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2021-06-27 | Homilía del 13º Domingo del Tiempo durante el año

Lecturas de la Misa

Sabiduría 1, 13-24.

Salmo 29.

2Cor 8, 7-15

Evangelio según san Marcos 5, 21-43


HOMILÍA

Hay un libro que se llama “Vivir la muerte” escrito por Ricardo Lesser. En el libro hay una frase que me impresionó, de hecho la utilicé en una tesis. Dice así: “hubo un tiempo en que nadie fingía que no se iba a morir. Hubo un tiempo en que la muerte no estaba proscrita como ahora”. Creo que la pandemia ha dejado al desnudo cuáles han sido nuestras prioridades, cuáles son nuestras actividades y también ha dejado al desnudo cuál ha sido el modo que teníamos de vivir, precisamente, la muerte.


Hemos descubierto la necesidad que tenemos de revalorizar los ritos funerarios. Hemos descubierto lo importante que es poder despedirnos de nuestros seres queridos. Hemos visto lo clave de poder acompañarnos en tiempos de tanto dolor. Y cómo extrañamos los abrazos para llorar juntos. Porque en realidad, la pandemia, de alguna manera, nos volvió a enseñar que la muerte es parte de la vida y que no la podemos esconder ni la podemos maquillar, que no la podemos disimular, que no es un trámite en el cuál no sacamos de encima un cuerpo que no tiene vida. En realidad es mucho más que eso.


Hasta hace un año y medio, hablar de la muerte, era casi hablar de cosas prohibidas. Podíamos, libremente, hablar de sexo, pero de la muerte no. Seguramente cuando alguien se ponía hablar, en una reunión familiar, de velorio, algunos hasta cruzaban los dedos o preferían rápidamente cambiar de tema. Creo que entonces la pandemia, si pudo dejar algún aprendizaje, ha sido que la muerte es parte de la vida, que no la podemos negar y que en esta cultura, en la que no le dimos lugar, de repente el COVID19 nos hizo dar cuenta que, aunque la queramos esconder, aunque la queramos hacer un trámite por el cual me saco rápidamente un cuerpo de encima, hay algo que es mucho más importante y es que, en ese momento fundamental, en ese momento trascendental en la vida de cualquiera de nosotros, en ese momento ineludible de la vida, a la muerte hay que transitarla. Transitarla con dolor, con lágrimas, pero necesitamos transitarla. Y las cosas importantes de la vida merecen su tiempo, merecen su dedicación, aunque sean cosas que nos causen mucho dolor.


Las lecturas de hoy nos hablan, justamente, de la muerte. Nos hablan de la muerte pero también nos hablan de la vida, porque ese es el núcleo de nuestra fe Pascual: la muerte no tiene la última palabra. Pero Jesús asume todo el dolor, todo lo que significa la muerte en su cruz y por eso celebramos la Pascua, porque la muerte no tiene la última palabra y creemos verdaderamente en la Resurrección, en la vida.


Nos dice la primera lectura del Libro de la Sabiduría en su primera frase: “Dios no ha hecho la muerte. Creó todas las cosas para que subsistan. Creó al hombre para que fuera incorruptible”. En el sueño de dios está la vida para siempre. Dios nos hizo y creó para la vida, no para la muerte. Por eso, nos dice después también el Libro de la Sabiduría, “por el demonio entró la muerte”. Pero la idea de Dios es que triunfe la vida definitivamente y por eso es que después, en ese profundo acto de amor incomprensible para todos, envía a su Hijo para salvarnos de la muerte definitiva y regalarnos la vida eterna de la Resurrección.


En el Evangelio aparece este hombre, Jairo, el jefe de la sinagoga y dice: “mi hijita se está muriendo”. Pareciera que se va muriendo como de a poco, va perdiendo la capacidad de vivir. Creo que nosotros también en la pandemia, podemos decir que, de alguna manera, nos fuimos muriendo: se nos fueron muriendo los sueños, se nos fue muriendo la esperanza, se nos fue muriendo el horizonte que teníamos de salir adelante, se nos fueron muriendo las seguridades que teníamos, se nos fueron muriendo las prioridades, se nos fueron muriendo seres queridos.


Como nos dice “mi hijita se está muriendo”, parece que no fue algo instantáneo. No es algo que ocurriese de repente, si no que parece que la muerte va a ocupando lugar, va ocupando lugar en la vida, va ocupando lugar en nuestro corazón, va a ocupando lugar en nuestros vínculos, va ocupando lugar en nuestra sociedad. Y pensaba, hoy 27 de junio: ayer fue el Día de la Lucha Internacional contra el tráfico y el uso indebido de drogas. Miren sino hay una muerte que va matando de a poco a nuestros jóvenes, a nuestra sociedad, que va hipotecando nuestro futuro como nación si no es el tema de la droga. Por eso, después les voy a recomendar un documento que sacó la Iglesia junto con los Hogares de Cristo y Cáritas Argentina, en el que denunciamos fuertemente esta otra pandemia que ha sido la droga, esta pandemia que algunos les llena los bolsillos a costa de la vida de muchos adolescentes y jóvenes, en su mayoría, que se están muriendo como la hijita de Jairo.


En este contexto de tanto dolor y muerte, en esta muerte que parece que avanza, aparece esta hermosa frase de Jesús: “Niña, yo te lo ordeno, ¡levántate!”. Jesús no niega a la muerte, pero sabe que la vida es más fuerte y por eso le dice fuertemente “¡levántate!”, no está todo perdido.


Y hoy nos dice a cada uno de nosotros, ¡levántate! Levantá ese ánimo, levantá nuevamente la alegría y la esperanza, levantá tus ideales, levántate y sé protagonista de tu vida. Y no solamente nos lo dice Jesús en la Palabra de Dios a cada uno de nosotros, sino que también nos invita a que hagamos nuestro este “¡levántate!” y que ayudemos a levantarse a otros. Y que lo hagamos al modo de Jesús. ¿Cuál es el modo de Jesús de ayudar a levantar a los otros? Hay que ir viendo el Evangelio de hoy, porque Jesús tiene pequeños gestos que son pistas de cómo ayudar a levantarse a otros, de como poder, en la vida real, concreta de todos los días, decir que la muerte no tiene la última palabra. Que no la negamos, sabemos que existe, la tenemos que transitar, pero creemos fuertemente en la vida y la vida para siempre.

El modo de Jesús: Jesús se conmueve ante el pedido de Jairo. No es que Jesús hace oídos sordos, Él escucha este clamor: “mi hijita se están muriendo”. Jesús no puede ser indiferente ante el dolor de los demás. Ojalá nosotros tampoco seamos indiferentes ante el dolor del otro.


Jesús anima hasta en el peor momento. Cuando le dicen “ya murió”, Jesús dice: “no temas, basta que creas”. Es decir, anima todo el tiempo. Jesús no es un protestón, quejoso, mala onda, pesimista. En el momento en el que le dicen que la chica está muerta, Jesús sigue diciendo ¡ánimo! “basta que creas, no temas”.


Jesús no expone innecesariamente a todos los que sufren, no quiere hacer de esto un show, no quiere hacer de esto un programa televisivo. Por eso, solamente con unos poquitos discípulos y con la mamá y papá de esta nena, ingresa a la casa. Porque (Jesús) no buscar aplausos cuando hace el bien, al contrario, les pide después que no digan nada. Y Jesús tampoco entra en este juego cuando se empiezan a burlar de Él porque también entiende que, a veces, en los momentos de dolor, como dijimos el otro día, uno es más uno mismo. Entonces hay gente que se pelea, en el medio del dolor, en el medio de la muerte, hay gente que discute, como a veces nos pasa en la familia.


Jesús no entra en ese juego. Se burlan de Él, pero hace oídos sordos. Y dice que “la tomó de la mano”. Tomar de la mano a los que sufren, ayudarlos a levantarse. Y después, dice el Evangelio que la niña comenzó a caminar. Porque levantarse es también ser verdaderamente protagonista de su vida, ser libre. No es levantarse con un interés proselitista, partidario. No es levantarse con un interés, después, de que la nena lo siga a Jesús o se convierta. Levántate para vivir, levántate para ser protagonista de tu vida, levántate para, verdaderamente, cumplir el sueño de Dios.


Creo que el Evangelio de hoy y la primera lectura no enseñan, entonces, que tenemos que aprender a vivir la muerte y vivir la muerte para vivir la vida, y viceversa. Porque en realidad, una es parte de la otra y tenemos que estar acompañándonos en este momento tan difícil de la muerte. Por eso insistí el año pasado, para que en todas las localidades de la Diócesis se aplicará un protocolo funerario mucho más humano, en el que no se obligara a cremar sí o sí al muerto por COVID, porque no había razones médicas para eso. En el que se permitiera un tiempo para despedir, pero siempre con la certeza de la Resurrección.


Ojalá como Iglesia Diocesana, hagamos nuestro y sea un clamor de nuestro pueblo el “¡levántate!” y ayudar a los que más sufren a levantarse y animarlos en su dolor en su tristeza, en su depresión y especialmente, como Iglesia, recordar a todos los que están atravesados por el drama de las adicciones, por el drama del alcohol, por el drama de la droga, por el drama, también, de la adicción al juego. Tantos que buscan esa felicidad pasajera pero destrozan sus vidas. Que sea una misión, también, de nuestra Iglesia Diocesana, acompañarlos, estar cerca y hacerlo al modo de Jesús.


Para todos los que perdieron a un ser querido en este tiempo de pandemia, Jesús también nos dice hoy en el Evangelio: “¿Por qué lloran? No está muerta, sino que duerme”. Justamente, la palabra “cementerio”, en griego, significa “dormitorio”. Que podamos hacer nuestra esa certeza de que nuestros seres queridos duermen, pero están vivos para siempre junto a Dios. Que en el cielo nos esperan, porque como dice la primera lectura, Dios no hizo la muerte, Dios no quiere que suframos, tampoco quiere que neguemos el dolor, por eso acompaña nuestras lágrimas. Pero igual que Jesús, nos dice “no temas, basta que creas”. Él es la Resurrección y la Vida.

 

LECTURAS RECOMENDADAS:

  • Drogas y adicciones: un obstáculo para el desarrollo humano integral. ‘La otra pandemia’. Cáritas Argentina y Hogares de Cristo. Junio de 2021

 
2021-06-27 XIII Domingo durante el año
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