La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
Tesis de Licenciatura
Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia
Buenos Aires, diciembre 2002
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva
Obispo diocesano
CUARTA PARTE
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La Iglesia en Buenos Aires hacia 1870
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Labor de la Iglesia al comienzo de la epidemia: febrero-marzo de 1871
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Protagonismo de la Iglesia contra la fiebre amarilla: abril-mayo de 1871
Cuarta Parte
1. La Iglesia en Buenos Aires hacia 1870
1.1 Antecedentes históricos
El puerto de Santa María de los Buenos Aires fue fundado por Don Pedro de Mendoza el 2 de febrero de 1536 en la zona aledaña a la antigua desembocadura del llamado Riachuelo de los Navíos.[1] Establecida la incipiente población anexa al puerto fundado por Mendoza se construyeron cuatro ermitas o templos precarios que por las inclemencias del tiempo, especialmente inundaciones, y los ataques indios fueron destruidos.[2]
En 1580, Don Juan de Garay estableció en Buenos Aires el lugar asignado para la edificación del templo, puesto bajo la advocación de la Santísima Trinidad. Buenos Aires era parte de la rica y extensa provincia del Paraguay. Las grandes distancias que la separaban de Asunción, sede desde 1547 de la diócesis del Río de la Plata, y el desarrollo de la ciudad, llevan a la creación del obispado en 1620.[3]
En la sesión de Ayuntamiento del 27 de enero de 1620, el licenciado Gabriel Sánchez de Ojeda, alcalde ordinario, había propuesto que se gestionara ante el Papa la creación de una diócesis con prelado propio en Buenos Aires. El entonces gobernador Don Diego de Góngora apoyó tal propuesta y el rey Felipe III elevó la súplica al Sumo Pontífice Paulo V, quien atendió el pedido y erigió la nueva diócesis el 6 de abril de 1620.[4] Se designó como primer obispo de Buenos Aires a Fray Pedro Carranza, carmelita.
Hasta 1769 toda la ciudad y pueblos vecinos fueron una sola y única parroquia con cabecera en la Catedral, funcionando las otras iglesias como “ayudas de parroquia”. Las necesidades de la población y lo extenso de las zonas, fueron las causas de la creación de las dos primeras ayudantías o iglesias filiales. La primera de estas fue la iglesia del Santísimo Sacramento, que funcionó en el Real Hospital San Martín y estuvo emplazada en la manzana que correspondía a la Casa de la Moneda, y la segunda fue la iglesia San Juan Bautista en las calles Alsina y Piedras.
La ayudantía de la iglesia del Santísimo Sacramento fue habilitada en el año 1737, y cuando llegaron al virreinato los padres Bethlemitas para hacerse cargo del Hospital San Martín, la ayuda parroquial se trasladó a la iglesia de la Pura y Limpia Concepción del Alto de San Pedro, que fue hecha parroquia el 3 de noviembre de 1769 siendo obispo Manuel A. de la Torre.
La iglesia de San Juan Bautista, la otra ayuda de la parroquia de la Catedral, continuó ejerciendo sus funciones hasta el arribo de las monjas capuchinas.[5]
Las parroquias erigidas en 1769 fueron cuatro: la ya mencionada iglesia de la Pura y Limpia Concepción del alto de San Pedro; Nuestra Señora de la Piedad, cuya acta de erección dice que tiene derecho a asilo y que su verdadero nombre es Nuestra Señora de las Angustias y Piedades;[6] la parroquia Nuestra Señora de Monserrat, cuyo origen se remonta a la devoción de un vasco, Pedro Juan Sierra, próspero dueño de una chacra a principios del siglo XVIII que le construyó una modesta capilla a Nuestra Señora de Monserrat, que fue recibida con beneplácito por la vecindad de vascos y catalanes. El templo se construyó en 1750 y pronto dio nombre al barrio, que también alcanzó fama por las corridas de toros que se realizaban en la zona;[7] y la parroquia San Nicolás de Bari, sobre cuyo campanario ondeó por primera vez la bandera argentina en Buenos Aires. Su templo fue posteriormente demolido.[8]
El 25 de marzo de 1783 se declaró parroquia Nuestra Señora del Socorro a un templo de origen humilde surgido a mediados del siglo XVIII en la zona norte de la ciudad, en Retiro. Allí se veneraba la imagen del Señor de los Milagros. El obispo que la creó fue Fray Sebastián Malvar y Pinto quien durante su obispado realizó una visita apostólica a través de su diócesis, llegando a las zonas más alejadas. Su labor es también conocida por las constantes controversias con el virrey Vértiz.[9]
En 1806 fueron erigidas las parroquias de San José de Flores, de San Telmo y de San Benito; esta última tomando parte de la jurisdicción de la de San Nicolás y de la Piedad. Estas tres parroquias de la ciudad surgieron durante el episcopado de Monseñor Benito de Lué y Riega (1803-1812) quien demostró su profundo celo pastoral al recorrer grandes distancias de su diócesis; el 30 de abril de 1803 escribía a todos los párrocos de su vasta diócesis:
“Es mi determinación recorrer por mí mismo la grey encomendada y presentarme pronto y benéfico al alivio y espiritual consuelo de todos mis diocesanos y especialmente de aquellos cuan innumerables que jamás tal vez habrán visto al propio prelado en sus países y menos oído la voz de su obispo.”[10]
A la muerte de Monseñor Lué y Riega en 1812 el Cabildo eclesiástico de Buenos Aires, considerando que la sede vacante había de ser dilatada por los acontecimientos políticos de esos años, nombró un Provisor, en principio por el término de un año. Resultó electo Diego Estanislao Zavaleta quien finalmente ocupó el cargo hasta enero de 1815. Con él se abría un período en la Iglesia de Buenos Aires de sucesivos provisores designados por el Cabildo eclesiástico.
Entre los provisores más destacados por su labor se encuentra Domingo Victorio de Achega, quien impulsó varias reformas litúrgicas a fin de fomentar el entusiasmo patriótico, sacando oraciones y festividades que nombraban y pedían por el rey de España. En 1821 le sucedió Juan Dámaso Fonseca quien renunció en momentos en que se iniciaba la reforma rivadaviana. Luego ocupó el cargo Valentín Gómez, quien le reconoció al gobierno amplios poderes para arreglar los asuntos eclesiásticos.[11]
El 3 de junio de 1822 el Cabildo eligió para el cargo de Provisor al párroco de La Piedad, Dr. Mariano Medrano y Cabrera. Las medidas referidas a la Iglesia tomadas por Bernardino Rivadavia enfrentaron a Medrano con el gobierno:
“Hoy es llegado el momento propio para que el Diocesano denuncie ante el Santuario augusto de la justicia los abusos del Poder Ejecutivo sobre la jurisdicción eclesiástica, la usurpación que ha hecho del Poder Legislativo que exclusivamente corresponde a aquélla y forma su esencialidad: el rigor de las órdenes que a este efecto ha dado y con el que se han ejecutado: la impunidad con que se extravía la opinión y se escandaliza la piedad del pueblo: la indiferencia e insensibilidad con que se ven los funestos amagos y aún positivas hostilidades que se hacen ya a la Religión del Estado, unas veces induciendo ideas de libertinaje y doctrinas contrarias al dogma católico por medio de la prensa y el franco uso de libros perniciosos y corruptores: otras burlándose públicamente de las costumbres piadosas que la sabiduría de la Iglesia ha establecido o permite para fijar la devoción y avivar la fe (...)” [12]
Finalmente Medrano fue destituido por un Cabildo Eclesiástico obsecuente al gobierno y reemplazado por el Dr. Mariano Zavaleta quien cooperó con las reformas de Rivadavia. El último provisor en sede vacante fue José María Terrero.
Por un breve del 7 de octubre de 1829 Pío VIII nombró obispo in partibus de Aulón y Vicario apostólico de Buenos Aires al Delegado apostólico Mariano Medrano.[13]
El 2 de julio de 1832 el Papa Gregorio XVI elevó a Medrano a obispo de Buenos Aires y en la misma fecha nombró obispo de Aulón al Dr. Mariano José de Escalada. Así se restauraba la jerarquía eclesiástica en la diócesis de Buenos Aires.[14]
Durante esos años se erigieron en la ciudad de Buenos Aires las siguientes parroquias: Nuestra Señora del Pilar, cuyo radio parroquial abarcaba hasta el arroyo Maldonado, lindando con Belgrano; el templo se había comenzado a levantar en 1766; San Miguel Arcángel, el 10 de marzo de 1830. La calle Rivadavia, el 16 de marzo de 1830, dio origen a las parroquias Catedral al Norte o Nuestra Señora de la Merced, de la Catedral al Sur o San Ignacio. El 16 de mayo de 1833 se erigió la parroquia Nuestra Señora de Balvanera.[15] A Monseñor Medrano le tocó vivir una época políticamente muy agitada, muy acorralado y determinado por el paternalismo de Rosas.[16]
El Dr. Escalada, nacido en 1799, fue obispo auxiliar de Buenos Aires desde 1832, último obispo titular desde 1854 (fallecido monseñor Medrano), y el primer arzobispo desde 1866. Fue el Papa Pío IX quien dispuso que la ciudad de Buenos Aires fuese erigida en metrópoli con las diócesis de Córdoba, Salta, San Juan de Cuyo, Paraná y Asunción por sufragáneas.[17] Durante su episcopado se fundó el Seminario Conciliar de Buenos Aires cuya dirección pasó a manos de los jesuitas en 1873 y se erigieron varias parroquias en el territorio bonaerense, Ranchos, Chivilcoy, Rojas, e incluso en la isla Martín García (parroquia Nuestra Señora del Carmen, el 20 de mayo de 1859). En la ciudad de Buenos Aires se destaca la erección de la parroquia Inmaculada Concepción de Belgrano, cuyos primeros libros parroquiales comienzan en enero de 1859. En abril de 1865 el obispo Escalada bendijo la piedra fundamental del actual templo, la redonda de Belgrano.[18]
1.2.La Iglesia en Buenos Aires en los años inmediatamente anteriores a la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Cuando se vio la necesidad de crear los Juzgados de Paz en la ciudad de Buenos Aires, el gobierno acudió al obispo Escalada proponiéndole que coincidieran sus límites con los de las parroquias. Fue así que el Prelado y el Poder Ejecutivo elaboraron un proyecto de ley en forma de decreto para presentar en la Legislatura:
“Su Señoría Ilustrísima y Reverendísima se ha prestado acordar con el gobierno una nueva y completa subdivisión del municipio de esta ciudad en Juzgados de Paz y Parroquias con unos mismos límites (...); igualmente la elección de dos Juzgados de Paz y Parroquias más, que, a causa del incremento de población se han hecho indispensables para el servicio del culto como para la administración de la justicia.” [19]
Se señalaron trece secciones parroquiales y se crearon dos nuevas parroquias, que fueron la de Santa Lucía en La Boca y la de San Cristóbal.[20] El proyecto recibió el carácter de ley el 28 de junio de 1869. Durante la fiebre amarilla se preparó la lucha contra la epidemia considerando las divisiones establecidas por las parroquias, siendo las siguientes: Nuestra Señora de la Merced (catedral norte), San Ignacio (catedral sur), San Nicolás de Bari, Nuestra Señora del Socorro, San Miguel Arcángel, Nuestra Señora de Monserrat, Inmaculada Concepción, San Telmo, Nuestra Señora de la Piedad, Nuestra Señora de Balvanera, Nuestra Señora del Pilar, San Juan Evangelista, San Cristóbal y Santa Lucía en Barracas.[21]
Desde aquel momento quedó definida la división de la ciudad por parroquias, estructura que durante la epidemia fue la base de la organización sanitaria. Así es que se leía en los diarios de la época:
“Reuniones parroquiales: Se han convocado por los Jueces de Paz, a invitación de la municipalidad con el objeto de arbitrar medidas higiénicas que precaven las parroquias de la invasión de la fiebre amarilla.
La medida es tanto más útil, cuanto que son ya varias las parroquias atacadas. En nuestra esfera, apoyaremos decididamente las medidas higiénicas que dicten esas útiles comisiones.” [22]
“De las doce del día sábado hasta igual hora del domingo, sólo en la parroquia de San Telmo han fallecido de la fiebre 36 personas.” [23]
“Comisión de Higiene de la parroquia de La Piedad: Esta comisión suplica a todos los vecinos de la parroquia se sirvan dirigir sus avisos o denuncias de los focos de infección que conozcan a la calle de Solis, nº 18 para tomar inmediatamente las medidas que sean necesarias.” [24]
El 26 de setiembre de 1869 Monseñor Escalada partió a Roma a formar parte del Concilio Vaticano I, falleciendo allí el 28 de julio de 1870.
“Otros dirán la historia del santo anciano, cuya muerte acaba de acongojar a este pueblo. Aquí sólo procuraremos interpretar un sentimiento propio de los hombres de nuestra generación. Todos le llamábamos el Obispo. Era para nuestro sentido estético el tipo y la encarnación precisa del Pontífice. Él revestía esa grave majestad antes que la vejez le coronara de canas, antes que el tiempo acentuara en su fisonomía la expresión de la fortaleza y de la santidad.(...)
Ha muerto. La tierra sorda y opaca nos lo roba. Los que le admiramos siendo niños, hemos perdido al que fue para nosotros el más venerable y el más directo Ministro del Altísimo.” [25]
Conocida en Buenos Aires la noticia de su muerte en setiembre de ese año, el Cabildo Eclesiástico favoreció en el escrutinio a Monseñor Federico Aneiros para ocupar el cargo de Vicario Capitular,[26] recibiendo la consagración episcopal de manos de Monseñor Fray José Wenceslao Achaval, obispo de Cuyo, el 23 de octubre de aquél año. Sintiéndose Aneiros agobiado por la excesiva carga solicitó al Cabildo un provisor, siendo designado el maestrescuela Ángel Brid, y para la secretaría el canónigo de merced José Domingo César quien luego integró la Comisión Popular.[27]
Entre 1868 y 1874, a raíz de la revolución española que arrojó del trono a Isabel de Borbón, unos doscientos sacerdotes españoles aportaron a la Argentina, pero pocos de entre ellos eran varones piadosos, cultos y laboriosos. Sin embargo, engrosaron las filas de un número escaso de sacerdotes del clero secular, que en Buenos Aires no eran más de treinta y cinco.[28] Indudablemente esta era una de las grandes dificultades de la Iglesia en la ciudad, sacerdotes muy poco formados debido a que la existencia del Seminario Eclesiástico de Buenos Aires fue entre 1810 y 1850 más nominal que real.[29]
1.3 Las nuevas congregaciones religiosas
“Fue un acontecimiento de singular trascendencia para el catolicismo de todo el país la llegada de institutos religiosos con finalidad educativa y pastoral, a despecho de la oposición, en parte del gobierno, y sobre todo de la prensa hostil y sectaria.” [30]
Con el crecimiento de la ciudad de Buenos Aires, se produjo el establecimiento de diversas órdenes y congregaciones religiosas: desde 1580 están instalados los franciscanos, desde 1601 los mercedarios, los dominicos desde 1602, en 1607 los jesuitas. En cuanto a las congregaciones femeninas en 1738 se comenzó a edificar el monasterio de clausura que en 1745 ocuparían las monjas dominicas, llamadas popularmente catalinas; las clarisas vienen a la ciudad en 1749 (en 1753 se instalan junto a la iglesia de San Juan Bautista), las Hijas del Salvador en 1795 y las Carmelitas de la Tercera Orden desde 1812.[31]
El 24 de febrero de 1856 llegan a Buenos Aires desde Irlanda las Hermanas de la Misericordia, Sisters of Mercy, una comunidad de ocho religiosas, que abren una escuela de niñas, se hacen cargo del hospital irlandés, del hospital de mujeres, y en el año 1858 con ocasión de las epidemias, también del Lazareto. Estas religiosas durante casi dos años, 1856 y 1857, apoyadas por el Padre Antonio Fahy, dominico irlandés (1805-1871), frente a una virulenta campaña antirreligiosa, sostenían ante las autoridades del estado, poder ejecutivo y cámaras legislativas, una tenaz gestión pública hasta conseguir que se les reconozca el derecho de establecerse en Argentina.[32] Habían sido tratadas de monjas exóticas, extemporáneas a la modernidad e infractoras de las leyes del Estado para ingresar al país. Fue el doctor Vélez Sársfield quien se hizo cargo del problema y resolvió a través de un dictamen la situación de las hermanas: se definió que conformarían una asociación religiosa bajo los estatutos que se dieran voluntariamente, sujetándose a la autoridad del prelado de la Iglesia. De esta manera la ley civil distingue entre estas asociaciones y los conventos. Vélez aclaró que el problema había surgido porque el gobierno había entendido que las recurrentes pedían licencia para la fundación de un convento de monjas, es decir de una entidad jurídica en que las personas profesarían por votos solemnes la vida conventual, y que para esto se requería de la aprobación expresa del gobierno y de las cámaras legislativas, a quienes debían presentar sus constituciones.[33]
Este dictamen de Vélez Sarsfield fue de gran importancia ya que a partir de él, muchas congregaciones religiosas pudieron entrar al país como inmigrantes, dedicándose a las actividades de sus institutos, organizándose como asociaciones civiles para fines lícitos y reconocidas por la autoridad civil como personas jurídicas. Este reconocimiento no convertía sus casas en conventos, ni sus institutos en órdenes, ni a sus miembros en religiosos, en el sentido de las leyes civiles de la Nación o de las provincias. Así se abrió la puerta para las demás comunidades que luego se radicaron aquí.
El 4 de noviembre de 1856, procedentes de Bayona, Francia, desembarcaron ocho religiosos de la Congregación del Sagrado Corazón. Eran cinco sacerdotes: Diego Barbé, Juan B. Harbustan, Simón Guimón, Luis Larrouy y Pedro Sardoy, un clérigo estudiante Juan Magendie y dos hermanos coadjutores. Fundaron enseguida su histórico Colegio San José y les fue encomendada la atención espiritual de la colectividad vasca. Poco antes de su llegada, el Padre Fahy escribía desde Buenos Aires:
“Estamos esperando la llegada de seis misioneros que envía el obispo de Bayona (...) La noticia de que vienen al país hombres de esa clase causa una gran satisfacción. Tendrán a su cargo una hermosa raza de gente, que desgraciadamente ha sido descuidada durante muchos años. Están mejor instruidos en su religión los vascos que nuestro pueblo.” [34]
Actuaron al principio en las Iglesias de la Merced y San José de Flores. En setiembre de 1862 tomaron la Iglesia de San Juan Bautista, que pasó a ser un lugar de cita y encuentro de vascos y franceses en Buenos Aires y foco de intensa espiritualidad. La obra más importante de los padres Bayonenses fue el Colegio de San José, fundado el 19 de marzo de 1858, próximo a la parroquia de Balvanera. Eligieron ese lugar por estar cerca de la plaza Miserere, donde los vascos que llegaban de San José de Flores, descargaban sus tarros de leche. Fue el primer centro docente fundado después del gobierno de Rosas y anterior a todos los colegios Nacionales, que recién comenzaron a abrirse en 1863.[35] Los textos escolares que publicaron revolucionaron los métodos didácticos vigentes.
El instituto de las Hermanas del Huerto fue fundado por San Antonio María Gianelli, en Chiavari, Italia, en 1829, con el nombre de Hermanas de Caridad Hijas de María Santísima del Huerto.[36] Su ingreso al país lo gestionó la Sociedad de Beneficencia en 1858 a través de su Presidenta, la señora Josefa del Pino y de un grupo de laicos comprometidos encabezados por Juan Ramón Gómez, Presidente de la Comisión de Caridad del Hospital de Montevideo. El obispo de Buenos Aires, Monseñor Escalada, escribe a la Madre María Catalina Podestá, el 18 de marzo de 1858:
“Estoy satisfecho con la venida de las Hijas de María porque, con sus virtudes, ayudarán a edificar el pueblo de Buenos Aires. Alimento grandes esperanzas en la concreción de este evento. También las señoras de la Sociedad de Beneficencia están empeñadas a conseguir fondos para este fin y yo mismo ayudaré con gusto. No dude V.R. de mi disposición para servir a todo lo que pertenece a este Santo Instituto como también de dar exacto cumplimiento a cuanto fue prometido, en el documento enviado por la Sociedad de Beneficencia, creo que ya lo tiene en sus manos, pues estoy convencido de las ventajas que las Hijas de María proporcionarán a mi Diócesis.” [37]
Llegaron al año siguiente y comenzaron por tomar a su cargo el Hospital de mujeres; en 1860 un segundo grupo de hermanas se hicieron cargo de los 298 niños de la Casa de Niños Expósitos y otras del Hospital de Dementes de la Convalecencia. Con ocasión de la batalla de Pavón en setiembre de 1861, el Instituto del Huerto ofreció su colaboración para atender a los heridos. Aceptado su ofrecimiento por el ministro de Gobierno Pastor Obligado, las hermanas trabajaron arduamente en San Nicolás de los Arroyos atendiendo las ambulancias y hospitales de campaña.[38]
El 13 de setiembre de 1859, a pedido de las autoridades municipales de la ciudad de Buenos Aires, para encargarse del Hospital de Hombres, al lado de la iglesia de San Telmo, llegaron desde Francia, once Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul. Vinieron acompañadas por dos sacerdotes de la Congregación de la Misión, lazaristas franceses, padres Antonio Laderriere y Luis María Malleval, quienes fundaron aquí su instituto.[39] El viaje se había realizado en virtud de un convenio firmado por el Superior General de la Congregación de la Misión, Padre Juan Bautista Etiènne, la Hermana Augustina Devos, Superiora General de las Hijas de la Caridad, y el encargado de negocios en París del estado de Buenos Aires, Mariano Balcarce, quien por resolución de las autoridades municipales, gestionó su traslado. El convenio constaba de 17 artículos en los que se exponen y detallan las condiciones que han de acompañar los preparativos, el viaje, la estadía y desenvolvimiento de la doble familia de San Vicente de Paul en Buenos Aires. Los primeros artículos expresan el espíritu con el que vendrán, los últimos definen cuál será su trabajo apostólico específico, todo en comunión profunda con el obispo Escalada, representado por Balcarce en la firma del convenio.
“Artículo III: La Congregación de la Misión como la Compañía de las Hijas de la Caridad en Buenos Aires se colocan bajo el patrocinio del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Obispo de Buenos Aires, y su Excelencia Reverendísima que les ofrece con tanta benevolencia su alta protección, promete ejercerla en todos los puntos a los que se extiende su autoridad.” [40]
Obra enteramente independiente de la anterior fueron las llamadas Conferencias Vicentinas, establecidas también en Buenos Aires en 1859, y cuyo fin era la santificación de sus miembros por medio de la visita a los pobres. Los iniciadores de esta tan modesta pero trascendental obra fueron doce caballeros (cuatro sacerdotes y ocho laicos) de la ciudad, a cuyo frente se hallaba don Felipe Llavallol.[41] A los pocos meses figuraron en su registro más de cincuenta católicos de las familias porteñas más conocidas.
A la vez, en estos años la provincia argentina de la orden dominica, disuelta por las disposiciones arbitrarias de la llamada reforma rivadaviana, se reconstituye bajo el impulso de Fray Olegario Correa y activa colaboración del Padre Fahy. Para participar en esta reorganización arriban desde Europa dos religiosos franceses. Años más tarde Fray Olegario fue preconizado obispo de San Juan de Cuyo. Simultáneamente en la orden franciscana ocurre un movimiento activo similar inspirado por dos religiosos, luego obispos diocesanos de San Juan y Salta., Fray Nicolás Aldazor y Buenaventura Risso Patrón respectivamente.[42]
En 1860 el presidente Derqui escribió al Papa Pío IX y al General de la Compañía de Jesús, solicitándoles el envío de Jesuitas a fin de que se hagan cargo de la conversión de los indios y de la educación de los jóvenes, para lo cual abrieron en 1862 el Colegio de la Inmaculada en la ciudad de Santa Fe, y en 1868, el Colegio del Salvador en Buenos Aires.[43] Los sacerdotes que más contribuyeron a la fundación de este importante colegio de la ciudad de Buenos Aires fueron el Padre José Sató y el Padre Juan Coris. Debieron enfrentar la hostilidad periodística que arremetió contra ellos cuando se supo de su regreso al país y de sus proyectos evangelizadores. Félix Frías y otros defendieron a la Compañía de Jesús de estos ataques públicos.[44]
1.4 La masonería
“Desde 1856 hasta 1878 en forma velada, pero en forma clara y palpable desde esa postrera fecha, se percibe en los acontecimientos de la historia argentina, especialmente en la de Buenos Aires, esa fuerza supergubernamental, de la que solían partir las resoluciones más trascendentales y el triunfo o el fracaso de los hombres de acción.” [45]
Desde la caída de Rosas existieron en el país logias masónicas; su auge y extraordinario dominio de la política argentina partió de la Magna Tenida, reunión importante de todos los miembros de las logias de Buenos Aires, del 21 de julio de 1860, realizada bajo la presidencia de Roque Pérez.
Sin embargo, aunque no con la regularidad de una asociación perfectamente constituida, la masonería dejó señales de sus prácticas durante la época de Rosas. La asociación secreta La Joven Argentina, o La Joven Generación Argentina, como se llamó en sus primeros tiempos la Asociación de Mayo, constituía para algunos historiadores, una logia masónica.[46] Sus integrantes debieron emigrar a países vecinos desde donde continuaron enfrentando al dictador, pero, otros que permanecieron en Buenos Aires formaron la logia Club de los Cinco; sus integrantes eran: Carlos Tejedor, Enrique Lafuente, Jacinto Rodríguez Peña, Rafael Jorge Corvalán y Santiago R. Albarracín.[47]
Después de Caseros, no fueron los masones argentinos los primeros en organizarse, sino los masones franceses, los cuales fundaron la logia Amie des Naufragues. Por su parte, en 1853, un núcleo de caballeros ingleses fundaban la logia Excelsior y luego la Estrella del Sur. A la vez, hay indicios y referencias de que los españoles y los italianos también habían formado sus logias.[48]
A instancias de Sarmiento que había regresado al país en mayo de 1855, y que pertenecía en Chile a la logia Unión Fraternal, y del periodista y poeta Palemón Huergo, se procedió, a principios de 1856, a la apertura de una logia con integrantes argentinos llamada Unión del Plata. Desde ese momento comienza la segunda etapa fundacional, la del proselitismo.
El 27 de noviembre de 1856 se fundó la segunda logia porteña: Confraternidad Argentina. Al año siguiente se produjo un cisma masónico, por enfrentamientos entre las logias y desconocimiento, por parte de la Confraternidad Argentina, de su logia madre.[49]
Resuelto el conflicto por el Presidente del Consejo Provisorio de la logia, el doctor José Roque Pérez, se fundaron en Buenos Aires otras logias, que demuestran claramente el auge que iban cobrando en la ciudad: la Consuelo del Infortunio, la Tolerancia, la Regeneración y La Constancia.[50]
Sin duda, uno de los acontecimientos más importantes de la masonería argentina fue la antes mencionada Magna Tenida del 21 de julio de 1860, realizada en el local del antiguo Teatro Colón, sede de los masones, bajo la presidencia de Roque Pérez. En esa histórica reunión el Supremo Consejo de la masonería confirió el grado 33 a importantes personalidades del quehacer nacional: al Presidente de la Nación, Santiago Derqui; al gobernador del Estado de Buenos Aires, Bartolomé Mitre; al ministro de Gobierno de Buenos Aires, Domingo F. Sarmiento; al ministro de Guerra del mismo Estado, Juan Andrés Gelly y Obes; y se regularizó en el mismo grado al gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza.[51] La relevancia de esta reunión radica en que, según las opiniones, la masonería porteña tenía el objetivo de sellar la unidad nacional entre Urquiza, Derqui, Mitre y Sarmiento.[52]
Acontecimientos posteriores intentan explicarse desde esta reunión masónica en la que se habría realizado un compromiso, entre ellos el abandono de la batalla de Pavón por parte de Urquiza, o la renuncia de Derqui a la Presidencia.[53]
Junto con esto, merece destacarse la labor filantrópica de la masonería en esos años. En 1857 una epidemia de fiebre amarilla azotó la ciudad de Montevideo que, durante los meses de abril y mayo cobró 300 víctimas en Buenos Aires. El presidente de la Orden, Roque Pérez convocó a todas las logias y respondieron al flagelo a través de donaciones de dinero, con la construcción de un lazareto y con el servicio de los médicos masones. El hermano doctor Salustiano Cuenca, profesor de la Facultad de Medicina, falleció por el mal adquirido por contagio en la atención de los enfermos.[54]
En marzo de 1861 un terremoto destruyó la ciudad de Mendoza. Nuevamente las logias se organizaron y colaboraron con colectas y ropa para el auxilio de las víctimas.
La masonería también intervino en la ayuda al pueblo paraguayo que sufría las consecuencias de la guerra, organizando una Comisión de Beneficencia que luego conformaría la Logia Unión Paraguaya. Ayuda similar prestaron durante la epidemia de cólera de los años 1867 y 1868 en Buenos Aires.[55]
Indudablemente la mayor estructura humanitaria, la masonería porteña la organizó durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871 a través de la Comisión Popular de Salubridad de Buenos Aires, en la que se reunieron, a instancias del periodismo de la ciudad, los más ilustres representantes de las diversas logias.[56]
Durante la epidemia y posteriormente con más fuerza, se resaltó la labor de esta comisión, en detrimento del clero, de las congregaciones religiosas y de otras organizaciones como la Sociedad de Beneficencia, que también protagonizaron la lucha contra la epidemia de manera desinteresada y en contacto continuo con los enfermos, incluso corriendo riesgo la propia vida.
Ya en los meses de la epidemia se escribían loas a los masones integrantes de la Comisión Popular:
“LOS HEROES DE LA CARIDAD
Ante el dolor sin nombre y sin ejemplo
Que habita de la Patria en el santuario,
Cuando trepa gimiendo a su calvario
La mártir de la tierra de Colón:
Entre los labios la palabra espira,
El alma olvida su viril grandeza,
I en su enlutado manto de tristeza,
Se envuelve sollozando el corazón.
Pero en medio a esta noche de agonías,
Sobre el pueblo de Mayo desplegada,
La esperanza sin hijos desolada,
Ha encontrado un asilo bienhechor:
Un grupo de valientes ciudadanos
La abrigan en sus almas toda entera,
Para esparcir sus átomos doquiera,
Que se doblen las frentes al dolor.
Como el rayo de sol que se desprende
Al través del crespón de la tormenta
I brilla en los espíritus, i alienta,
Al débil con su bálsamo de luz:
Ellos alumbran el sombrío cuadro,
Ellos consuelan al que sufre i llora,
I siguen en su marcha redentora,
La huella luminosa de Jesús.
(...)
Ah! Yo venero el nombre de los héroes
De amor i caridad: la patria mía,
En sus horas de prueba i de agonía
Los ha visto en el ara de su altar:
De la madre amorosa i angustiada
El grito de dolor no se ha perdido:
Ellos al borde de la tumba han ido
Los hijos de esa madre a rescatar.
Mas; ai! En esta lucha de jigantes,
Por tanto sacrificio consagrado,
Algunos han caído: la jornada
Sus mártires ofrece a la virtud:
Sus mártires sublimes que arrancando
A la muerte la victima elegida,
Alzaron al enfermo con su vida,
I ocuparon sonriendo su ataúd!
¡Apóstoles del bien, benditos séais!
Cuando amanezca el día del reposo,
La gratitud del pueblo generoso
Os dará el conquistado galardón:
A los vivos la gloria inmarcesible
Que el hálito del mal jamás empaña;
A los muertos el llanto con que baña
Las tumbas en que ha puesto el corazón.” [57]
En los diarios de la época pueden leerse muchos avisos en los que las logias invitan a sus reuniones para organizar las diversas actividades en contra de la epidemia; lo insólito es que se los puede hallar inmediatamente antes o después de noticias de tipo religioso o eclesial:
“Predicadores: Durante la Cuaresma predicarán en la Iglesia de San Miguel, los domingos y días festivos el presbítero D. Luis Copelo y los viernes el de igual clase D. Gabriel Seguí.
Logias: Se reúnen esta noche las Logias masónicas Progreso, Tolerancia y Estrella del Oriente.” [58]
“Logias: Luego a la noche deben reunirse las logias masónicas Amigos de la Verdad, Regeneración y Excelsior.
Cura: D. Nicolás Palmilleri va a ser nombrado cura de Saladillo.
Licencias: Por la Curia eclesiástica se le ha extendido licencias para ejercer su ministerio en esta Arquidiócesis al R. P. Fray Jesús Estévez, recientemente llegado de Roma.” [59]
Durante la epidemia los diarios fueron los mayores defensores de las ideas masónicas, ya sea resaltando en extremo sus actividades, ya sea reduciendo notablemente las noticias sobre la labor eclesial en esos meses o marcando duramente los errores que los sacerdotes, religiosas o laicos cometían, incluso haciendo notar hechos de escasísima relevancia pública.
“Tomá mate ché: Un cura de Belgrano en la misa de 10, como se rompió la cortinilla que cubre el Santísimo se arremangó la casulla y se trepó al altar mayor para arreglarla. La mayor parte de las señoras presentes se escandalizaron de la falta de moral de aquel prelado que olvidando el sagrado acto que ejecutaba, faltaba al mismo tiempo al decoro y decencia de las personas presentes.” [60]
“Lo que más cuesta hoy en Buenos Aires es el morirse (...) 4500 pesos por un acompañamiento modesto, 4500 pesos que se cobran antes de efectuarse el servicio fúnebre. Encima, un capellán que estira su mano pidiendo algo, en recompensa de su deber, e interrumpiendo el silencio de dolor que reina en torno de cada tumba.” [61]
Hay que tener en cuenta la cantidad de publicaciones que había en la época: en 1867 habían aparecido 15 periódicos nuevos, en 1868 fueron 13 los que vieron la luz, en 1869, 21 y en 1870, 13 nuevas publicaciones, todas con distintas posturas frente a los gobiernos de turno, pero la mayoría coincidentes en la defensa de ideas masónicas y liberales.[62]
Uno de los diarios más duros con la Iglesia y a la vez acérrimo defensor de la masonería fue el diario La República, dirigido por el periodista chileno Manuel Bilbao, y en cuya redacción trabajaba Mardoqueo Navarro, autor del Diario de la epidemia. Expresa claramente el 21 de marzo de 1871:
“Somos los primeros en condenar la relajación del clero, la prostitución del sacerdocio, la hipocresía de su sistema, la degradación de su carácter.
Y cuando hemos lanzado nuestras ideas en la prensa sobre estos tópicos, créasenos, lo hemos hecho en conocimiento de causas y efectos: a la verdad sabida y buena fe guardada.
(...) Se ha de resaltar la lista de aquellos que nada han hecho en el momento supremo por el pueblo cuya credulidad inocente explotan durante el año, desde la cuna hasta la tumba, desde el ego te baptiso hasta el requiescat.” [63]
1.4.1 El Presidente Sarmiento y la Iglesia
Con motivo de las ideas religiosas y de la filiación a la masonería que tenía Sarmiento, su elección como Presidente de la Nación generó muchos recelos y ciertos miedos en distintos sectores católicos y en la prensa religiosa.[64] Es por ello que al ser electo y dos semanas antes de asumir, afirmaba frente a los masones en el banquete de la Logia Constancia:
“Llamado por el voto de los pueblos a desempeñar la primera magistratura de una república que es, por su mayoría, del culto católico, necesito tranquilizar a los timoratos que ven en nuestra institución una amenaza a las creencias religiosas. (...)”
“Si la masonería ha sido instituida para destruir el culto católico, desde ahora declaro que no soy masón. Declaro además que, habiendo sido elevado a los más altos grados conjuntamente con mis hermanos los generales Mitre y Urquiza, por el voto unánime de los venerables Hermanos, si tales designios se ocultan aún a los más altos grados de la masonería, esta es la ocasión de manifestar que, o hemos sido engañados miserablemente, o no existen tales designios ni tales propósitos. Y yo afirmo solemnemente que no existen, porque no han podido existir, porque los desmiente la composición misma de esta grande y universal confraternidad.”
“Hechas estas manifestaciones para que no se crea que disimulo mis creencias, tengo el deber de anunciar a mis hermanos, que desde hoy en adelante me considero desligado de toda práctica o sujeción a estas sociedades.”
“Llamado a desempeñar altas funciones públicas, ningún reato personal ha de desviarme del cumplimiento de los deberes que me son impuestos; simple ciudadano, volveré un día a ayudaros en vuestras filantrópicas tareas.” [65]
Por un lado, Sarmiento pretendía tranquilizar a los católicos afirmando que la masonería no estaba en contra del catolicismo y la Iglesia; por otro, informaba a sus hermanos masones que como Presidente sostendría la religión católica tal como se lo pedía la Constitución Nacional.
El sanjuanino no veía como un problema las condenas unánimes de la Santa Sede respecto a las sociedades secretas y la masonería; sostenía que se podía no coincidir con las objeciones que la Iglesia lanzaba ya desde el siglo XVIII respecto a este tema. Así el Papa Pío IX había elaborado en 1864 un sílabo o compendio de los errores y falsas doctrinas más comunes en aquella época, entre los que incluye, calificando de pestilencial doctrina a la masonería.[66]
En líneas generales, Sarmiento no tuvo roces con la Iglesia. Colaboró en la creación de tres seminarios, uno de los cuales fue el de San Buenaventura en Salta, que se inauguró en mayo de 1874 y vio con buenos ojos que los jesuitas de Santa Fe abrieran una Universidad inaugurando una Facultad de Jurisprudencia, la que funcionó sin problemas durante su presidencia.[67]
Las relaciones con el arzobispo Aneiros fueron en general cordiales y correctas, a pesar de haber querido, en su momento, que fuese elegido arzobispo de Buenos Aires fray Mamerto Esquiú, quien se negó al cargo.[68]
Sarmiento consideraba mucho más valiosa la cultura norteamericana en detrimento de la tradición hispano-católica, por eso fomentó e introdujo maestras protestantes en el país, que fueron provocando la descristianización de la educación. Con el tiempo, los efectos de una educación sin principios religiosos y sin base moral se harían notar.[69]
Durante su presidencia fue recrudeciendo una lucha desigual entre los elementos antirreligiosos que disponían de casi toda la prensa en Buenos Aires, y el sector católico y sus obispos y sacerdotes que se fue acrecentando con los años.[70] De parte del gobierno no se vio que se trate de frenar esta situación cada vez más tensionante.[71]
A pesar de todo, Sarmiento cumplió escrupulosamente con el mandato constitucional de sostener la religión católica, desenvolviéndose las relaciones entre la Iglesia y el Estado de manera normal y sin tropiezos, mereciendo un reconocimiento el 11 de octubre de 1874, último día de su presidencia, de parte del arzobispo Aneiros:[72]
“No puedo dejar pasar este último día de su presidencia, sin presentar, sólo por los impulsos de mi conciencia, una demostración de respeto y profunda gratitud por los servicios del genio, del patriotismo y actividad que distinguen y coronan el gobierno de Vuestra Excelencia.”
“La Iglesia que represento debe también a Vuestra Excelencia consideraciones de respeto, franquicias y protección que no olvidaré, sin que haya uno solo que pueda quejarse en toda la república, de la menor desatención e injusticia.” [73]
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[1] Cfr. MOLINARI, Ricardo, Buenos Aires cuatro siglos, Buenos Aires, s/f, pp.18-19
[2] Cfr. DIFRIERI, Horacio A., Op. Cit., pp. 80-82
[3] Cfr. LAHITOU, Luis Alberto, Op. Cit., p. 32
[4] Cfr. CARBIA, Rómulo D., Monseñor Aneiros, segundo arzobispo de Buenos Aires, Buenos Aires, 1905, p. 32
[5] Cfr. RUIZ MORENO, Op. Cit.,, pp. 113 y ss
[6] Ibid, p. 114
[7] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 74
[8] La referencia documental más antigua de esta primera división parroquial proviene del plano comentado por ACTIS, Francisco C., Un plano eclesiástico de Buenos Aires, en Archivum, Tomo 1, pp. 226-227, en el que reproduce y comenta un plano de 1775.
[9] CARBIA, Rómulo D., Op. Cit., pp. 48 y ss
[10] LUÉ Y RIEGA, Obispo Benito, Carta a los párrocos, en GARCÍA DE LOYDI, Ludovico, El obispo Lue y Riega, Estudio crítico de su actuación, Buenos Aires, 1969, p. 16
[11] Cfr. ZURETTI, Juan Carlos, Nueva Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, 1972, p. 203
[12] MEDRANO, Mariano, Exposición a las Cámaras Legislativas, en CARBIA, Rómulo D., Op. Cit., pp. 66-67
[13] Cfr. CARBIA, Rómulo D., Op. Cit., p. 70
[14] Cfr. ZURETTI, Juan Carlos, OP. Cit., pp. 239 y ss
[15] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 70 y ss
[16] Cfr. BRUNO, Cayetano, Historia de la Iglesia en la Argentina, X, Buenos Aires, 1975, p. 163
[17] Cfr. CARBIA, Rómulo D., Op. Cit., pp. 84 y ss
[18] Cfr. BRUNO, Cayetano, Op. Cit., X, pp. 281 y ss
[19] Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1869, p. 301
[20] El terreno de la parroquia San Cristóbal fue donado por el Coronel Juan Antonio Garretón en la calle San Juan esquina Matheu. En 1870 se construyó una capilla, siendo su primer sacerdote don Natalio Arellano. El templo parroquial se comenzó a construir en 1884, siendo su primer párroco el presbítero doctor Zoilo Caraballo. Ver RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 115
[21] Cfr. RUIZ MORENO, La peste histórica de 1871, pp.114-115
[22] LR, 7 de febrero de 1871.
[23] LN, 7 de marzo de 1871.
[24] Ibid.
[25] ESTRADA, José Manuel, El Arzobispo Escalada, en Revista Argentina, IX, Buenos Aires, 1870, pp. 39 y 42
[26] Cfr. BRUNO, Cayetano, Op. Cit., X, pp. 76 y ss
[27] Cfr. Ibid
[28] Cfr.FURLONG, Guillermo, El catolicismo argentino entre 1860 y 1930, en ANH, Historia Argentina contemporánea, Buenos Aires, 1964, pp. 251-252
[29] Ibid.
[30] BRUNO, Cayetano, Op. Cit., X, p. 294
[31] Cfr. EL INDICADOR ARGENTINO, Guía general de servicios de Buenos Aires y plano de la ciudad (1870-1871), Buenos Aires, 1871.
[32] Cfr. USSHER, Mons. Santiago M., Las Hermanas de la Misericordia, Buenos Aires, 1955, p. 35
[33] Cfr. Ibid., pp. 37 y ss
[34] USSHER, Mons. Santiago M., Biografía de Antonio Domingo Fahy, o.p., Buenos Aires, 1952, p. 133
[35] Cfr. SARTHOU, Bernardo, Historia centenaria del Colegio San José de Buenos Aires, 1858-1958, Buenos Aires, pp. 29-55
[36] Importa retener el matiz “Hermanas de Caridad” para discernir en los documentos de la época si las referencias o alusiones van dirigidas a éstas o a las Hijas de la Caridad, llamadas también a veces Hermanas de la Caridad.
[37] ESCALADA, Mons. Mariano José, Carta a la Madre Clara Podestá, Archivo Casa Provincial de la Congregación Hijas de María del Huerto, en adelante A.P.H.M.H
[38] Cfr. BRUNO, Cayetano, Op. Cit., X, pp. 304-305
[39] Cfr. USSHER, Santiago M., Las Hermanas de la Misericordia, Buenos Aires, 1955, p.20
[40] Archivo Provincial de las Hijas de la Caridad, en adelante A.P.H.C., Contrato fundacional, en el Rubro Contrato, Casa Central de la Argentina.
[41] Cfr. FURLONG, Guillermo, Op. Cit., p. 257
[42] Cfr. USSHER, Santiago M., Op. Cit., pp.20 y ss
[43] Cfr. FURLONG, Guillermo, Op. Cit., p. 258
[44] FURLONG, Guillermo, Historia del Colegio del Salvador, Tomo II, Buenos Aires, 1944, pp. 9-12
[45] FURLONG, Guillermo, Op. Cit., p.260
[46] Cfr. CHAPARRO, Félix, Op. Cit., pp. 119 y ss
[47] Ibid.
[48] Cfr. ROTTJER, Aníbal A., La masonería en la Argentina y en el mundo, Buenos Aires, 1983, p. 289
[49] Cfr. CHAPARRO, Félix, Op. Cit., pp. 134-135
[50] Ibid, p. 136
[51] Cfr. CASTRO, Antonio, Urquiza y la masonería, en Historia, 2, 1955, Buenos Aires, p. 18
[52] Cfr. PALCOS, Alberto, Sarmiento, la vida, la obra, las ideas, el genio, Buenos Aires, 1929, p. 313
[53] Cfr. CHAPARRO, Félix, Op. Cit., p. 146 y ss, y ROTTJER, Aníbal A., Op. Cit., pp. 292 y ss
[54] Cfr. CHAPARRO, Félix, Op. Cit., p. 143
[55] Cfr. Ibid, pp. 160- 168
[56] Ut supra, pp. 69 y ss
[57] AGN, legajo 2679, CORONADO, Martín, A los dignos ciudadanos que componen la Comisión Popular de Salubridad de Buenos Aires, 1871, en. La ortografía corresponde al original.
[58] LP, 24 de febrero de 1871.
[59] Ibid, 1 de marzo de 1871.
[60] LR, 8 de febrero de 1871.
[61] LN, 6 de mayo de 1871.
[62] Cfr. FURLONG, Guillermo, El periodismo entre los años 1860 y 1930, en ANH, Historia Argentina Contemporánea, tomo II, Buenos Aires, 1966, p. 195
[63] LR, 21 de marzo de 1871.
[64] Cfr. FURLONG, Op.Cit., pp. 68 y ss
[65] SARMIENTO, Domingo F., Discurso en la Logia Constancia, en Op. Cit., XXI, Buenos Aires, 1899, pp. 252-257
[66] DH. 2918a
[67] Cfr. FURLONG, Guillermo, Op. Cit., p.264
[68] Cfr. CAMPOBASSI, José S., Op. Cit., p. 176.
[69] Cfr. FURLONG, Guillermo, Op. Cit., p.264 y BRUNO,Cayetano, Op. Cit., p.74
[70] Guillermo FURLONG en El catolicismo argentino entre 1860 y 1930, p 264, pone dos ejemplos de las consecuencias de ese resentimiento y rechazo hacia los católicos: en 1880 un obispo fue apedreado y un sacerdote asesinado.
[71] Cfr. Op. Cit., p 74
[72] Cfr. PALCOS, Alberto, Presidencia de Sarmiento, en ANH, Historia Argentina Contemporánea, Buenos Aires, pp.140-141
[73] Archivo del Museo Histórico Sarmiento, Epistolario entre Sarmiento y Posse, tomo 2, Buenos Aires, 1946