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Misa Crismal 2024: "Quien nos dio la Vida nos enseñó también a orar"

Eucaristía presidida por Mons. Ignacio Medina, concelebrada junto al obispo auxiliar, Mons. Fabián González Balsa y los sacerdotes de Santa Cruz y Tierra del Fuego, en la Parroquia San Juan Bosco de Río Gallegos, en la tarde del 13 de marzo de 2024. A continuación compartimos la homilía del Obispo.

Liturgia de la Palabra:  Isaías 61, 1-9.  Salmo 88. Apocalipsis 1, 4b-8. Evangelio según Lucas 4, 16-21

 

"Quien nos dio la Vida nos enseñó también a orar"

 

Queridos hermanos y hermanas:

Damos gracias a Dios que nos reúne en esta Eucaristía para celebrar el don del sacerdocio ministerial que el Señor ha instituido para el servicio de su Pueblo. Los sacerdotes hoy renuevan las promesas hechas al Señor el día de su ordenación y serán consagrados los Óleos y el Santo Crisma que ayudarán a la santificación del Pueblo de Dios.


“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción”. Con estas palabras leídas del profeta Isaías Jesús da a conocer su vocación y misión. La acción del Espíritu Santo y la Palabra de Dios proclamada encienden y marcan el inicio de su misión. Esa misión que lo conducirá a “llevar la Buena Noticia los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y a proclamar un año de gracia”.


Lo esencial es, en primer lugar, el encuentro con Dios, la oración; que no es una cosa más porque somos presencia de Jesucristo en medio de los hombres. En esa intimidad con el Señor se refuerza el deseo de seguirlo. “Quien nos dio la Vida nos enseñó también a orar” (San Cipriano)


Queridos hermanos en el Sacerdocio, también nosotros hemos escuchado el llamado del Señor y lo hemos discernido por la acción del Espíritu Santo a la luz de la Palabra de Dios. Ese mismo Espíritu es el que nos guía a cada instante de nuestra vida, y la ‘rumia’ de la Palabra nos va ayudando a comprender cómo vivir fielmente la misión recibida en cada situación.


El Jueves Santo por la tarde iremos con Cristo al Cenáculo a través de la liturgia de la Cena del Señor. En cambio, en la mañana el Evangelio según Lucas nos lleva a Nazaret donde Jesús "se había criado" (Lc.4, 16). Nos recuerda el día en que Jesús se presentó por primera vez ante los de su tierra cuando estaban reunidos en la sinagoga y les leyó el texto mesiánico del libro del Profeta Isaías. Conocemos bien este texto que hoy hemos proclamado. Después de leerlo, Jesús se sentó y comenzó a hablar a los presentes que tenían la vista fija en El. Entonces les dijo: "Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír" (Lc.4, 21).


Como decía San Juan Pablo II, “acaso convenga que volvamos a la catedral o iglesia en que años atrás el obispo nos impuso las manos y nos transmitió la dignidad y poder vinculados al sacramento del presbiterado. Y tal vez sea preciso que volvamos a nuestra parroquia natal en la que celebramos solemnemente, por vez primera después de la ordenación, el Santo Sacrificio. Esta fue nuestra "Nazaret" donde se manifestó ante los hombres —los vecinos y los hermanos—, un nuevo sacerdote elegido de entre los hombres y constituido para los hombres” (Heb.5,1).


Volver con el pensamiento y el corazón a aquellos lugares y aquellos días. Se aúnan todos en este único "Hoy" litúrgico: el Jueves Santo es el día de nuestro nuevo nacimiento en Cristo por el sacramento del orden. “Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso” (Sal 88, 21-22). Es necesario que proclamemos con el Salmista: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor" (Sal 88, 2a).


Una humanidad que vive y se manifiesta en el pueblo concreto que hoy nos toca acompañar reconociendo todas sus posibilidades y también sus problemas y los dramas que lo aquejan. Hoy padecemos diversas crisis; sociales, familiares, económicas, etc.; un desconcierto que muchas veces vacía de sentido la existencia. Son muchos los desafíos que tenemos que afrontar; tenemos que darnos tiempo para orar juntos y junto a la comunidad, estamos llamados ante los desafíos a discernir y buscar junto al pueblo de Dios nuevos criterios pastorales. Vivir la sinodalidad a la que nos llama el PP. Francisco, corresponsablemente.


Queridos hermanos sacerdotes, también nosotros somos parte de este pueblo y con él tenemos que vivir procesos de conversión, purificación y transformación personal y comunitaria. El Evangelio, que tenemos que proclamar, es fuente de vida, de sentido, de sanación y de liberación profunda. Dejemos que el Espíritu Santo obre libremente en nosotros y nos guíe en una entrega fiel y generosa, sobre todo en aquellos que más nos necesitan.


Por eso deseamos hoy renovar en nosotros la gracia del sacramento del orden, nos sentimos frágiles. Y queremos también renovar las promesas con que nos unimos a Cristo el día de nuestra ordenación mediante este sacramento. Deseamos repetírselas a Él solo: a Cristo, nuestro Señor y dador de Vida en abundancia.


Termino esta homilía con la intención del PP. Francisco, hace algunos años en la misa crismal, que creo hoy nos tiene que resonar en el corazón.


“Queridos fieles, acompañen a sus sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios. Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en el corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a los más alejados, allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente queridos sacerdotes nos sienta cercanos.”






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