La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
Tesis de Licenciatura
Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia
Buenos Aires, diciembre 2002
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva
Obispo diocesano
Conclusión
El silencio histórico sobre el accionar eclesial durante la epidemia de 1871 resulta por lo menos sorprendente.
El acceso a las fuentes y a diversos documentos de la época demuestra claramente que la labor de la Iglesia en contra de la fiebre amarilla y su atención a los enfermos fue muy importante. El trabajo heurístico y de investigación permite llegar a esta conclusión.
Hay varios indicadores para afirmar esto: El primero de ellos está referido al número de muertos. Comparando las cifras de mortalidad por profesiones resulta evidente que el grupo social que más víctimas tuvo fue el clero de Buenos Aires, incluso para diarios anticlericales como La República que afirmó que superaron los cincuenta muertos. Los médicos muertos fueron doce, los farmacéuticos, cinco, la Comisión Popular tuvo sólo cuatro bajas.
La proporción de sacerdotes fallecidos durante el ataque del flagelo demuestra en forma concluyente que estos estuvieron acompañando a los enfermos en sus últimos momentos, sin abandonarlos como sí hacían muchos familiares por miedo al contagio. Cabe recordar que los lugares cerrados en los que estaban los infectados eran el ámbito propicio para la vida del mosquito trasmisor de la fiebre. Mientras muchos huían despavoridos de sus casas e incluso de la ciudad, los miembros del clero se acercaban a los lechos de muerte, incluso con el riesgo de contagiarse y morir.
Otro indicador importante para afirmar la relevancia de la tarea eclesial contra la peste de 1871 es cómo la Iglesia participó y trabajó en conjunto con otras organizaciones, incluso no religiosas. Ya desde el comienzo de la epidemia, las casas parroquiales quedaron a disposición del Consejo de Higiene Pública, que designó para cada una de ellas un médico que debía vivir allí con un asistente, a fin de ser localizado fácilmente por la población.
En la Comisión Popular se destacaron dos sacerdotes, Domingo José César y Patricio Dillon, quienes, a pesar de trabajar con activos masones, no abandonaron su lugar de lucha, dedicándose a acompañar a los inmigrantes que estaban errantes por la ciudad como consecuencia de la quema de los conventillos.
En distintos medios periodísticos se señalaba diariamente las cifras de donaciones recibidas por la Comisión Popular; es sorprendente que las mayores cifras correspondían a asociaciones laicales, que generosamente entregaban todas sus colectas.
Monseñor Aneiros estuvo a la altura de las circunstancias, cuando en una actitud dialogal con el gobierno, suspendió todas las celebraciones de Semana Santa y recomendó a los fieles permanecer en sus casas, en sintonía con las medidas preventivas que tomaban el Consejo de Higiene y la Comisión Popular.
A la vez, las diversas congregaciones religiosas trabajaron incansablemente en los hospitales o visitando enfermos en sus hogares, suspendiendo toda otra actividad pastoral que no tuviese relación directa con la lucha contra el flagelo de la fiebre. Algunas de ellas trabajaron en conjunto con las damas de la Sociedad de Beneficencia, cuya presidenta María Beláustegui de Cazón, se caracterizó por un fuerte compromiso con los desposeídos desde sus creencias religiosas.
Un tercer indicador que demuestra el extraordinario trabajo eclesial durante la epidemia, es curiosamente la gran cantidad de críticas que se le hicieron en ese tiempo, que dejan ver las diversas tareas que la Iglesia llevaba a cabo. Los diarios dedicaban mucho espacio a atacar a los sacerdotes por la realización de novenas, procesiones y misas para pedir el cese de la peste. También se condenaba la visita que hacían a los enfermos para administrarles el sacramento de la unción, o la atención que prestaban a los inmigrantes italianos que eran considerados los culpables del mal.
Cabe consignar que en el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro existen también referencias a la Iglesia donde se la critica o simplemente se menciona alguna de las actividades que realizaba. Si se tiene en cuenta la brevedad de la obra de Navarro, indudablemente la Iglesia fue protagonista de la lucha contra la fiebre ya que entre tantas cosas para consignar el autor optó varias veces por temas eclesiales.
La controversia religiosa por el funeral del periodista masón Francisco López Torres fue el desencadenante de las mayores críticas contra la Iglesia y del silencio posterior.
La historia, también influenciada por un fuerte liberalismo anticlerical, cada vez que se dedicó a tratar el tema de la epidemia de fiebre amarilla, destacó sólo la labor de la Comisión Popular en detrimento del clero y las congregaciones religiosas.
Indudablemente el trabajo heurístico realizado permitió sacar a la luz muchos datos que no eran tenidos en cuenta al hacer un estudio sobre la epidemia de 1871; la investigación en los archivos médicos y las diversas publicaciones especializadas, los archivos religiosos, los diarios de la época, los documentos oficiales, etc. ha sido fundamental para desentrañar una parte de la historia de la gran epidemia que no se conocía.
Este trabajo quiso ser, precisamente a partir de esas fuentes, un aporte a la objetividad histórica, sacando a la luz la gran tarea que realizó la Iglesia de Buenos Aires durante el flagelo de 1871.