La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
Tesis de Licenciatura
Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia
Buenos Aires, diciembre 2002
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva
Obispo diocesano
CUARTA PARTE
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Labor de la Iglesia al comienzo de la epidemia: febrero-marzo de 1871
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Protagonismo de la Iglesia contra la fiebre amarilla: abril-mayo de 1871
Cuarta Parte
2. Labor de la Iglesia al comienzo de la epidemia: febrero-marzo de 1871
2.1 Primeras disposiciones
“Mientras las comisiones parroquiales y las autoridades se preocupan por combatir los estragos de la fiebre, el clero también ha querido hacer oír su palabra. El clero no ha ofrecido ni dinero, ni servicios personales, pero ha recomendado a los incautos que hagan alguna limosna en cambio de la dispensa del ayuno.” [1]
La falsedad de estas palabras se demuestra claramente con los hechos históricos que se produjeron en esos días. Incluso ya la epidemia había cobrado una de sus primeras víctimas en un sacerdote preclaro, el padre Antonio Domingo Fahy, fallecido el 20 de febrero.[2]
De la misma manera que los médicos debatieron sobre si la epidemia era o no de fiebre amarilla hasta por lo menos los primeros días de marzo, y la ciudadanía en general seguía participando imprudentemente de los carnavales como si nada ocurriese, la Iglesia también fue asumiendo la gravedad del drama a medida que los días avanzaban y el número de víctimas iba en aumento.
Desde principios de febrero en algunas parroquias se organizaron novenas y se rezaron misas para pedir la desaparición de la fiebre y el buen tiempo ya que copiosas lluvias azotaban la ciudad.
“El Capellán de Santa Lucía invita a rezar para pedir la lluvia y la desaparición de la epidemia en la Parroquia de San Telmo.” [3]
Sin embargo, y aunque aún no había una organización cierta contra la peste, no faltaron las voces que criticaron duramente este accionar espiritual de la Iglesia acusándola de inerte y sosteniendo que era inútil rezar. Mardoqueo Navarro se hace eco de estas críticas afirmando:
“Día 11 de marzo: El Clero hace rogativas y la peste víctimas.” [4]
“¡Nos hemos salvado!: El clero católico está tomando medidas salvadoras a favor del pueblo. Ayer han empezado en la Catedral las Rogativas por la conclusión de la peste. Se ha dispuesto que los señores Sacerdotes digan en las misas las oraciones pro tempore pestilentiae et mortalitatis. Se va a dar principio a la novena de San José. La mundana grey debe admirar con estática gratitud a los representantes de Jesús en la tierra. Nos han salvado.” [5]
A pesar de este clima hostil, las distintas parroquias fueron organizando sus actividades pastorales de cuaresma teniendo muy en cuenta la difícil situación que se había comenzado a vivir en la ciudad.
El 1 de marzo el obispo Aneiros dispensó del ayuno cuaresmal a quienes ofrecieran dinero para ayudar a la atención de los enfermos.[6]
Respecto a las donaciones, cabe destacar la generosa ofrenda de la Orden Tercera de San Francisco que el 16 de marzo entregó a la Comisión Popular la suma de cinco mil pesos moneda corriente y la alcancía de San Roque dándole la llave. Esto cobra más importancia aún si se comparan las sumas de dinero de distinta procedencia que la Comisión Popular recibió durante la primera quincena de marzo.[7]
En los últimos días de marzo, ya arreciaba la epidemia. Se realizaron consultas entre el gobernador Emilio Castro y representantes de la Comisión Municipal, el Consejo de Higiene Pública, la Facultad de Medicina y la Comisión Popular. Resultado de estas consultas fue el definitivo decreto sobre la organización médica que se firmó el 31 de marzo, con la aprobación de Monseñor Aneiros. Los médicos, a partir de la firma de este decreto, en su artículo 3º, residirían en las casas parroquiales, por ser lugares bien conocidos por la población y de fácil ubicación. A su vez, las Comisiones parroquiales de Higiene nombrarían una persona con la obligación de establecerse permanentemente en las iglesias junto al médico para tomar los mensajes en su ausencia o indicar el punto donde se encuentra si por la atención del servicio no se hallara en la parroquia.[8]
Cuando los facultativos se instalaron para atender los llamados de los enfermos en las casas parroquiales, los sacerdotes carecieron del más indispensable descanso. [9]
Junto con todo esto, no puede dejar de mencionarse la disposición de la mayoría de los sacerdotes para visitar los enfermos y consolarlos en su agonía, llevándoles el sacramento de la Unción, y administrándoles la Eucaristía. Esto es mencionado en los diarios de la época, con un tono crítico, pero que a la vez demuestra la asistencia sacerdotal a los moribundos.
“La campanilla del sacramento: Se nos pide la publicación de lo siguiente: Sr. Redactor de La República, Muy Señor mío:
Dispénseme Sr. que en las circunstancias tan críticas que atravesamos me permita llamar la atención de V. Hacia un punto que bien lo merece.
En una época tan aflictiva como la que presenciamos, en la que todos los corazones están sobresaltados, ¿no es un abuso que cometen los señores curas al llevar el sacramento a los enfermos, de ese aparato lúgubre de que se rodean, con las hachas encendidas y los faroles mugrientos, a guisa de procesión, siendo lo que más acongoja, el tañido de la repelente campanilla?
Anoche mismo ha sido causa de ese fatal instrumento para hacer espiar una pobre enferma, sobrecogida de terror al oír que pasaba el sacramento. El terror que se apoderó de ella le causó una descomposición de tal naturaleza, que no alcanzó a durar diez minutos, y no porque su estado fuese de tanta gravedad.
En todos los países cultos una de las primeras medidas que se han tomado en épocas dolorosas de epidemias, es suprimir ese instrumento con que se sobrecoge el espíritu hasta de los que están buenos. Salga en buena hora el sacramento para todo el que lo solicite, pero suprímase por el bien común ese aparato y ese campanilleo tan aterrante como inútil.
Sírvase Sr. Redactor apoyar esta posición tan justa y tan conforme con los progresos de la civilización. Saluda a V. Con toda consideración. Un suscriptor.” [10]
Años después, en uno de los debates de la Convención Constituyente de Buenos Aires, se puso en discusión la cuestión de la separación de la Iglesia y el Estado. En esa oportunidad, un joven parlamentario, Eugenio Cambaceres, pidió que se quitase del código constitucional el artículo que manda a la provincia sostener el culto católico, apostólico, romano. El Dr. Guillermo Rawson, respondió a esta propuesta con una famosa alocución en la que precisamente menciona el accionar sacerdotal durante la epidemia. De alguna manera, elogia lo que el diario La República criticaba más arriba.
“(...) Pero he visto también, señores, en altas horas de la noche, en medio de aquella pavorosa soledad, a un hombre vestido de negro, caminando por aquellas desiertas calles. Era el sacerdote, que iba a llevar la última palabra de consuelo al moribundo. Sesenta y siete sacerdotes cayeron en aquella terrible lucha; y declaro que este es un alto honor para el clero católico de Buenos Aires, y agrego, que es una prueba de que no necesita ese culto del apoyo miserable que pensamos darle con el artículo que se propone.” [11]
Mardoqueo Navarro afirma el día 25 de marzo en su diario:
“¡Cuanto cristiano muere sin confesión! ... ¡Pero así murieron los SS. Padres!”[12]
Desde dos posturas absolutamente diversas, como las de La República y la de Rawson, queda demostrado que no fue como afirma Navarro. El clero se ocupó de que llegase a todos la administración de los sacramentos; si hubo algunos que no los recibieron, esto se produjo en los días de Semana Santa por el gran aumento de enfermos, con lo cual los sacerdotes no daban abasto.
También fueron los sacerdotes los que debían, por una ordenanza municipal, expedir las licencias para sepulturas, previa presentación de los certificados médicos.[13]
El 22 de marzo la Municipalidad le pidió al Obispo Aneiros que se nombre otro capellán para el Cementerio del Sud, dado que el anterior estaba superado de trabajo y había caído enfermo.[14]
Hacia finales del mes de marzo cuando la fiebre amarilla comenzaba a atacar con más fuerza, Navarro continuó criticando, igual que otros periódicos, el accionar eclesial:
“Día 27 de marzo: Conjuros eclesiásticos contra la peste.”
El 28 de febrero dejó de aparecer el diario católico Los Intereses Argentinos, único periódico defensor de la Iglesia en ese momento. En su lugar, el 1º de marzo salió a la luz Eco del Plata que tenía el propósito de alentar a los fieles durante la epidemia y era dirigido por el sacerdote Domingo César.[15]Este órgano tuvo poca vida, tan sólo duró veinte días por las dificultades que surgieron para su edición por el flagelo de la fiebre amarilla. La República no dejó pasar la oportunidad para expresar su satisfacción:
“Muere el Eco del Plata: “Murió de amor, de amor la desdichada Elvira.”
(...) En el deseo de salir del paso, tomamos el primer epitafio que se nos viene a las mentes:
Aquí yace una doncella,
Hija de Juan Lagarto,
Fue muy candorosa y bella,
¡La pobre murió de parto!” [16]
El 9 de marzo Mardoqueo Navarro anota:
“Huyen Jueces y Curiales y aún Médicos.” [17]
Respecto a los médicos la acusación es cierta. De acuerdo al censo de 1869, Buenos Aires contaba con 160 médicos, es decir menos del uno por mil de la población. Una parte de ellos abandonaron la ciudad al empezar la epidemia. Otros se trasladaron a las afueras, pero regresaban para atender enfermos durante el día. Sólo permanecieron en la capital entre 50 y 60 médicos.[18]El doctor Vicente Ruiz Moreno, a cargo de la parroquia de Balvanera, llegó a proponer el establecimiento del estado militar para los profesionales, considerando desertores a los ausentes y penando con fusilamiento a quienes no se reincorporasen a sus deberes. Esta idea no prosperó.[19]
El diario La República registra el abandono de su puesto de los miembros del Superior Tribunal de Justicia y de los escribanos de Cámara, pero nada dice de la posible huida de miembros del clero,[20] dato que tampoco aparece en otras fuentes de la época, por lo cual se puede suponer que la mayoría de ellos, sino todos, permanecían en sus parroquias.
En síntesis, a partir de los documentos escritos y fuentes de esos primeros meses de la epidemia, se puede inferir que la Iglesia actuó en varios frentes: Con misas y novenas para rezar contra la peste y el buen tiempo, en la administración de los sacramentos a los enfermos, en donaciones de dinero y en la organización del cuerpo de médicos de la ciudad a partir del decreto del 31 de marzo; todo esto sin mencionar aún el trabajo de las diversas congregaciones en los hospitales y lazaretos y la incansable actividad de la Sociedad de Beneficencia y la Sociedad San Vicente de Paul.
2.2 El Padre Fahy: Primer religioso víctima de la epidemia
“Día 21 de febrero: El consejo declara fiebre amarilla a todas las fiebres. Proyecto para limpiar el Riachuelo. Muere el Rdo. Fahy.” [21]
El jueves 16 de febrero el Padre Fahy fue requerido desde la calle Cochabamba[22] para asistir una enferma de fiebre amarilla de nacionalidad italiana. Un amigo le observó que dicha señora no debía recurrir a él, sino a un sacerdote de su nación o de su parroquia. Fahy le responde: La caridad no conoce patria, y parte a cumplir con su deber.[23]
Al día siguiente se sintió enfermo. Dos médicos calificaron los síntomas como de fiebre biliosa. A pesar de ello, continuó atendiendo a las personas que se acercaban a su casa en la calle Reconquista. Incluso tuvo una leve mejoría que fue registrada por algunos diarios:
“Nos complace poder informar que los rumores alarmantes que ayer circularon acerca de la salud del Reverendísimo Canónigo Fahy carecen, en cierta medida de fundamento. El Padre Fahy ha estado durante dos días algo indispuesto, pero no tanto como para alarmar en tal grado a sus amigos.” [24]
Miguel Mulhall, amigo personal del sacerdote, estuvo con él el domingo por la tarde cuando se supuso que la indisposición había pasado. Sin embargo, a las cuatro de la mañana del lunes Fahy falleció a los 65 años de edad víctima de la fiebre amarilla.[25]
La noticia de su muerte sumergió a la colectividad irlandesa y a la población de Buenos Aires en el más profundo dolor. Había muerto uno de los sacerdotes más relevantes de la ciudad, una de las personalidades más importantes de la época.
Antonio Domingo Fahy había nacido en la ciudad de Loughrea del condado de Galway, Irlanda entre 1804 y 1806.[26] De sus hermanos, dos fueron sacerdotes y dos religiosas. A los veintidós años entró en el convento dominico de la Orden de los Predicadores, en Athenry donde hizo su noviciado y profesó el 4 de agosto de 1829. Continuó sus estudios en el colegio San Clemente, convento de los dominicos irlandeses en Roma, y allí se ordenó de sacerdote el 19 de marzo de 1831.[27]
Deseando ser misionero, Fahy fue enviado a la misión de los padres dominicos en el estado de Ohio en Norteamérica. Luego de dos años, por problemas de salud, debió regresar a Irlanda, hasta que, nuevamente por su pedido, se le propuso un nuevo destino misionero.[28]
La colectividad irlandesa del Río de la Plata reclamaba la presencia de un capellán en Buenos Aires desde hacía algunos años. El primer capellán fue el dominico Edmundo Burke quien residió en esta ciudad entre 1820 y 1826. En 1829 el capellán designado fue el Padre Guillermo Morán, un sacerdote jesuita que murió al año siguiente. Luego vino a Buenos Aires el Padre Patricio O’Gorman; para la atención de sus compatriotas se le asignó la Iglesia de San Ignacio, donde el nuevo capellán debía celebrar misa y predicar todos los domingos a las once. En 1842 se encontraba ya muy enfermo y se veía imposibilitado de continuar en el ejercicio de su ministerio.[29]
Para solucionar esta situación, Santiago Kiernan, presidente de la Sociedad Católica Irlandesa, contando con la aprobación del obispo de Buenos Aires, monseñor Medrano, se dirigió al arzobispo de Dublín solicitándole un sacerdote capaz de hacerse cargo de la colectividad irlandesa en Buenos Aires. El 11 de enero de 1844 fray Antonio Domingo Fahy desembarcaba en estas tierras.[30] Vino con permiso de sus superiores para residir fuera del convento, sujeto exclusivamente a la jurisdicción del prelado diocesano. [31]
Se instaló en la calle Reconquista 48 (antigua numeración). Esta casa pertenecía a Tomás Armstrong, un irlandés protestante que durante la epidemia de fiebre amarilla sería uno de los miembros de la Comisión Popular. Aunque al principio atendió a su feligresía, calculada en 3500 almas, en la iglesia de San Ignacio, el centro de atención de los irlandeses fue la capilla de San Roque. Allí Fahy los reunía semanalmente en virtud de un convenio celebrado con la Tercera Orden Franciscana de cederle la capilla mediante una módica retribución, a fin de ayudar con los gastos de su mantenimiento. En 1849 Fahy dotó a esta capilla de un órgano, de escaño y un confesionario.[32] Entre semana asistía a su gente en la iglesia de la Merced.
Cooperó en la fundación del Hospital Británico, siendo miembro de su primera comisión administrativa en 1844.[33]
Preocupado por la formación del clero, hizo que doce clérigos se formaran en Dublín para ejercer su ministerio en estas tierras, incorporándose al clero de Buenos Aires, pero atendiendo a sus connacionales.[34]
Entre 1847 y 1848 Irlanda fue azotada por la peste y el hambre. Muchos emigraron hacia el Río de la Plata; aquí fueron recibidos por el padre Fahy, quien para que se recuperen del viaje y de su convalecencia compró una casa y la convirtió en sanatorio, más tarde en hospital general, conocido como “Hospital Irlandés”, el cual funcionó hasta 1874.[35]
En 1849 Fahy intervino en un incidente diplomático: en el Dublín Review, importante revista católica inglesa, con fecha de abril de ese año se criticó duramente a Rosas y su gobierno. El inspirador de ese artículo había sido el general Juan O’Brien, cónsul de Uruguay en Londres.[36] El Padre Fahy publicó la respuesta en La Gaceta Mercantil:
“No sin grande sorpresa y pesar he leído un libelo publicado en la Revista de Dublín, calumniando con todo género de falsas suposiciones la política y los actos del Excmo. Sr. Gobernador y Cap. Geral. De la Pro. de Buenos Aires, encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier Juan Manuel de Rosas. Este recto magistrado, que extiende tanta y tan ilustrada protección a todos los habitantes de este pays que ha restablecido el imperio del orden y el esplendor de la religión católica, es vilipendiado en aquella producción con mucha injusticia y tergiversación de los sucesos ocurridos en esta República.” [37]
A mediados del año 1856, con cinco sacerdotes irlandeses venidos poco antes, los presbíteros Tomás Joyce, Eduardo Kavanagh, Roberto Mac-Cormack, Juan Cullen y Lorenzo Kirwan, el padre Fahy organizó las primeras capellanías irlandesas en al ciudad y centros rurales y envió un misionero a las islas Malvinas.[38]
El 24 de febrero de ese mismo año llegaron desde Irlanda las Hermanas de la Misericordia, una comunidad de ocho religiosas, que abren una escuela de niñas, se hacen cargo del hospital irlandés, del hospital municipal de mujeres y, en 1858, por la epidemia de fiebre amarilla de aquel año, del Lazareto.[39] Estas religiosas, apoyadas por el Padre Fahy, sostuvieron ante las distintas autoridades del estado, una tenaz gestión pública hasta conseguir que se les reconozca el derecho de establecerse en el país, después de un estudio jurídico del doctor Vélez Sársfield.[40]
Fahy fue también uno de los sacerdotes fundadores de la Sociedad de San Vicente de Paul, más conocida luego como Conferencias Vicentinas de Caballeros, en febrero de 1859. [41]
El presidente Bartolomé Mitre, invocando un privilegio concedido a los reyes de España en tiempo de la colonia, firmó un decreto el 19 de mayo de 1864 por el cual lo distinguió con el título de canónigo honorario del cabildo metropolitano, a pesar de que este título estaba reservado exclusivamente a miembros del clero secular. Indudablemente la excepción tenía que ver con que el gobierno nacional quería honrarlo con un alto honor. Fahy no aceptó el nombramiento, a pesar de lo cual muchos lo llamaron canónigo, título que incluso se consignó en su lápida.[42]
En el año 1867 estalló en Buenos Aires una epidemia de cólera que produjo más de 1600 muertos, sobre un cálculo de más de 6000 atacados por la enfermedad. Fahy estuvo cerca de los enfermos, ayudándolos espiritual y materialmente.[43]
Cuando falleció, toda la ciudad de Buenos Aires sintió su pérdida. Algunos diarios dedicaron mucho espacio al comentario de la triste noticia:
“Había en Buenos Aires un sacerdote respetable que podía llamarse el patriarca de la colonia irlandesa. Su nombre es entre nosotros tan ventajosamente conocido que, al hablar así, nadie dudará que nos referimos al Padre Fahy.
(...)El canónigo Fahy era mirado, a justo título, como el padre y benefactor de la colonia irlandesa. Había consagrado a sus compatriotas todo su tiempo, toda su actividad, toda su vida, con esa abnegación, sin interés ni objeto personal que se hace más grande en su modestia. El padre Fahy era el abogado, el director, el amigo, el sacerdote y el benefactor de todos y cada uno de los irlandeses.
(...) La población irlandesa trató alguna vez de manifestar su gratitud al Padre Fahy, con valiosos presentes que nacían de sus suscripciones espontáneas. Él los rehusó constantemente y, el último de ellos, que alcanzaba a mil libras esterlinas , pidió que fuera entregado al convento irlandés.
El Padre Fahy es uno de esos raros ejemplos de la abnegación completa, activa y fecunda de la individualidad, hecha en bien de la familia humana. Era el ideal del filántropo que, yendo aún más allá del precepto evangélico, amó a su prójimo, más que a sí mismo, y se sacrificaba constantemente por él. Esta abnegación no se ha desmentido hasta el día de su muerte.
El Padre Fahy cae de golpe de la fiebre amarilla, por haber visitado varias veces a una infeliz atacada del flagelo, y en su foco de infección.
(...) Honrar la memoria del honorable Padre Fahy es honrar la raza humana en los grandes y generosos móviles que a veces la animan y de que él fue tan alto y digno representante.” [44]
El diario The Standard también realizó una crónica del sepelio, en el que participaron muchas personas a pesar de las disposiciones de la Municipalidad respecto a las reuniones públicas en los días de la peste.
“El lunes a las seis de la tarde, todos los alrededores de la residencia del difunto estaban atestados de carruajes y de público, que se había reunido para rendir su postrer homenaje al llorado capellán irlandés. Si hubiera habido tiempo para que la noticia circulara por la campaña, nos atrevemos a decir que habrían asistido al funeral no menos de diez mil personas...No obstante, la concurrencia fue muy numerosa, incluyendo centenares de los principales residentes británicos, católicos y protestantes y cierto número de argentinos. Entre los asistentes vimos al reverendísimo monseñor Aneiros con sacerdotes del clero secular y cuatro religiosos de la orden dominicana a que pertenecía el Padre Fahy.” [45]
Monseñor Aneiros declaró que de no mediar la epidemia de fiebre amarilla, el padre Fahy habría sido sepultado en la Catedral,[46] pero debido a la peste, sus restos fueron inhumados en el cementerio de la Recoleta en el muro de la pared izquierda de la iglesia del Pilar, en la bóveda del clero. Años más tarde se erige cerca del Cristo central, un mausoleo con el busto de Fahy, obra de F. Erlay, escultor de Dublín, donado por los descendientes de irlandeses en Buenos Aires.[47]
Cuando la fiebre amarilla comenzó a declinar, los amigos de Fahy, Miguel Mulhall, Tomás Armstrong, Miguel Duggan y otros, organizaron un funeral al que pudieran asistir todos los vecinos:
“El Señor canónigo Honorario D. Antonio D. Faley (sic). Capellán de los irlandeses residentes en esta ciudad. Falleció el 20 de febrero de 1871.
La Comisión encargada de las exequias del dicho finado invita a todos sus amigos a asistir a los funerales por el eterno descanso de su alma que se celebrará en la Santa Iglesia Metropolitana, el jueves 20 del corriente a las 11 de la mañana y en la capilla de San Roque el viernes 21 del corriente a la misma hora.
Se previene que esta es la única invitación.
El duelo se despedirá de la puerta del templo.” [48]
2.3 Participación eclesial en la Comisión Popular: Presbíteros José Domingo César y Patricio José Dillon
“Día 12 de marzo: Diaristas, reúnense el 11 en la Redacción de La República y acuerdan el meeting.(...)” [49]
Desde el 10 de marzo se sucedían las reuniones de los principales periodistas en representación de los diarios de Buenos Aires. El canónigo José Domingo César representaba al diario católico Eco del Plata, que había reemplazado a otro denominado Intereses Argentinos. Fue él el primer sacerdote que integró la Comisión Popular de Salubridad. En un organismo formado en su mayoría por jurisconsultos, periodistas y oradores, casi todos ligados a la masonería, aparece la figura de un miembro de la Iglesia que tenía bajo su responsabilidad el único diario católico de la ciudad en esos meses de 1871.[50]
Domingo César había nacido en Córdoba en 1836. Inició sus estudios eclesiásticos en el convento de San Francisco de esta ciudad y cursó filosofía al lado de personalidades como José Manuel Estrada y el cura de la parroquia del Socorro, José Apolinario de Casas. Con este último siguió estudiando en el seminario conciliar de Buenos Aires.[51]
En octubre de 1870, conocida la noticia de la muerte de Monseñor Escalada, asumió el cargo de Vicario Capitular Monseñor Federico Aneiros, quien solicitó al Cabildo Eclesiástico un secretario, cargo que recayó en el presbítero César.[52]
Al formar parte de la Comisión Popular, Domingo César era un hombre de mucho prestigio en la ciudad, tanto en círculos eclesiásticos como en ambientes anticlericales.
“Día 2 de abril: La comisión pide el incendio de los conventillos. 72 muertos en uno. La epidemia desocupa los conventillos, que respeta la autoridad.” [53]
Los diarios y la Comisión Popular pedían al gobierno medidas drásticas respecto a los conventillos, centros de la epidemia por las condiciones indignas de vida.[54] El problema se encaró sólo parcialmente a través de una ordenanza del 15 de abril que dispuso el desalojo total de las casas de inquilinato. Pero ya con anterioridad, los integrantes de la Comisión Popular recorrían las calles y echaban a todos los habitantes de los inmuebles donde aparecía la fiebre amarilla. Especialmente encargados de la misión fueron Juan Carlos Gómez, Manuel Argerich, León Walls y Domingo César. En algunas ocasiones eran acompañados por miembros del Consejo de Higiene y siempre escoltados por personal policial enviado por el comisario mayor Enrique O’Gorman.[55]
La mayor parte de la población de los conventillos eran inmigrantes italianos, que luego del operativo de la Comisión Popular quedaban literalmente en la calle; se les quemaban sus pertenencias y no se les daba ningún refugio a cambio. Ningún organismo se hacía cargo de las consecuencias derivadas de las medidas de quemar los conventillos.
Sin embargo, hubo quienes tendieron una mano a las víctimas inocentes. En primer lugar, los sacerdotes, que acogieron a los inmigrantes y les dieron un lugar, aunque temporalmente, en los templos o casas parroquiales.[56]
Aunque los miembros de la Comisión Popular no resolvían el problema de los desalojados, el canónigo César intentaba atenderlos de alguna manera: pedía a familias cristianas de dinero que brindaran alojamiento a quienes habían sido echados, incentivándolas a un fuerte compromiso cristiano con los desamparados. Su labor era admirada por todos:
“El Dr. César, verdadero sacerdote de Cristo, humilde, modesto, con el corazón rebozando caridad; tan pronto se le ve al lado del lecho de un moribundo como en el centro de al Comisión. No recuerdo un solo momento en que haya estado este sacerdote en el descanso; y cómo es que tiene fuerzas para seguir cumpliendo su noble misión.” [57]
En algunas ocasiones fue él mismo quien, en nombre de la Comisión Popular, hacía los pedidos de fondos a los organismos del Estado y luego procedía a darles el destino correspondiente.[58]
César también contrajo la fiebre amarilla durante su continuo contacto con los mayores focos de infección, los conventillos. Cayó en cama el 29 de marzo [59], pero no permaneció allí mucho tiempo, ya que con el primer signo de mejoría volvió a sus actividades.
El 17 de abril fue el miembro designado por la Comisión Popular para facilitar transporte a todas las familias sin recursos que deseasen abandonar la ciudad y trasladarse a San Vicente o 25 de Mayo.[60]
El 28 de mayo, una vez disuelta la Comisión Popular, se le confirió el puesto de fiscal eclesiástico por muerte del doctor Francisco Villar, acaecida el 9 de abril como consecuencia de la epidemia. [61]
“El Vicario Capitular
Buenos Aires, Mayo 25, 1871.
Al Exmo. Sr. Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública.
La terrible epidemia que aún nos aflige llevó en pos de sí al Señor doctor don Francisco Villar, Chantre de esta Iglesia Metropolitana, que a la vez desempeñaba con muy laudable contracción la Fiscalía Eclesiástica.
Para llenar este grande vacío en el Tribunal Metropolitano he creído muy indicado al laborioso e inteligente señor canónigo Don Domingo César, y para la vacante que en la secretaría deja este nombramiento al doctor Don Antonio Espinoza.
Dígnese V.E. recabar que sean reconocidos y se les acuerde la pensión señalada en el presupuesto a tales cargos del Arzobispo y Curia Eclesiástica.
Dios guarde al Señor Ministro.
Federico Aneiros.” [62]
El Gobierno nacional respondió enseguida a la solicitud del Vicario Capitular de Buenos Aires:
“Departamento de Culto
Buenos Aires, 27 de mayo de 1871.
Atenta la nota anterior, el Gobierno resuelve conferir el nombramiento de Fiscal eclesiástico de la Iglesia Metropolitana al Canónigo Don Domingo César y el de secretario al Dr. Don Antonio Espinoza.
Comuníquese a quienes corresponda, publíquese e insértese en el R. M.
Sarmiento y N. Avellaneda.” [63]
En junio de 1871, cuando Aneiros renunció a la titularidad de la cátedra de Derecho Canónico en la Universidad de Buenos Aires, la opinión pública proponía, en líneas generales, llamar a concurso para designar a su sucesor, explicando claramente las relaciones entre la Iglesia y el Estado. El cargo recayó en Domingo César, y no faltaron las críticas:
“No trepidamos en declararlo incompetente. Por estudio, por hábito y por conveniencia el Sr. César ha de seguir el camino trasado ya por el Dr. Aneiros.” [64]
Años después ingresó a la Congregación de los Padres Lazaristas. Murió en Arequipa, Perú, víctima del tifus, el 24 de julio de 1881 a los 45 años. El 25 de octubre en esa ciudad se celebró un gran funeral, ceremonia que fue mandada oficiar por el cura rector del templo del Socorro, José Apolinario de Casas.[65] Su salud se había debilitado notablemente cuando contrajo fiebre amarilla en 1871, y esto aceleró su fallecimiento.
“Día 6 de abril: La epidemia avanza al S.O. La comisión se multiplica.(...)” [66]
A pesar de que Mardoqueo Navarro recién registra el aumento del número de integrantes de la Comisión Popular en los primeros días de abril, esto se había producido ya hacia fines de marzo. El 28 de marzo se incorporaron Juan y Manuel Argenti, Pascual Barbaty, Guillermo y Pedro Gowland, Ramón Viñas, Fernando Dupont y el sacerdote irlandés Patricio José Dillon. [67]
Dillon era de la provincia de Conaught, Irlanda, como su compatriota el Padre Fahy. Recibió su consagración sacerdotal en Dublín el 25 de octubre de 1863. Fue candidato para ser enviado al nuevo Colegio Pío Latino Americano en Roma, pero fracasaron las gestiones .[68]
Cuando llegó a Argentina en 1864, fue capellán en Merlo y Cañuelas, para atender a sus compatriotas irlandeses residentes allí. Al año siguiente viajó a las islas Malvinas donde vivían 200 irlandeses sin sacerdote.
A principios de 1866, cuando el seminario conciliar fue encomendado al clero diocesano, el padre Dillon fue nombrado profesor de teología. Se desempeñó también como cancelario o prefecto de estudios, y con los presbíteros Juan Agustín Boneo y Felipe Olivera, redactó las constituciones del establecimiento.
Junto con estas actividades, Dillon también colaboraba con el Padre Fahy en la asistencia espiritual a sus connacionales en la ciudad y parroquias suburbanas de Flores, Belgrano, Morón, San Isidro, Barracas al Sur y Quilmes.[69]
En 1869 se le adjudicó el cargo de canónigo teologal del Cabildo Eclesiástico. Al año siguiente Dillon acompañó a Roma a Monseñor Escalada como teólogo consultor del Concilio Vaticano I. Cuando falleció el obispo en julio de 1870, el canónigo Dillon regresó a Buenos Aires.
Durante la epidemia de fiebre amarilla integró la Comisión Popular y colaboró con Domingo César en la asistencia a los enfermos y sus familias [70], hasta que se contagió a fines de abril.
“Canónigo Dillon: No está bien de salud. Ayer a las 2 de la tarde lo fueron a ver el Dr. Bilbao y el Dr. Héctor Varela.
Lo va a ver el médico Dr. Dubreil, médico consultor de la Comisión Popular.” [71]
Dada la relevancia de la figura del canónigo Dillon, la noticia sobre su estado de salud a consecuencia de la fiebre amarilla, causó mucha preocupación reflejada en los diarios de esos días:
“(...) Se informó que el estado del señor canónigo Dillon no es satisfactorio. Semejante opinión emanada de una comitiva tan distinguida, presidida esta por el señor Varela, que había visitado al señor canónigo, un poco antes en compañía del señor Bilbao, no puede menos que causar una grave, y al parecer bien fundada ansiedad a sus amigos.
Felizmente es el contrario lo que opina el afamado Dr. Lauzon, quien con el Dr. Wyndale, lo ha asistido asiduamente desde el principio de su enfermedad. Están de acuerdo los dos médicos que el estado del señor canónigo, considerando la gravedad del ataque, es muy satisfactoria.
La noticia que esta noticia será sumamente agradable a los numerosos amigos del señor Dillon y al público en general, me parece bastante motivo en comunicarla.
S.S.S. Juan B. Leahy, abril 27 de 1871.” [72]
A principios del mes de mayo, Dillon se reincorporó a la Comisión Popular para continuar con su tarea asistencial.[73]
En 1873 fue designado capellán del Hospital Irlandés y luego, también de las Hermanas de la Misericordia.
Como en aquellos años en Buenos Aires no había una publicación católica, Dillon fundó el semanario irlandés The Southern Cross, cuyo primer número apareció el 16 de enero de 1875.[74]
El 19 de marzo de 1879 Dillon alcanzó en el cabildo eclesiástico el cargo de deán cuando aún no tenía treinta y ocho años; siendo tan joven y extranjero esto fue algo sin precedentes.[75]
Bajo la presidencia de Eduardo Casey se organizó un club político con Dillon como secretario en febrero de 1879, incentivando la participación de los irlandeses en la política argentina. Esta agrupación fue conocida con el nombre de Club Almirante Brown. El deán Dillon se presentó, a través de esta organización política, como candidato a diputado provincial en 1880, cargo que ocupó durante varios años. Participó activamente en la elaboración de la ley que declaró a la ciudad de Buenos Aires como Capital Federal de la Nación.[76]
A la vez, fue honrado por la Santa Sede con el título de monseñor.[77]
En 1883 fundó, para continuar las obras caritativas iniciadas por el Padre Fahy, la Asociación Católica Irlandesa.
Falleció en Dublín el 11 de junio de 1889. Había sido atacado de fiebre tifoidea en 1884 y por ello, en 1888, había regresado a su patria buscando mejorarse.[78]
2.4 Diversas prácticas religiosas contra la peste: oraciones, novenas y misas
En los primeros dos meses de la epidemia la Iglesia desarrolló una gran labor espiritual, incentivando a los creyentes a la oración y a la participación en las novenas y procesiones que se organizaban.
Así, por ejemplo, el capellán de la Iglesia de Santa Lucía conjuntamente con el juez de Paz y varios vecinos de Barracas organizaron una función religiosa para implorar por la lluvia y la finalización de la peste. El acto se realizó el domingo 12 de febrero; a las 9 se ofició una misa cantada en el templo y a las 18 se llevó la imagen e la santa en solemne procesión por la calle Larga, hoy Montes de Oca.[79]
“La novena a la preciosísima Sangre del Salvador, hecha en la Iglesia de San Ignacio por la desaparición de la peste que nos aflige, terminará mañana con una misa solemne, que se celebrará a las diez del día por los mismos fines. Se invita pues, a todo el pueblo, y especialmente a nuestros parroquianos a unir sus ruegos y a ofrecer con nosotros el Santo Sacrificio por tan nobles y piadosos fines.” [80]
En este texto se reflejan algunas de las prácticas que la Iglesia proponía a los fieles: por un lado el rezo de una novena, que comúnmente se hacía a la Sangre de Cristo o a San Roque, patrono contra las epidemias, y por otro la celebración de la Eucaristía mientras las autoridades y el Obispo Aneiros lo permitieron, dado que a fines de marzo se prohibieron todo tipo de reunión pública en lugares cerrados por miedo a la propagación de la fiebre, inclusive en los templos.
“Día 31 de marzo: Prohíbense funciones de iglesia. (...)” [81]
“Los golpes que se reciben no dejan tiempo a nadie para pensar en ceremonias; apenas es bastante para dedicarlo a recitar preces por el descanso de los numerosos amigos y deudos que nos abandonan.” [82]
La crítica a la Iglesia no se hizo esperar; para los círculos masones y anticlericales era inútil rezar o participar de misas pidiendo que acabe la epidemia. Reclamaban una labor de asistencia para con los enfermos, contraponiendo el actuar directo de los médicos y miembros de la Comisión Popular a la oración de la Iglesia.[83]
“(...) Tanto el huir como el quedar, requieren que el hombre no se acuerde ni del cielo, ni del otro mundo, ni de lo que pueda acontecer a su familia si muere, ni de nada que puede abatirle el alma.
No hay que fiarse de la Virgen; el que reza no se aplica remedio alguno.(...)” [84]
Se hicieron muy comunes las oraciones escritas que se repartían a la salida de los templos donde se invitaba a todos a rezarlas diariamente.[85] Eran oraciones dirigidas a la Inmaculada Virgen María, para que interceda ante Jesucristo para que detenga al ángel que diseminó la peste en la ciudad...
“Virgen inmaculada, Refugio de los pecadores, Consuelo de los afligidos, Esperanza de los atribulados, os suplicamos con todo el afecto de nuestro corazón contrito y humillado, interpongáis vuestra intercesión para con el Dios de las misericordias, que no desea la muerte, sino la conversión de nosotros miserables pecadores, para que se digne mirar con ojos de compasión y de clemencia la aflicción de su pueblo. Haced, os pedimos, que ordene al Ángel ministro de su justa indignación, que hemos nosotros provocado con nuestras muchas culpas, que vuelva a la vaina la espada fulminante que tiene desenvainada para nuestro exterminio, y que aleje de ESTA CIUDAD, devota vuestra, el azote terrible de la pestilencia, que tan de cerca le está amenazando. (...)” [86]
A la vez, Monseñor Aneiros, Vicario Capitular de la Arquidiócesis, concedía cuarenta días de Indulgencias por las oraciones a la Cruz y otros cuarenta días por cada estrofa de la Glosa elaborada para implorar el cese de la epidemia. La oración de la Cruz decía así:
“¡Oh signo sagrado cercado de luz! En la sangre de un Dios salpicado, hoy mi pecho contrito angustiado, busca ansioso amparo en la Cruz. Suplicio contrito del alma cordial; consuelo del Cielo al débil mortal. Tesoro do adoro al dulce JESÚS. Mi culpa declaro y pido tu amparo, Santísima Cruz.” [87]
El encabezamiento de la Glosa para que Dios preserve de la peste reza:
“Aplaca, mi Dios tu enojo,
Tu justicia y tu rigor;
Dulce Jesús de mi vida,
Misericordia Señor.” [88]
En todas las oraciones se nota una mirada religiosa donde Dios castiga a la ciudad con la epidemia por la cantidad de pecados cometidos, por lo cual sólo el pedido de perdón por las culpas y la intercesión de la Virgen y de los santos podrán aplacar la ira divina.
En los diarios de esos meses de 1871 se comenzaron a publicar cada vez mayor número de avisos fúnebres que participaban el fallecimiento de ciudadanos víctimas de la fiebre amarilla, invitando a sus familiares y amigos a rezar en la celebración del funeral o a participar del rezo de novenarios por su alma. A modo de ejemplo:
“Da. Aurelia P. De Señorans (Q.E.P.D
Falleció el 18 de febrero de 1871.
Don Juan Señorans, esposo, sus hijos y demás deudos suplican encarecidamente a sus amigos se dignen asistir a el funeral que por dicha señora se celebrará el viernes 24 del corriente a las 11 de la mañana en el templo de Nuestra Señora de las Mercedes. Favor que agradeceremos íntimamente.”[89]
2.4.1 Devoción a San Roque de Montpellier
“Esta milagrosa imagen es popular desde el tiempo del cólera en Buenos Aires.
Cuando el contagio cundía por la ciudad con la velocidad del rayo y el cielo estaba sombrío como si se hubiera cerrado a las plegarias de los hombres, la Tercera Orden de San Francisco, llena de fe en su Santo Patrono, sacó en procesión su imagen milagrosa y el terrible flagelo cesó. Desde ese día memorable, la devoción a esta histórica imagen penetró más en el corazón del pueblo de Buenos Aires.”[90]
La devoción de los porteños a San Roque data del siglo XVII; ya desde esa época se hacían rogativas al santo cada vez que existían brotes epidémicos. Así están registradas las oraciones y procesiones que se le hicieron en 1621, en 1640, en 1642, 1727, 1796, y ya en el siglo XIX, durante las epidemias de 1857, 1867, 1871 y 1873.[91]
Los hermanos de la Tercera Orden de San Francisco adquirieron un terreno para la construcción de la capilla dedicada al santo en 1727. La construcción se realizó recién en 1750.
Durante los días de la epidemia de fiebre amarilla los vecinos iban asiduamente a implorar la protección de San Roque, rezándole novenas y haciéndole promesas, a pesar de las ya comunes críticas periodísticas:
“Curioso: Actualmente se sigue una novena a San Roque en la calle de Garantías entre Tucumán y Parque para que cese la epidemia.
Pero desde el día en que empezó dicha farsa, los casos han aumentado notablemente en todo el vecindario. ¡Esto tiene afectado a los devotos!” [92]
Hasta febrero de 1871, el Padre Fahy atendió a sus connacionales en dicha capilla. En los días más tristes de la peste, los porteños rezaban, en latín, la siguiente oración a San Roque:
“Antífona: Vitam et salutem petit a te pro suis devotis, tempore contagii, Gloriosus Sanctus Rochus et tribuisti ei, Domine.
V. Ora pro nobis, beate Roche.
R. Ut digni efficiamur promissionibus Christi.
Oremus: Deus, qui Sanctus Rocho, per angelum tuum, tabulam eidem afferentem, promissisti, ut, qui ipsum invocaretit, a nullo pestis cruciatu laederetur, praesta quaesumus: ut, qui ejus memoriam agimus, a mortifera peste corporis, et animae liberemur. Per Christum Dominum Nostrum. Amen.” [93]
En junio de 1924, se redactó en Buenos Aires una solicitud para remitirla a Su Santidad Pío XI, pidiéndole que autorizase la Aureolación de la imagen de San Roque existente en la capilla de la Tercera Orden. Tres razones fundamentaban dicho pedido: la antigüedad de la imagen, pues databa de 1621; la gran devoción que le tuvieron los porteños en todas las épocas, pero especialmente durante las diversas epidemias que asolaron a la ciudad; y como muestra de agradecimiento, ya que San Roque había intercedido por Buenos Aires durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871 y había librado a Buenos Aires de la misma enfermedad en 1873. El Papa Pío XI concedió el permiso de la aureolación en octubre de 1924.[94]
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[1] LR, 9 de marzo de 1871.
[2] Cfr. MULHALL, Miguel, El Padre Fahy, en Revista Argentina, Tomo X, Buenos Aires, 1871, p. 509
[3] LN, 12 de febrero de 1871. Este sacerdote será el futuro arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Mariano Antonio Espinoza.
[4] DMN.
[5] LR, 12 de marzo de 1871.
[6] Cfr.DMN. y LP, 24 de febrero y 1 de marzo de 1871.
[7] Cfr. UDAONDO, Enrique, Crónica histórica de la Venerable Orden Tercera de San Francisco en la República Argentina, Buenos Aires, 1920, pp. 105-106
[8] Cfr. Doce médicos heroicos, Recuerdos de la epidemia de la fiebre amarilla, en Esquiú, 576, Buenos Aires, mayo de 1971.
[9] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 283
[10] LR, 25 de marzo de 1871.
[11] MARTINEZ, Alberto B., Escritos y discursos del Doctor Guillermo Rawson, Tomo I, Buenos Aires, 1891, p. 45
[12] DMN.
[13] Cfr. BARELA, Liliana y VILLAGRÁN PADILLA, Julio, Op. Cit., p. 154
[14] Cfr. LR, 22 de marzo de 1871.
[15] Cfr. LP, 28 de febrero de 1871. En el registro de la hemeroteca de diarios antiguos de la Biblioteca Nacional figura el diario Eco del Plata, pero no se lo encuentra en los depósitos.
[16] LR, 22 de marzo de 1871.
[17] DMN.
[18] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Diario de la Gran Epidemia, en Todo es Historia, 8, 1967, p. 14.
[19] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Cuando murió Buenos Aires. 1871, Buenos Aires, 1974, p. 295
[20] Cfr. LR, de marzo de 1871
[21] DMN. La negrita está en el original. Ver Apéndice, p. 232
[22] Algunos autores, entre ellos Santiago USSHER en su obra Padre Fahy, mencionan la calle Defensa.
[23] Cfr. USSHER, Santiago M., Padre Fahy, Buenos Aires, 1952, p. 162
[24] Diario THE STANDARD, 19 de febrero de 1871.
[25] Cfr. MULHALL, Miguel, Op. Cit., p. 509
[26] Los autores no coinciden respecto al año de nacimiento: Cfr. MULHALL, Miguel, Op. Cit., p. 507 y GONZALEZ, Ruben, El Padre Antonio Domingo Fahy O.P., en Archivum, XII, 1975, Buenos Aires, p. 219
[27] Cfr. USSHER, Santiago M., Los capellanes irlandeses en la colectividad hiberno argentina durante el siglo XIX, Buenos Aires, 1954, p. 125
[28] Cfr. GONZALEZ, Rubén, Op. Cit., pp. 222-223
[29] Cfr. GAYNOR, Juan Santos, Antonio Domingo Fahy, 1804-1871, Buenos Aires, 1943, p. 7
[30] Cfr. GONZALEZ, Rubén, Op. Cit., pp. 224-225
[31] Tampoco hay coincidencias respecto a la fecha de llegada a Buenos Aires del capellán irlandés. Varios autores sostienen que la fecha de llegada es el 13 de junio de 1843. Cfr. GAYNOR, Juan Santos, Op. Cit., p. 8; BUCICH ESCOBAR, Ismael, Op. Cit., p. 34, etc.
[32] Cfr. UDAONDO, Enrique, Op. Cit., p. 78
[33] Cfr. GAYNOR, Juan Santos, Op. Cit., p. 10
[34] Cfr. GONZÁLEZ, Rubén, Op. Cit., p. 228
[35] Cfr. USSHER, Santiago M., Op. Cit., pp. 126-127
[36] Cfr. GAYNOR, Juan Santos, Op. Cit., p. 11
[37] Diario LA GACETA MERCANTIL, 8 de noviembre de 1849.
[38] Cfr. USSHER, Santiago M., Padre Fahy, Buenos Aires, 1952, p. 65
[39] Ibid., pp. 71 y 104
[40] Ut supra pp. 133 y ss
[41] Cfr. USSHER, Santiago M., Los capellanes irlandeses en la colectividad hiberno-argentina durante el siglo XIX, Buenos Aires, 1954, pp. 130-131
[42] Cfr. GONZÁLEZ, Rubén, Op. Cit., pp. 232-233
[43] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 200
[44] LN, de febrero de 1871. Este artículo fue atribuido al general Bartolomé Mitre.
[45] Diario THE STANDARD, 23 de febrero de 1871.
[46] Cfr. GAYNOR, Juan Santos, Op. Cit., p. 21
[47] Cfr. VILLAFAÑE BOMBAL, Elba, Itinerario Histórico de la Recoleta, en Cuadernos de Buenos Aires, 52, Buenos Aires, 1978, p. 99
[48] EN, 4 de julio de 1871.
[49] DMN.
[50] Ver Apéndice, p. 233
[51] Cfr. UDAONDO, Enrique, Diccionario Biográfico Argentino, Buenos Aires, 1938, pp. 272 y 273
[52] Cfr. BRUNO, Cayetano, Historia de la Iglesia en la Argentina, XI, Buenos Aires, 1976, p. 77
[53] DMN.
[54] Cfr. LP, 10 de abril de 1871.
[55] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 316
[56] Cfr. Ibid, p. 322
[57] LN, 25 de abril de 1871.
[58] Cfr. Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires, 1871, p. 218
[59] Cfr. EN, 30 de marzo de 1871.
[60] Cfr. LR, 17 de abril de 1871.
[61] Cfr. CUTOLO, Vicente Osvaldo, Nuevo Diccionario Biográfico Argentino(1750-1930), II, Buenos Aires, 1969, p. 275
[62] LT, 28 de mayo de 1871.
[63] Ibid.
[64] Ibid, 23 de junio de 1871.
[65] Cfr. UDAONDO, Enrique, Op. Cit., p. 273. Vicente O. CUTOLO, en su Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, II, p. 275, dice que César murió durante una peregrinación a Jerusalén, en un convento de Palestina, donde pensaba entregarse de por vida a la oración.
[66] DMN.
[67] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 259
[68] Cfr. CUTOLO, Vicente Osvaldo, Op. Cit., p. 574
[69] Cfr. USSHER, Santiago M., Op. Cit., p. 115
[70] Cfr. EN, 28 de marzo de 1871.
[71] LR, 27 de abril de 1871.
[72] LN, 28 de abril de 1871. Nótese en este artículo periodístico y en el anterior la cantidad de médicos y otras personalidades que visitaron a Dillon en dos días, una prueba más de la relevancia de su persona en el ámbito de la Comisión Popular.
[73] Cfr. LN, 3 de mayo de 1871.
[74] Cfr. USSHER, Santiago M., Op. Cit., p. 116
[75] Ibid., pp. 116-117
[76] Ibid., p. 118
[77] Cfr. GONZALEZ, Rubén, Op. Cit., p. 228
[78] Cfr. CUTOLO, Vicente Osvaldo, Op. Cit., p. 575
[79] Cfr. BERRUTI, Rafael, La epidemia de fiebre amarilla de 1871, en Boletín de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires, vol. 49, Buenos Aires, 2º semestre 1971, p. 559
[80] EN, 23 de marzo de 1871.
[81] DMN.
[82] Diario BOLETÍN DE LA EPIDEMIA, 10 de abril de 1871.
[83] Cfr. LR, 9 y 12 de marzo de 1871; LD, 21 de marzo de 1871 y DMN, 11 y 27 de marzo de 1871.
[84] LR, 8 de febrero de 1871.
[85] Ver Apéndice, pp. 235-237
[86] AGN, Archivo y colección de Andrés Lamas, legajo 2672, Buenos Aires, 1997, Oraciones para pedir a Dios nos preserve de la peste de 1871.
[87] Ibid.
[88] Ibid.
[89] LP, 20 de febrero de 1871.
[90] UDAONDO, Enrique, Crónica Histórica de la Venerable Orden Tercera de San Francisco en la República Argentina, Buenos Aires, 1920, p. 15
[91] Cfr. LARUMBE Y LANDER, Tomás, Vida de San Roque de Montpellier, Buenos Aires, 1926, pp. 96 y ss
[92] LD, 21 de marzo de 1871. Debe recordarse que este diario era dirigido por Francisco López Torres, reconocido masón anti clerical.
[93] LARUMBE Y LANDER, Tomás, Op. Cit., pp. 92-93
[94] Ibid, p. 115-116