Carta Pastoral 2019
"Eucaristía, verdadera comida con sabor a todos"
Mons. Jorge García Cuerva
'Animándolos a todos a vivir este año Eucarístico poniendo gestos concretos de querer ser una Iglesia renovada, abierta y samaritana que recibe la vida como viene'
A modo de síntesis
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Como Iglesia diocesana, prepararemos la celebración de los 500 años de la primera misa en territorio argentino
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Como Iglesia diocesana, vivir en clave eucarística
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Como Iglesia diocesana, alimentarnos y alimentar con el Pan de la Vida
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Convocatoria a todos y oración.
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La Ternura, Oswalgo Guayasamin[1]
Carta Pastoral 2019
"Eucaristía, verdadera comida con sabor a todos"
El pan que en el horno florece...
¡Es para todos, amigos!
Nadie se sienta más hombre,
la vida se vive en el pueblo.
Angelelli, Enrique, El hombre proyecto de pueblo
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Como Iglesia diocesana, prepararemos la celebración de los 500 años de la primera misa en territorio argentino
Hace algunos días el Papa Francisco envió un mensaje a todo el pueblo de Dios que peregrina en la diócesis de Rio Gallegos, en el que nos invitaba a prepararnos bien para la celebración de los 500 años de la primera misa en territorio argentino el 1 de abril de 2020.
En primer lugar, el Santo Padre nos recordaba que somos de alguna manera descendientes en la fe de aquellos hombres que en la expedición de Hernando de Magallanes, buscaban el paso entre los dos océanos, y que en la bahía de San Julián bajaron a tierra y celebraron la primera misa.
Imaginemos los sentimientos y el estado anímico de aquellos hombres que habían partido de España en septiembre de 1519 y que luego de muchos meses de travesía, aún no habían encontrado el paso interoceánico: las dificultades propias del viaje en esas pequeñas y frágiles embarcaciones, las enfermedades, la añoranza de estar lejos de la familia y los seres queridos, las tensiones y diferencias en la tripulación.
En ese contexto, celebran la primera Eucaristía; seguramente, y sintiendo que necesitaban poner toda su vida en manos de Dios para seguir adelante, preparan un altar en las orillas de San Julián donde el padre Pedro de Valderrama preside la misa.
A los pocos días, estalla entre los miembros de la tripulación una traición que lleva a Magallanes a tomar decisiones drásticas; se sentencia a muerte a varios, y a otros se los abandona en una isla desierta.
Hoy esta historia puede resultarnos muy fuerte y sangrienta; podemos preguntarnos cómo enseguida después de celebrar una misa, esas mismas personas son capaces de hechos tan terribles, en medio de una sublevación.
Pero también podemos pensar cuántas veces hoy, luego de celebrar nuestras Eucaristías dominicales, nos tratamos mal, nos ignoramos, hablamos unos de otros; recordemos las palabras del Papa en la audiencia general del 2 de enero de este año: Vas a la Iglesia a hablar mal de los demás, mejor no vayas, vive como un ateo... Aquellas personas que van a la iglesia y se quedan allí todo el día, o van cada día, y entonces viven odiando a los demás o hablando mal de la gente ¡Esto es un escándalo! sería mejor que no vayan a la Iglesia, que vivan como si fuesen ateos... Pero si vas a la Iglesia, vive como un hijo, como un hermano y da un verdadero testimonio, no un contra-testimonio".[1]
Jesús en la última cena, reunió a sus discípulos y nos dejó su Cuerpo y su Sangre en un poco de pan y vino. En aquella comida había lugar para todos: para Juan, el apóstol que lo seguiría hasta la cruz; para Pedro, que lo negó tres veces; para Judas, que lo traicionó; para el resto de los discípulos, que lo abandonaron.
En la Eucaristia celebrada aquél 1 de abril de 1520, también hubo lugar para todos, incluso para los que ya estaban pergeñando una traición.
Roguemos a Dios que en nuestras comunidades también haya lugar para todos, que nadie quede afuera, que nadie sea excluído. Por eso, iniciamos el Año Eucaristico diocesano el 31 de marzo pasado en las puertas del basural de Río Gallegos; quisimos reflejar la imagen de lo que significa tratar a mucha gente como basura, sacándola de nuestro corazón, de nuestra mente, de nuestras vidas, de nuestra sociedad. Francisco, en la encíclica Laudato si, expresa que muchos problemas en el mundo están íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura.[2]
En Polonia, visitando un hospital en Cracovia, el Papa profundizaba en esta idea diciendo: Nuestra sociedad, por desgracia, está contaminada por la cultura del «descarte», que es lo contrario de la cultura de la acogida. Y las víctimas de la cultura del descarte son precisamente las personas más débiles, más frágiles; esto es una crueldad.[3]
Que este Año Eucarístico, nos comprometa en la construcción de una sociedad más justa y fraterna, sin hermanos descartables o desechables; que en nuestras comunidades nadie quede afuera; no seamos jueces condenatorios, que levantamos el dedo acusador opinando de la manera de vivir de los demás, recordemos las palabras del Evangelio: ¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: Deja que te saque la paja de tu ojo, si hay una viga en el tuyo? [4]
Por eso nos pedía Francisco en el video que nos mandó que ayudemos a los que la estén pasando mal, que nos preocupemos por los que están peor que nosotros, que descubramos que en el otro está Cristo. Decía San Ireneo de Lyon: No acudir en ayuda de las necesidades del otro es renegar del ágape del Señor.[5]
La celebración eucarística nos exige un espíritu comunitario, nos exige abrir los ojos para reconocerlo al Señor y servirlo en los más pobres. San Juan Crisostomo exhortaba: ¿Quieren en verdad honrar el Cuerpo de Cristo? No consientan que esté desnudo. No lo honren en el templo con manteles de seda mientras afuera lo dejan pasar frio y desnudez.[6]
La otra manera que el Papa Francisco nos propone para prepararnos para los 500 años es vivir con alegría; ser cristianos que trasmitan la alegría del Evangelio; que nuestra vida testimonie que Jesús está vivo, que resucitó. A veces nuestras comunidades han perdido la capacidad de celebrar; la tristeza lo va invadiendo todo, y nos transformamos en cristianos quejosos y apesadumbrados. Y después nos preguntamos por qué no viene más gente a nuestros templos… ahí hay una posible respuesta. La Eucaristía es el mismo Señor resucitado que se quiere quedar entre nosotros, un Cristo cercano fuente de una alegría que se vive en comunión, una alegría que se comparte y reparte, que nos invita a hacer fiesta.
Aquí me atrevo a sugerir que podamos revisar nuestro modo de celebrar; a veces estamos muy atados a rúbricas alejadas de la vida, con un lenguaje casi inentendible, con canciones aburridas, donde no se experimenta el encuentro de hermanos en torno a la mesa del Señor; donde algunos se sienten “los dueños” de la comida pascual, y otros, tan solo pueden ser “los mozos”.
Sólo como discípulos enamorados de Jesús, abiertos a la acción de su Espíritu, podremos renovar nuestras parroquias, y ser testigos del Resucitado con alegría. La alegría del discípulo es antídoto frente a un mundo atemorizado por el futuro y agobiado por la violencia y el odio. La alegría del discípulo no es un sentimiento de bienestar egoísta sino una certeza que brota de la fe, que serena el corazón y capacita para anunciar la buena noticia del amor de Dios. Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo.[7]
2. Como Iglesia diocesana, vivir en clave eucarística
En la última asamblea diocesana en octubre del 2017 se eligieron tres orientaciones pastorales; familia, misión y espiritualidad. Es importante entonces, releer y vivir en clave eucarística estas prioridades.
Familia: que nuestras celebraciones eucaristicas nos fortalezcan en los vinculos, en la experiencia de sentirnos hermanos, en la apertura a los que piensan distinto, a los que se sienten solos, tristes, discriminados; que como Iglesia diocesana seamos una familia grande que crece desde el Pan compartido y celebrado en comunidad.
Misión: El alimento eucarístico nos anima e impulsa a la evangelización, a ser una Iglesia en salida que no se queda encerrada entre los conocidos y en los templos. El documento de Aparecida lo dice claramente: La Eucaristía es principio y proyecto de misión del cristiano;[8] y más adelante, La fuerza del anuncio de vida será fecunda si lo hacemos con el estilo adecuado, con las actitudes del Maestro, teniendo siempre a la Eucaristía como fuente y cumbre de toda actividad misionera. (…) Se trata de salir de nuestra conciencia aislada y de lanzarnos, con valentía y confianza (parresía), a la misión de toda la Iglesia.[9]
Espiritualidad: Es importante en primer lugar ponernos de acuerdo a qué nos referimos con el concepto de espiritualidad; el Papa Francisco en la Exhortacion apostolica Evangelii Gaudium plantea que cuando se dice que algo tiene espíritu esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la accion personal y comunitaria.[10] La espiritualidad no es una suma de prácticas de piedad, sino que tiene que ver con la acción del Espíritu Santo en nuestra vida, que nos infunde la fuerza para anunciar y vivir la novedad del Evangelio con audacia, sin miedo, sin asco, sin demora.[11]
Pidamos a Dios un nuevo Pentecostés que nos libere de la fatiga, de la desilusión, del “siempre se hizo asi”, de la costumbre que nos adormece y nos dice que no vale la pena tratar de cambiar las cosas; que el Espiritu del Señor venga a despertarnos, a desinstalarnos, que nos pegue un fuerte sacudón. Entonces la Eucaristía será el alimento necesario para renovarnos, para fortalecernos ante las dificultades, para encontranos como discipulos con Jesucristo, quien nos acoge y a la vez nos envia. Una espiritualidad comunitaria, que no se aísla de los demás ni de la realidad, sino que en el Pan de Vida encuentra la fuente de un siempre nuevo compromiso, incluso hasta dar la vida.
3. Como Iglesia diocesana, alimentarnos y alimentar con el Pan de la Vida
Alimentarnos con el propio cuerpo es el camino que Dios mismo ha elegido para estar sensiblemente y de manera definitiva en medio de su pueblo. El pan que partimos y compartimos y que afirmamos con fe que es el Cuerpo de Jesucristo, es su misma persona dada en alimento; es su vida corporal hecha fuente de vida para todos.
Entonces, podemos pensar en Dios como una madre que alimenta; una madre que nutre a sus hijos con la leche de su pecho. Son las mujeres las que alimentan a sus hijos con su propio cuerpo al darles de mamar; Dios también nos da el mejor alimento, su propio cuerpo.
Como niños, dejémonos alimentar por ese Dios Madre; lo necesitamos; nuestra vida requiere de esta comida que nos fortalece y que nos cura; del Pan de Vida que nos anima a seguir adelante y a recobrar el valor y el fervor espiritual.
Partir el pan y distribuirlo, estar en comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor, significa para todos, aún en medio de las más miserables situaciones, reproducir y simbolizar en la sociedad y en la comunidad creyente el acto de entrega y amor que tantas madres viven cotidianamente. Por eso tenemos el enorme compromiso de alimentar con nuestra vida a los hermanos que más sufren, a los que no encuentran sentido a sus vidas; dejarnos comer por los hambrientos de paz, de ternura, de esperanza y de justicia. Entregar la vida por amor al prójimo, como Jesús se entrega diariamente en cada altar, para alimentarnos y alimentar.
San Oscar Arnulfo Romero, obispo de El Salvador, asesinado en 1980 por anunciar con valentía el Evangelio, le decía a su comunidad, palabras que quiero hacer mías y trasmitirlas a toda la Iglesia de la diócesis de Rio Gallegos: Hermanos hoy van a salir ustedes de la Catedral con la fe iluminada por la presencia de Cristo en nuestro altar, y los que han comulgado van a salir también repletos del Espíritu de Cristo. ¿Cuándo será el día en que todos los que vienen a misa estén tan unidos a Dios, tan lejos del pecado, de las pasiones, de las locuras de la tierra, que se identifiquen tanto con Dios, que al salir de la Catedral o de la Iglesia parroquial o donde quiera que se celebra la Eucaristía, van a ser en el mundo almas del mundo, a poner fermento de Eucaristía en la familia, en la profesión, en el trabajo, en la vida social? Nos faltan muchos cristianos de esos, que vivan de verdad la Eucaristía (…) Si creemos de verdad que Cristo, en la Eucaristía de nuestra Iglesia, es el pan vivo que alimenta al mundo, y que yo soy el instrumento como cristiano que creo y recibo esa hostia y la debo llevar al mundo, tengo la responsabilidad de ser fermento de la sociedad, de transformar este mundo tan feo. Eso sí sería cambiar el rostro de la Patria, cuando de veras inyectáramos la vida de Cristo en nuestra sociedad, en nuestras leyes, en nuestra política, en todas las relaciones. ¿Quién lo va hacer? ¡Ustedes! Si no lo hacen ustedes los cristianos, no esperen que El Salvador, (nosotros podemos decir Argentina), se componga. Sólo el país será fermentado en la vida divina, en el Reino de Dios, si de verdad los cristianos se proponen a no vivir una fe tan lánguida, una fe tan miedosa, una fe tan tímida; sino que de verdad como decía aquel santo -creo que San Juan Crisóstomo-: "Cuando comulgas, recibes fuego; debías de salir respirando la alegría, la fortaleza de transformar el mundo".[12]
Al recibir a Jesús Eucaristía en la comunión experimentamos una vez más la misericordia de Dios que nos ama porque somos sus hijos, no por nuestros méritos; a propósito de esto, recordemos las palabras de Francisco: La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles.[13] Y es por eso en la celebración litúrgica nuestras palabras inmediatamente anteriores a comulgar son No soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme. La Iglesia ha elegido, como último momento en preparación al recibimiento de la Eucaristía, las palabras del centurión romano de Cafarnaúm, cuando pidió a Jesús que curara a su siervo fiel, paralizado y sufriendo mucho.[14]
A partir de allí, estamos llamados a vivir la misericordia con los demás, porque nosotros en primer lugar hemos sentido la misericordia en nuestra vida. Misericordiar en la vida cotidiana, en la familia, en el trabajo, en nuestras comunidades parroquiales; en definitiva, ser testigos del Padre y Madre misericordioso con nuestros hermanos.
Y me animo a utilizar una idea nueva, vivir la misericordia social. Hemos escuchado mucho el concepto justicia social, concepto que ha sido bastardeado y vaciado de contenido por tantas promesas incumplidas; en Dios no hay acción justa que no sea también acto de misericordia y de perdón y, al mismo tiempo, no hay una acción misericordiosa que no sea perfectamente justa.[15] Por eso es hora de concretar esta misericordia social, curando las heridas de los que sufren, consolando con solidaridad y compromiso, venciendo toda indiferencia, haciendo nuestro el grito de auxilio de los más pobres, rompiendo las barreras del egoísmo y la hipocresía, animándonos mutuamente en el compromiso por construir entre todos una sociedad más justa y más fraterna.
4. Convocatoria a todos:
Como Iglesia diocesana, seamos un solo Cuerpo
Quisiera terminar esta carta pastoral tomando una vez más palabras de San Juan Crisostomo que pese a haber sido escritas en el siglo IV no pierden vigencia: En la celebración todos participamos en igualdad y un mismo cuerpo es ofrecido a todos. Todos comemos el mismo cuerpo, bebemos el mismo cáliz y nos damos juntos el beso y el abrazo de paz, pues todos formamos un solo cuerpo. No debe de haber orgullo ni complejo de inferioridad. Quien toma el primer lugar, solo asume más cansancio, más responsabilidad y no honores. Es necesario que en la Iglesia seamos como en una única casa y todos seamos como un cuerpo con diversos miembros, pero un solo cuerpo.[16]
Animándolos a todos a vivir este año Eucaristico poniendo gestos concretos de querer ser una Iglesia renovada, abierta y samaritana que recibe la vida como viene, les mando un gran saludo y mi bendición,
Mons. Jorge García Cuerva
Obispo diocesano
ORACION
Señor Jesús, hace 500 años que estás entre nosotros en un poco de pan y vino.
Desde aquel momento sos nuestro alimento,
Te necesitamos,
Tenemos hambre de paz, hambre de justicia, hambre de alegría
Nuestro pueblo está pasando momentos difíciles,
Muchos están sin trabajo,
Muchos jóvenes atravesados por las adicciones,
Muchos abuelos se sienten solos,
Muchos hermanos han perdido la alegría y la esperanza,
Ayudanos a no bajar los brazos,
a seguir adelante como Iglesia diocesana,
como familia que no excluye a nadie,
como comunidad fraterna en salida.
Porque queremos compartir con todos
la alegría de conocerte
y recibirte en cada Eucaristía.
Porque sos nuestro Pan de vida,
y nos enseñas a compartir,
y a seguir dando la vida por
el hermoso sueño de ser hermanos.
Amén
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NOTAS (inicio)
[1] Francisco, Audiencia general, 2 de enero de 2019
[2] Francisco, Carta encíclica Laudato si 22, Ciudad del Vaticano 2015
3 Francisco, Discurso en ocasión de la visita al hospital pediátrico universitario (UCH), Cracovia 2016
[4] Mateo 7, 3-4
[5] Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 180
[6] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre san Mateo, L, 3-4: PG 58, 508-509
[7] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento conclusivo de Aparecida 29, Aparecida, Brasil, 2007
[8] Ibid. 153
[9] Ibid 363
[10] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 261, Ciudad del Vaticano 2013
[11] Cfr. Ibid 23
[12] Romero, Oscar A., Homilía Cristo el Pan Vivo que da Vida al mundo, San Salvador, 1978
[13] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 47
[14] Cfr. Mt. 8, 8
[15] Benedicto XVI, Discurso en la cárcel de Rebibbia, Roma 2011
[16] San Juan Crisóstomo, Op. Cit