Lecturas de la Misa
Jeremías 23, 1-6.
Salmo 22.
Efesios 2, 13-18
Evangelio según San Marcos 6, 30-30
HOMILÍA
Una de las primeras cosas que me sorprende del Evangelio de hoy, es que a Jesús, la gente, le cambia los planes. La idea de Jesús era descansar con sus discípulos en un lugar desierto. Y cuando se embarcan, la gente empieza a darse cuenta hacia dónde van. Dice (el Evangelio) que la gente llega primero. Entonces, cuando baja Jesús, se conmueve. Jesús tiene compasión de esa multitud y se pone a enseñarles.
Diría que a Jesús no le molesta, o en todo caso, no se irrita porque le cambian los planes. En general, eso nos pasa a nosotros, cuando tenemos algo establecido, algo organizado para el día, y cuando de repente aparecen esas cosas que no piden permiso en nuestra agenda, nos molestamos, nos irrita. Y mucho más si los cambios de planes en nuestro día, en nuestra semana o en nuestra vida, es porque alguien nos pide ayuda.
Creo que hoy lo que se ve, es un gran interés de Jesús por la gente. Se ve un gran interés de la gente por Jesús. El Señor es un verdadero pastor con olor a oveja: está cerca del pueblo. Y pensaba en nosotros que venimos rezando la oración de los 60 años de la diócesis y le pedimos a Dios ser una Iglesia con pastores con olor a oveja. Y el pastor con olor a oveja, es el pastor que está cerca de la gente. Y por supuesto que lo tengo que ser yo como obispo, lo tienen que ser los curas, los diáconos, pero lo tenemos que ser todos.
Un modo de no entender el clericalismo, es darnos cuenta de que todos somos pastores. Los catequistas, los agentes pastorales de Cáritas, los referentes de las distintas comunidades, las secretarias parroquiales, los padres de familia. Todos tenemos que ser pastores con olor a oveja. Es decir, gente con olor a gente. No se puede analizar, ver o discutir la realidad desde atrás del escritorio nada más. Creo que tenemos que ser, entonces, pastores con olor a oveja como nos dice el Papa. Y también él nos dice: no quedarnos en las sacristías peinando ovejas, sino que al contrario, estar en medio de la gente. Eso es lo que vive hoy Jesús.
Por eso también le pedimos en la oración de los 60 años de la diócesis, ser animadores de comunidades que comparten la vida con el pueblo. Qué (entonces), el Evangelio de hoy, nos ilumine y nos dé a todos ganas de ser pastores con olor a oveja en nuestra iglesia diocesana y ser animadores de comunidades que comparten la vida con el pueblo.
La segunda idea. Jesús le dice a los discípulos los puntos vengan ustedes a un lugar desierto a descansar un poco. Qué lindo hoy también escuchar de Jesús, en este tiempo tan difícil, en esta pandemia que parece no terminar, Que el Señor nos diga vengan ustedes a descansar un poco. Entonces hoy yo les quería proponer, pensar en distintos tipos de cansancio que podemos tener. Porque entonces podemos identificar cuál es el cansancio que tengo y será después importante ponerlo en oración para pedirle al Señor que nos ayude.
Creo que hay un cansancio, que es el cansancio físico, el cansancio que tiene los laburantes. El cansancio que muchas veces está ligado al esfuerzo físico, o incluso también, al esfuerzo intelectual. Ese cansancio que necesita de horas para dormir, ese cansancio que necesita algunos masajes en la espalda, ese cansancio que uno llega a casa y se quiere quitar la ropa porque dice “no doy más después de este día de laburo”. Un cansancio, que yo me animo a decir, un cansancio físico. Dicen las malas lenguas qué algunos no lo van a tener nunca a ese cansancio físico porque supone ser trabajador.
Un segundo cansancio. Yo lo llamo el agobio. Tiene que ver con las preocupaciones, tiene que ver con la ansiedad, tiene que ver con un cansancio psicológico, qué tiene que ver a veces con los miedos, tiene que ver con la angustia. Entonces uno quizás físicamente, está bien. Pero hay un agobio mental, un cansancio psicológico, qué es muy propio de este tiempo de pandemia.
Hay un tercer cansancio que yo lo llamo: el hartazgo. El hartazgo tiene que ver con una sensación de aburrimiento por hacer siempre lo mismo de manera repetida, y quizás comas sin buenos resultados. Es cuando uno dice: “Estoy harto”. Harto de hacer siempre lo mismo, harto de siempre repetir las mismas conductas. A veces, cuando las cosas cotidianas se hacen demasiado rutinarias, empieza a aparecer este cansancio que hoy yo llamo hartazgo.
Hay otro cansancio que me animo a llamar: agobio mental, moral o espiritual. Este agotamiento, este agobio mental y espiritual como en realidad se llama acedia. Acedia es la palabra que le puse un monje en el siglo cuarto, un monje llamado Evagrio Póntico. Ese monje hablaba de este cansancio espiritual, de este agotamiento moral o mental, al que llamó acedia. Dice que es cuando aprieta el alma entera. Dice que es cuando todo pierde sentido, cuando todo porvenir o todo futuro se nos cierra, cuando estamos en un callejón sin salida. Esa es la acedia. Creo que también, aunque no hayamos podido ponerle nombre porque no sabíamos cómo se llamaba, es un cansancio típico de esta pandemia: este agotamiento moral o espiritual. Esto de sentir que ya no hay futuro. Esto de sentir que se nos cerraron todas las puertas.
Pensaba en otro cansancio, que en realidad es un cansancio bueno como el primero (el de los trabajadores), que es el cansancio por la misión cumplida. Cuando tenemos que hacer algo, sea lo que sea, y uno se termina cansando Pero uno tiene satisfacción. Uno tiene alegría y tiene Paz. Y quizás después, incluso, nos cuesta dormir, porque estamos muy entusiasmados con la alegría de la misión cumplida que nos cuesta descansar.
Les propondría hoy que cada uno pudiese ponerle nombre a ese cansancio que tenemos en este tiempo de pandemia. Los trabajadores, tendrán este cansancio físico o intelectual y necesitarán demás horas de sueño, que a veces uno no las puede tener. Podemos llegar a tener el cansancio del agobio: demasiadas preocupaciones, ansiedad, miedo.es cansancio psicológico. Podemos tener hartazgo: estar cansados de hacer siempre lo mismo, de repetir conductas y quizás no tener ningún buen resultado. Podemos tener este agotamiento mental o espiritual, que llamaba este monje del siglo cuarto, acedia. Que se me cerraron las puertas, que no tenemos salida. O como decía Evagrio Póntico, que aprieta el alma entera. O podemos también, tener el cansancio de la misión cumplida, que sus frutos son alegría con mapas y satisfacción.
¿Por qué quería hoy que podamos identificar nuestros cansancios? Por qué Jesús en el Evangelio, nos invita a descansar un poco. Yo creo que nos tenemos que encontrar con él en el silencio de nuestra oración, en el silencio del corazón. Tenemos que entrar en intimidad con Jesús. Dedicarle un tiempito. Cada uno de nosotros verá en qué momento. Algunos dicen “no tengo tiempo para rezar”. En realidad, uno se hace tiempo para lo que realmente le interesa y por lo tanto, si vemos la necesidad de descansar, qué lindo que es poder hacerlo en la intimidad con Jesús. Dejar que él nos hable al corazón, hacer silencio interior. Quizás Cómo preparar un pequeño altar en nuestra casa y dedicarle un tiempo para contarle de nuestras cosas, contarle de nuestros cansancios. Poder decirle que estoy harto o poder decirle que tengo agobio. Poder decirle que estoy con acedia. Poder decirle que laburo todo el día y no doy más. Contale tu cansancio al señor. Contale tus cosas al Señor que hoy te invita a descansar un poco.
Y lo tercero y último. Hacia el final del Evangelio, dice que estuvo enseñándoles largo rato, de hecho, después cuando continuemos leyendo el Evangelio del domingo próximo, dirá que ya se hizo tarde. Jesús le dedica mucho tiempo a esta gente, a este pueblo, a estas ovejas que se han acercado y le cambiaron los planes. Le dedica mucho tiempo. Jesús nos dedica tiempo y pensaba en el valor del tiempo. Pensaban que el tiempo es algo tan preciado y al mismo tiempo es algo tan desperdiciado. Vivimos corriendo como vivimos apurados. Les dejaría algunas preguntas: ¿detrás de que vamos corriendo? ¿A qué le dedicamos nuestro tiempo? ¿Vale la pena dedicarle algunas cosas tanto tiempo? Si el tiempo es algo tan Preciado ¿En qué se nos va la vida?
Creo que la pandemia ha desnudado nuestras prioridades ya desnudado también nuestras fragilidades. Creo que es una buena oportunidad para redescubrir el valor que le damos a las cosas, para redescubrir esto del tiempo, el que a veces desperdiciamos. El de descubrir que vivimos apurados y corriendo, no siempre detrás de lo que realmente es importante. El de darnos cuenta que a veces nos corre la urgencia y dejamos de lado lo que realmente vale la pena. Hoy Jesús sabe que lo que vale la pena es estar con su pueblo junto lo que vale la pena es estar con la gente. Lo que vale la pena Es compartir la vida con los pobres y por eso, deja de lado sus planes para estar con el pueblo.
Ojalá nosotros también podamos priorizar qué es lo que vale la pena nuestra vida. Ojalá que podamos dedicar tiempo a encontrarnos con Jesús en el silencio del corazón, que le podamos contar de nuestras cosas de nuestros cansancios. Que podamos volver a escuchar, Que el Señor nos dice con mucha dulzura: vení, vengan, vamos a un lugar desierto, a tu corazón, a descansar un poco.
LECTURAS RECOMENDADAS
Documento de Aparecida, CELAM. nn 120-122,
“El laberinto de la desolación”, José María Rodríguez Olaizola, sj.
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