípulos de Emaús se transformó en un camino con metas, con sueños, con horizontes: la meta es regresar a la comunidad de Jerusalén y compartir la Buena Noticia. Caminar con sueños y proyectos, como también lo hizo San José; así lo expresaba en la carta pastoral del año pasado “Con San José, una Iglesia que sueña con los pies en la tierra”. Allí decía: Los sueños nos impulsan hacia adelante, nos dan energías, y son luz en la oscuridad de la vida. Soñar es animarnos a recuperar los ideales. Y más adelante: Los sueños son de Dios si nos animan a la comunión, a no cortarnos solos y hacer “mi” proyecto personal, sino a unirnos como hermanos, más allá de las diferencias lógicas que existen entre nosotros (...) Los sueños son de Dios si nos ponen en movimiento, en acción, en estado de misión. A José lo desinstalan, lo movilizan, lo hacen andar. Los sueños son de Dios si me comprometen cada vez más con la realidad. Si no me llevan a una piedad individualista que me aleja de lo que pasa y de los hermanos. A José lo compromete con su tiempo, con la realidad social y política de la época.[16]

     Caminar con ideales es caminar sabiendo hacia dónde queremos ir. No somos caminantes errantes, perdidos; canta una chacarera muy conocida Fue mucho mi penar andando lejos del pago, Tanto correr pa' llegar a ningún lado.[17]

     Los discípulos de Emaús retoman el camino a Jerusalén con prisa, es un caminar apurado, no hay tiempo que perder; y, a la vez, seguramente ese camino que ya conocían, les resulta novedoso, porque, en realidad, los que cambiaron fueron ellos. Caminos ya recorridos, pero a la vez, siempre nuevos. Mario Benedetti lo expresa hermosamente: Vuelvo / quiero creer que estoy volviendo, con mi peor y mi mejor historia, conozco este camino de memoria, pero igual me sorprendo.[18]

     Para caminar más rápido hay que estar livianos de equipaje, de equipaje en el alma, a veces muy cargada de nostalgias, rencores, broncas, celos y desconfianzas, pero también en el bolsillo; preguntarnos cómo ser comunidades austeras, comunidades que no viven pendientes de juntar fondos o que discuten todo el tiempo por plata. Y a la vez, y para lanzarnos hacia adelante, no vivir de recuerdos que nos entrampan en una melancolía pegajosa, sino con una mirada siempre nueva que nos regala la alegría de la Pascua, que nos ayuda a mirar la realidad con ojos nuevos, aunque sean caminos ya transitados.

     Aquí quisiera animar especialmente a los jóvenes a caminar a paso firme, rápido; no se detengan, no se jubilen antes de tiempo, no se transformen en viejos prematuros; avancen, necesitamos de su entusiasmo, de su frescura, de sus ideales. Hago mías las palabras del Papa: Queridos jóvenes, seré feliz viéndolos correr más rápido que los lentos y temerosos. Corran «atraídos por ese Rostro tan amado, que adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne del hermano sufriente. El Espíritu Santo los empuje en esta carrera hacia adelante. La Iglesia necesita su entusiasmo, sus intuiciones, su fe. ¡Nos hacen falta! Y cuando lleguen donde nosotros todavía no hemos llegado, tengan paciencia para esperarnos.[19]

 

 

IV. Las peregrinaciones, somos un pueblo que camina

Es solo que si Tú no incendias

el corazón y la entraña

las piernas no saben a dónde ir

Olaizola, José María, A cualquier hora

 

     Nuestra diócesis tiene muy lindas experiencias de peregrinaciones a distintos santuarios, lugares de oración, templos, etc.  Ellas expresan que somos un pueblo que camina, un pueblo que, más allá de las condiciones climáticas y las distancias, experimenta la necesidad de recorrer con otros los caminos de la fe, llevando intenciones, pedidos y agradecimientos en el corazón, y dejándolos a los pies de María o del santo que nos convoca.

En esas peregrinaciones experimentamos que caminamos por fuera y por dentro, que hay toda una movilización interior, junto con los pasos que vamos dando por la ruta. Porque sabemos que la vida cristiana es andar. El recorrido lleva su tiempo, por eso son momentos oportunos para hacernos preguntas, y también para buscar respuestas, caminando por momentos solos en silencio, y también compartiendo con los hermanos.

 

     Durante la peregrinación se van presentando dificultades: cansancios, conflictos con los que caminamos, la mochila que llevamos que nos empieza a resultar una carga molesta, el estado del tiempo. También nos podemos hacer conscientes de las debilidades personales que asoman en el camino: desánimo, rendiciones prematuras, enojos, egoísmos, espíritu de competencia, miedos.[20]

     Así también es la vida; a veces, los problemas no piden permiso y hay momentos en que la vida se torna un camino cuesta arriba, difícil, pesado, angustiante. Pero igual que en las peregrinaciones, seguimos adelante; quizás medio rengos, más cansados, más sucios, pero queremos llegar, y por eso no abandonamos. También en la vida, no abandonamos, medio tambaleando, pero seguimos. Seguramente apoyados en otros, pidiendo ayuda, tomando conciencia que nadie puede solo, que nos necesitamos. Este es uno de los más lindos aprendizajes de las peregrinaciones.

El dolor también es parte del camino. Duelen los pies, duele las piernas, duele la espalda, y también un poco el alma. Hay dolores no tan físicos, pero igualmente reales y que también dejan huella, aunque no siempre se vea. Es el dolor por las heridas que la vida nos inflige alguna vez; el dolor de un corazón golpeado, de un fracaso inesperado, de un sueño roto...

     Y también dolores colectivos, de todos, el dolor que nos provoca nuestra Argentina por las crisis que se suceden, el dolor de tantos hermanos que viven en la exclusión y la pobreza, el dolor por la falta de oportunidades, el dolor por niveles de educación cada vez más bajos, ¡cuántos dolores de nuestro pueblo! Y también dolores de nuestra Iglesia, entre ellos, en estos últimos años, las denuncias y casos de abuso. El Papa nos invita a no mirar para otro lado, a hacernos cargo; así se lo decía a un arzobispo alemán: Tenemos que hacernos cargo de la historia, tanto personal como comunitariamente. No se puede permanecer indiferente delante de este crimen. Asumirlo supone ponerse en crisis. No todos quieren aceptar esta realidad, pero es el único camino, porque hacer “propósitos” de cambio de vida sin “poner la carne sobre el asador” no conduce a nada.[21]

 

      En las peregrinaciones patagónicas generalmente hace frío; que ese frío sea superficial, que ese frío no nos atraviese el alma y nos engripe el corazón. Que así como llevamos campera, bufanda y pullover, también mantengamos abrigado y apasionado el corazón.

      Pero también en las peregrinaciones se viven momentos de enorme alegría, reencuentros con seres queridos, emociones al descubrir que podemos seguir a pesar de todo, y que tenemos más fuerza de lo que nosotros mismos pensábamos. Así aprendemos a creer en nosotros mismos, en nuestras capacidades y talentos que quizás estaban escondidos, pero al caminar salieron a la luz y nos sorprenden.

     Hay una canción del autor santiagueño Peteco Carabajal que dice:

Hay caminos que se juntan

como los hay paralelos

por si alguien me necesita

los que se cruzan prefiero

al encontrarse los nuestros

pudimos fundar un sueño.[22]

 

     Qué hermosa manera de expresar la fraternidad que se da en el camino de la vida, en el camino de fe de nuestras comunidades y también en las distintas peregrinaciones; no caminamos aislados o de modo solitario, caminamos con otros, con hermanos, que quizás en algún momento necesiten de nosotros, porque les está ganando la tristeza, la desesperanza, el cansancio. Caminar en la vida dispuestos a dar una mano, a ser solidarios, a compartir, a sentirnos verdaderamente pueblo de Dios: Todos los hombres están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios. Por lo cual, este pueblo, sin dejar de ser uno y único, debe extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos, para así cumplir el designio de la voluntad de Dios, quien en un principio creó una sola naturaleza humana, y a sus hijos, que estaban dispersos, determinó luego congregarlos (cf. Jn 11,52)[23]

     Al caminar también podemos hacer memoria agradecida de personas que nos han guiado con su testimonio, que son luz en nuestro peregrinar, que dejan huella; el año pasado recordábamos, por los 60 años de la diócesis, a los evangelizadores audaces que misionaron en estas tierras patagónicas; ellos sí que nos señalan el camino a seguir como Iglesia. Todos hemos conocido hermanos que nos aconsejaron, que caminaron antes que nosotros y nos cuentan su experiencia; es entender, aceptar y valorar humildemente el camino ya recorrido por otros, y no creernos unos 4x4 de la fe.

     Preparando una peregrinación, le prestamos mucha atención al calzado: zapatillas cómodas y ya usadas varias veces es la opinión mayoritaria, pero cada uno sabe cuál es el mejor calzado para llegar a destino. ¿Nos podríamos poner los zapatos de otro?, seguramente no, pero sería un buen ejercicio para entender el caminar del hermano; entender sus ritmos, comprenderlo un poco más y no juzgarlo tan rápido. De allí, la frase: ¡ponete en mis zapatos!

     Y también descubrimos que muchos ya han detenido su marcha, que quizás están lastimados, agotados, doloridos, y como el hombre herido de la parábola del buen samaritano, están al borde del camino. Nuestro andar por la vida tiene que ser también un mirar al costado, un estar atento a los hermanos que están tirados en la banquina, excluidos, silenciados, ignorados, discriminados. El caminar también es reflejo de lo que somos como sociedad:

     Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente.[24]

     Tenemos que hacer propia la fragilidad de los demás, no podemos vivir indiferentes ante el dolor de los hermanos, el sufrimiento humano debe alterarnos, indignarnos, porque no podemos dejar que nadie quede a un costado de la vida.

 

 

V. Conclusión

     El caminar juntos es la forma más eficaz de manifestar y poner en práctica la naturaleza de la Iglesia como Pueblo de Dios peregrino y misionero. Por eso esta carta pastoral intenta ser un aporte a este momento de la Iglesia; que cada comunidad de la diócesis, cada parroquia, cada institución educativa, cada grupo pastoral, cada equipo de trabajo, pueda revisar su modo de ser Iglesia y su caminar pastoral.

     Así como el caminar cambia el físico, también cambian las comunidades al estar en movimiento. Por eso el Papa nos insiste con ser una Iglesia en salida, una Iglesia que no se queda encerrada entre las paredes del templo o de los salones parroquiales, sino una Iglesia que anda, que se mueve, que sale al encuentro de los demás, que se involucra en las distintas realidades de la sociedad, anunciando al Dios de la Vida y la Misericordia.

     Que nuestro caminar sea un andar entusiasta, liviano de equipajes, un caminar que se hace cargo de los dolores propios y de los hermanos, peregrinos que miran al costado, que caminan con otros, con ideales, con sueños, con metas. Conducir nuestras jornadas con paso alegre, mirando adelante con confianza, sin arrastrarnos con desgano, esclavos de las lamentaciones.

     ¿Cómo es mi “paso”? ¿Soy propositivo o me quedo en la melancolía, en la tristeza? ¿Voy adelante con esperanza o me detengo para compadecerme? 

     Nuestras comunidades, ¿reflejan la Iglesia en salida que nos propone Francisco? ¿Somos cristianos en movimiento o nos gana el quietismo?

     Dice el Vademécum para el Sínodo: En una Iglesia sinodal, toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, está llamada a rezar, escuchar, analizar, dialogar, discernir y aconsejar para tomar decisiones pastorales que correspondan lo más posible a la voluntad de Dios. Hay que hacer esfuerzos genuinos para asegurar la inclusión de los que están en los márgenes o se sienten excluidos.[25] ¿Caminamos juntos, sinodalmente? ¿Cómo podemos crecer en esto?

     Los invito a que puedan leer la carta pastoral en grupo, en comunidad, que puedan crecer en el diálogo y la escucha mutua, que puedan compartir vivencias y opiniones distintas, y que, a la luz de la reflexión, todos podamos ser más fieles al Señor que nos invita a seguirlo por los caminos de la vida.

     La Virgen María también ha sido una peregrina de los caminos de Dios. Recibido el anuncio del ángel, no se queda en la casa. Al contrario, lo primero que hace es pensar en quien la necesita; en vez de encerrarse en sus problemas, piensa a quién ayudar, y así, piensa en Isabel, su pariente, que es mayor y está embarazada. María emprende el viaje con generosidad, sin dejarse intimidar por los inconvenientes del viaje. Procede con el paso rápido de quien tiene el corazón y la vida llenos de Dios, llenos de su alegría.[26]

     Que María, la mujer sinodal, interceda por nosotros, por nuestras comunidades de Santa Cruz y Tierra del Fuego, por nuestra querida diócesis de Río Gallegos.

Toca seguir caminando,

más allá de la sombra y la duda,

más allá de la muerte y el miedo,

bebiendo palabras prestadas,

confiando en las fuerzas ajenas

si acaso las propias se gastan.

Toca seguir caminando,

acoger al peregrino,

relatar tu historia,

escuchar la suya

aliviar tristezas,

compartir mesa y vida.

Toca seguir caminando

con los ojos abiertos,

para descubrir al Dios vivo

que nos sale al encuentro

hecho amigo, pan y palabra.

En marcha, pues...

Olaizola, José María, Toca seguir caminando

 

 

Mons. Jorge García Cuerva

Obispo diocesano

Mayo de 2022

 

 

----------------------

[1] Francisco, Encíclica Fratelli Tutti 8, Asís, octubre 2020.

[2] Las citas propuestas son sólo algunas donde vemos a Jesús caminar de pueblo en pueblo, con sus discípulos y la multitud. Hay muchas más. Puede resultar interesante buscarlas leyendo atentamente los evangelios.

[3] Jn 14, 6

[4] Francisco, Discurso a los jóvenes, Palermo, septiembre 2018.

[5] Ibíd.

[6] Ibíd.

[7] Francisco, Mensaje a los participantes de la peregrinación Macerata-Loreto, junio 2019.

[8] Mc 16, 15.

[9] Lc 24, 13-33

[10] Recomiendo este cuento en relación al tema de la tristeza y los enojos: En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta... En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas... Había una vez... Un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente... Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia. Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas, las dos, entraron al estanque. La furia, apurada (como siempre está la furia), urgida -sin saber por qué- se bañó rápidamente y más rápidamente aún salió del agua... Pero la furia es ciega, o por lo menos, no distingue claramente la realidad, así que desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró... Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza... Y así vestida de tristeza, la furia se fue. Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre, a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque. En la orilla encontró que su ropa ya no estaba. Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia. Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos, es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad... está escondida la tristeza. Bucay, Jorge, Cuentos para pensar, Buenos Aires 1997.

[11] Benedicto XVI, Encíclica Deus caritas est 1, Ciudad del Vaticano 2005.

[12] Romero, Oscar Arnulfo, Homilía, San Salvador, 6 de noviembre 1977.

[13] Ezequiel 11, 19

[14] Liturgia de las Horas, Himno Porque anochece ya

[15] Consejo Episcopal Latinoamericano, Documento de Aparecida 29, Aparecida 2007.

[16] Garcia Cuerva, Jorge, Carta Pastoral  Con San José, una Iglesia que sueña con los pies en la tierra, Río Gallegos 2021.

[17] Carabajal, Carlos y Trullenque, Pablo, Entre a mi pago sin golpear.

[18] Benedetti, Mario, Quiero creer que estoy volviendo, en Inventario Uno, Buenos Aires 1993.

[19] Francisco, Exhortación apostólica postsinodal, Christus Vivit 229, Ciudad del Vaticano marzo 2019

[20] El escritor uruguayo Mario Benedetti expresa poéticamente esos momentos que andamos “con los pájaros volados”:

Hay días en que siento una desgana

de mí, de ti, de todo lo que insiste en creerse

y me hallo solidariamente cretino

apto para que en mi vacilen los rencores

y nada me parezca un aceptable augurio.

En Benedetti, Mario, Balada del mal genio, en Inventario Uno, Buenos Aires 1993

[21] Francisco, Carta al cardenal Marx, Ciudad del Vaticano junio 2021

[22] Carabajal, Carlos y Trullenque, Pablo, Camino al amor

[23] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium 13, Ciudad del Vaticano 1964

[24] Francisco, Encíclica Fratelli Tutti 64, Asís 2020.

[25] Secretaría General del Sínodo de los Obispos, Vademécum para el Sínodo sobre la Sinodalidad 1.4, Ciudad del Vaticano 2021.

[26] Cfr. Lc 1, 39-45.

Citas
bottom of page