La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
Tesis de Licenciatura
Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia
Buenos Aires, diciembre 2002
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva
Obispo diocesano
CUARTA PARTE
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Labor de la Iglesia al comienzo de la epidemia: febrero-marzo de 1871
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Protagonismo de la Iglesia contra la fiebre amarilla: abril-mayo de 1871
Cuarta Parte
3. Protagonismo de la Iglesia contra la fiebre amarilla: abril-mayo de 1871
3.1 Semana Santa en 1871
Fueron los días más terribles para los habitantes de la ciudad de Buenos Aires. El número de muertos llegó a superar los 500 por día. El Domingo de Ramos fue el 2 de abril; el Viernes Santo, el 7 de abril, y el Domingo de Pascua, el 9 de ese mes.
“Día 2: La comisión pide el incendio de los conventillos. 72 muertos en uno. (...)”
“Día 7: El cementerio del Sud reboza. Entierros por abreviatura. (...) Todos amarillos: de fiebre los muertos, de miedo los vivos.”
“Día 9: Negocios cerrados. Calles desiertas. Faltan médicos. Muertos sin asistencia. Huye el que puede. Heroísmo de la Comisión Popular.” [1]
A fines de marzo, la Comisión Popular solicitó al obispo Aneiros la suspensión de las celebraciones propias de la Semana Santa argumentando que era un gran riesgo que la gente se reúna en los templos, dado que podían transformarse en peligrosos focos de contagio.
“(...) El mismo Señor Obispo, comprendiéndolo así, y a instancias de la Comisión Popular de Salubridad, ha ordenado la suspensión de todas esas fiestas. No importa. Haremos un templo en nuestros pechos y dentro de él elevaremos nuestras preces fervientes.
Así, veneraremos al Mártir de los mártires, reforzaremos nuestro ánimo, tan necesario para continuar la gran tarea, y alcanzaremos la salvación de un pueblo sumido hoy en el dolor y el desconsuelo.” [2]
Precisamente, el 31 de marzo Monseñor Aneiros respondió a la solicitud de la Comisión Popular y redactó dos decretos dirigidos a los sacerdotes de las Iglesias de la ciudad de Buenos Aires y de la campaña respectivamente. Todas estas disposiciones fueron publicadas en los diarios más importantes para que se dieran a conocer enseguida, teniendo en cuenta que fueron redactadas el último día de marzo, y la Semana Santa comenzaba el 2 de abril. [3]
“El Vicario Capitular de Buenos Aires, Marzo 31 de 1871.
Al Señor Presidente de la Comisión Popular de Salubridad, D. Héctor F. Varela:
En virtud de la nota del Sr. Presidente, he dispuesto lo conveniente para evitar ocasiones de enfermedad en las fiestas de la Semana Mayor, y prohibido la aglomeración de gentes.
Agradeciendo las atenciones del Sr. Presidente y deseando el mayor acierto y resultado en los santos oficios de caridad que se ha impuesto esa Comisión, pide a Dios guarde por muchos años a los que la componen.
F. Aneiros.” [4]
El decreto dirigido al clero porteño decía así:
“El Vicario Capitular, Buenos Aires, Marzo 31 de 1871.
A los señores Párrocos, Prelados Regulares y Capellanes de las Iglesias.
Doloroso es al infrascrito tener que prohibir en la Semana Mayor, la solemnidad del culto, sus funciones de concurso, maitines cantados, estaciones de concurso y sermones, pudiendo hacerse todo el oficio demás rezado y cantado.
Prohibimos la aglomeración y en las Iglesias pequeñas, reuniones de más de veinte personas. Encargando la ejecución a los señores curas, les recomendamos exhorten al pueblo que santifiquen estos días con doble empeño, aunque sea privadamente con la oración, con los sacramentos, lectura de la Pasión de Nuestro Señor y otras análogas y con obras de caridad cuando pudiesen. Aunque se tenga en veneración y depósito la Sagrada Hostia el jueves santo, será con sujeción a estas disposiciones, sin mayor adorno, y cerrándose la Iglesia a la noche. Nuevamente se recomienda el aseo y la ventilación.
F. Aneiros.
Aneiros también se dirigió a los sacerdotes de la campaña:
“El Vicario Capitular, Buenos Aires, 31 de marzo de 1871.
Sin embargo de que felizmente se hallan los pueblos libres de la epidemia, que aflige a esta capital, por lo que deben hacerse con mayor interés y reverencia los divinos oficios dando gracias al cielo y pidiendo la preservación para todos, el infrascrito recomienda a los señores curas, que procedan con prudencia en las funciones, no prolongándolas, haciendo intermedios consecuentes, siendo cortas las lecturas, breves los sermones y cantos, no teniendo procesiones de noche. Nuevamente se les recomienda el aseo y la ventilación.
F. Aneiros.” [5]
Durante esos días los diarios brindaron espacios en las primeras páginas de sus ejemplares para que la Iglesia publique oraciones que los cristianos rezaban privadamente en sus hogares, dado que no podían asistir a los templos. A modo de ejemplo:
“A Jesucristo crucificado:
Del santo madero pendiente y herido,
Te miran mis ojos con llanto y afán,
Con dos malhechores ¡mi bien! Confundido,
En tanto los hombres mil penas te dan.
¿Por qué del Calvario a la hórrida cumbre
la turba maldita feroz te arrastró?
¿Por qué como a reo la vil muchedumbre
pidiendo tu muerte en cruz te clavó?(...)
Oh! Rey de la gloria, tan viles tormentos
Callando y gustoso, sufriste por mí,
Y yo desatiendo tus dulces acentos
Y necio e ingrato la culpa seguí.
Mas yo arrepentido mi culpa deploro,
Perdona clemente mi infausta maldad,
Que humilde esas llagas amante hoy adoro,
Y de ellas espero tu inmensa piedad.(...)” [6]
El 6 de abril, Jueves Santo, se produjo el desembarco en el puerto de los restos de Monseñor Mariano José de Escalada, primer arzobispo de Buenos Aires, fallecido en Roma, durante las sesiones del Concilio Vaticano I, en julio de 1870.[7]
El féretro era acompañado desde Europa por los hermanos del obispo, don José de Escalada y doña Bárbara Escalada de Castro, junto a quien había sido su secretario, Presbítero Espinosa, y otros sacerdotes y funcionarios. Dada la terrible situación que vivía la ciudad de Buenos Aires en esos días, (ese 6 de abril la cifra de muertos ascendía a 324)[8], el cortejo fúnebre fue muy reducido. La comitiva que recibió los restos fue encabezada por el ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, doctor Nicolás Avellaneda. El funeral estuvo a cargo de Monseñor Aneiros.
Los restos de Escalada fueron depositados transitoriamente en la Catedral Metropolitana, hasta que algún tiempo después, y cumpliendo un pedido expreso suyo, se llevaron a la capilla Regina Martyrum, a una cripta erigida por disposición de sus hermanos.[9]
Fueron los peores días para los porteños; el 9 de abril, Pascua de Resurrección, la Comisión Popular, aconsejó al pueblo abandonar la ciudad.[10]El número de muertos por la fiebre amarilla parecía ir en progresivo aumento, hasta tocar el punto máximo el lunes de Pascua, 10 de abril, en el que se registraron 546 víctimas de la peste y tan sólo 17 de otras enfermedades.[11]
“Semana Santa: Estamos en la Semana Santa de los cristianos y a la vez en la semana más dolorosa para el pueblo de Buenos Aires.
La epidemia ha azolado la ciudad. Los templos vacíos. Las funciones de Iglesia suspensas. No tenemos más que la procesión de cadáveres, el llanto de centenares de huérfanos, la agonía de millares que luchan contra la muerte.
Para Buenos Aires esta semana puede bautizarse con el nombre de “Semana de los dolores”. Las palabras que consignábamos al recuerdo del Grande Iniciador del Cristianismo, las dejamos para consagrarlas al azote que nos diezma. (...)” [12]
3.2 Acción del clero durante la fiebre amarilla
“Día 27 de abril: Sacerdotes: 49 muertos hasta la fecha. (...)”[13]
Mardoqueo Navarro afirma que hasta el 27 de abril fallecieron como consecuencia de la fiebre amarilla cuarenta y nueve sacerdotes; seguramente sumó los diocesanos y los religiosos. Sin lugar a dudas Navarro tomó como fuente para su afirmación la noticia del diario La República de ese mismo día que decía:
“El clero: Durante la época de la epidemia han pagado su tributo a ella 49 sacerdotes del clero de Buenos Aires; todos han caído en el puesto de su deber.” [14]
Quien primero reconoció el cumplimiento del deber del clero durante la epidemia fue Guillermo Rawson, quien en una sesión del Congreso afirmó que los sacerdotes muertos fueron en total sesenta y siete.[15] Carlos Guido y Spano, testigo de la epidemia, sostiene que fueron sesenta.[16] Sobre doscientos noventa y dos sacerdotes aproximadamente, que actuaban entonces en Buenos Aires, habría fallecido el veintidós por ciento del total.[17]
Miguel Ángel Scenna dice que puede considerarse en no menos de medio centenar la cifra de sacerdotes muertos [18].
Otros autores afirman que el número asciende tan sólo a treinta y dos.[19] Esto se debe a que toman como base de estudio la lista de sacerdotes y religiosos que se encuentra en el monumento erigido por la municipalidad de Buenos Aires en memoria de los caídos en la peste de 1871, obra del escultor Juan Ferrari y erigido en el centro del Parque Ameghino de esta ciudad en 1889.
En la lista del monumento figura un primer elenco de veintiún nombres encabezados por el título “sacerdotes y religiosos”; una segunda enumeración bajo el título “clero regular” de nueve miembros; y el nombre de dos Hermanas de Caridad. Si a estas lista se le agregan los nombres del presbítero Nicolás Migilio y del seminarista de la Compañía de Jesús, Gregorio Biosca, se llega al número de treinta y dos sacerdotes y religiosos fallecidos durante la epidemia.[20]
Lo que es indudable es que la proporción de sacerdotes fallecidos durante el ataque del flagelo, demuestra, sean treinta y dos o el doble como afirma Rawson, (cifra por la cual nos inclinamos a partir del acceso a las fuentes y testimonios de la época), que el clero de Buenos Aires, en su mayor parte, dio cumplimiento a su deber evangélico de asistencia a los enfermos y moribundos. Se puede comparar este número con los doce médicos, los dos practicantes, los cuatro miembros de la Comisión Popular, o incluso los veintidós integrantes del Consejo de Higiene Pública, que sucumbieron en la epidemia; categóricamente, el clero fue el grupo social que más víctimas tuvo en esos aciagos días de 1871.
“Vamos a dedicar hoy dos líneas en elojio de los sacerdotes que con heroísmo evangélico ejercen en estos momentos las funciones de su ministerio.
El sacerdote entra hoy al lado del enfermo, cuando ya la mano del médico le abandona, por no poderle salvar, dejándolo desde ese momento entregado a la misericordia del Creador.
Es ese el momento, en que el enfermo ofrece mayor peligro de contagiar el horrible mal que le lleva al sepulcro, y ese en el que le toma el médico del alma para ponerle bien con Dios.
Nosotros hemos admirado varios sacerdotes, llenando esa noble misión, con entereza, sin ostentación y con interés.” [21]
3.2.1 Notas biográficas de miembros del clero diocesano
“Cuando los templos toquen sus campanas y doblen por los que han caído para ir a ellos a rogar a Dios, por aquellos nos acordaremos mejor que hoy que esos redobles son: por más de 60 sacerdotes que murieron en su tarea de reconciliar los hombres con su Dios.” [22]
Al no tener un archivo general que reuniera las biografías de los sacerdotes fallecidos durante la epidemia, se debió rastrear sus biografías en los periódicos de la época que resaltaban su actuar, a pesar de ser diarios anticlericales, y en algunas obras editadas sobre la fiebre amarilla.
Tomamos, en primer lugar, los mencionados en la lista del monumento a los caídos por la peste de 1871:
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Presbítero Esteban Aguirre o Aguerre: Era capellán de coro de la Catedral Metropolitana. No se sabe exactamente su fecha de fallecimiento durante la epidemia.[23]
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Presbítero Juan Rossi: Se ordenó sacerdote el 12 de junio de 1845. En 1871 era auxiliar de la parroquia de San Telmo, una de las zonas porteñas más afectadas por el mal. Junto con el párroco, Presbítero Ramón R. García, organizó una junta de barrio para enfrentar la epidemia. En ella también participó el padre Fahy.[24]
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Presbítero Francisco Romero: Durante la epidemia era el cura rector de la parroquia de Monserrat. Español de origen, había nacido en Galicia, hijo de José Romero y de Francisca Lema; llegó a Buenos Aires en 1849.[25]El 29 de abril de 1862 fue nombrado cura vicario de Morón, y el 16 de diciembre de 1869, cura de Monserrat. A fines de marzo de 1871, Romero fue acusado de no dar licencias de sepultura de manera gratuita. Él mismo se defiende en los diarios enviando una solicitada para ser publicada, en el que deja entrever su modo de vida tan exigido en esos días de la peste:
“Monserrat, Marzo 31.
Las atenciones que demandan los enfermos y la situación afligente de miembros de mi familia atacados de la epidemia, no me dieron tiempo para ocuparme de lectura de periódicos.
Más, sabedor de que estos días pasados, ha aparecido un suelto contra mi sobre negativa de licencias gratis para sepultar los indigentes víctimas de la situación; no puedo menos de pedirle un lugarcito en su diario para desmentir al calumniador gratuito, al cual dedico todo el desprecio que merece, el que, sin fundamento pretende disfamar al que tiene conquistada otra reputación más digna por su desprendimiento.
El testimonio de los Sres. Comisarios, alcaldes y gran número de vecinos darán a Vd. datos para confundir a un individuo que quizás en ese momento, se mantenía con mi peculio, pero así es el mundo.
Soy de Vd. S.S.S Francisco Romero.”[26]
Falleció el 22 de abril de 1871 contagiado de fiebre amarilla. El diario La Nación publicó a los días un aviso fúnebre:
“El Presbítero D. Francisco Romero, ex cura de Morón y de la Parroquia de Monserrat, falleció el 22 de abril de 1871. Q.E.P.D.
La Municipalidad de Morón invita al vecindario del Partido y mas personas que quieren honrarle al funeral rezado que por el descanso eterno de dicho señor, tendrá lugar el lunes 8 de mayo a las 11 de la mañana en el templo de este pueblo.” [27]
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Presbítero Francisco Villar: Se ordenó sacerdote de manos de Monseñor Mariano Medrano el 25 de marzo de 1844. El 5 de enero de 1863 fue designado cura rector de la parroquia de la Merced, cargo que ocupó desde octubre de ese año. El 17 de mayo de 1865 fue nombrado Examinador y Juez Prosinodal, y el 30 de julio de 1868 tomó posesión de la Silla de Maestrescuela del Cabildo Eclesiástico. El 20 de marzo de 1869, de la Chantre. El 30 de septiembre de 1870 fue nombrado Fiscal Eclesiástico del Arzobispado. Falleció víctima de la epidemia el 9 de abril de 1871.[28]Su nombre figura en un artículo del diario La Nación que resalta la labor del clero en esos meses.[29]
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Presbítero José María Velazco: Fue nombrado Canónigo Honorario de la Catedral Metropolitana el 6 de junio de 1867, y Fiscal Eclesiástico desde el 30 de mayo de 1868. Desde el 21 de septiembre de 1869 ocupó el cargo de Tesorero del Arzobispado.
Durante la epidemia trabajó denodadamente en la atención a los enfermos y también en la realización de donaciones para los más pobres.[30]
Falleció, víctima de la fiebre amarilla, el 23 o 28 de abril de 1871. El 4 de julio se publicó un aviso fúnebre invitando a su funeral:
“El Canónigo Dignidad D. José María Velazco. Falleció el 23 de abril de 1871.
Sus albaceas testamentarios invitan a las personas de la relación del Sr. Canónigo Dignidad, D. José María Velazco, al funeral solemne que se hará por su alma en la Sta. Iglesia Metropolitana el jueves 6 de julio a las 10 de la mañana. Es la única invitación.” [31]
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Presbíteros Celestino Alava y Santiago Osses: En el año 1871 desempeñaban el cargo de auxiliares de la parroquia de Monserrat. Trabajaban junto al padre Francisco Romero. Fallecieron contagiados del flagelo, en abril de aquel año.[32]
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Presbíteros Pedro Fernández y Julián Benito: Eran sacerdotes auxiliares de la parroquia Nuestra Señora del Pilar, en la Recoleta. Benito era de nacionalidad española; procedente de la diócesis de Cuenca, llegado a Buenos Aires en 1870.
Por ordenanza municipal de marzo de 1871, se dispuso que los sacerdotes no podían expedir licencias para sepulturas sin la presentación previa del certificado médico.[33]Esta disposición y los gastos por el pago de dichas licencias generaron una serie de inconvenientes ya que la falta de médicos obligó a demorar muchas inhumaciones.
Así, se acusó a los curas del Pilar de negarse a otorgar licencias de sepulturas: [34]
“Negándose el cura del Pilar a dar la licencia para enterrar el cadáver de Rondino Santin, pobre de solemnidad, que vivía calle de Córdoba frente a la quinta de Lézica, porque no se le pagaba cien pesos de derecho; entiérrese el expresado cadáver en el cementerio de la Chacarita bajo la responsabilidad de esta Comisión. Murió de fiebre amarilla.
Buenos Aires, mayo 13 de 1871. Francisco Obarrio.”[35]
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Presbítero Luciano Torrez o Latorre: Nació en San Isidro el 5 de junio de 1819. Fue bautizado en la parroquia de ese pueblo el 21 de julio por el sacerdote de la orden de la Merced, Esteban Muñoz. Era hijo de don Matías Torrez y María Magdalena Ojeda. Fueron sus padrinos Don Miguel Blanco y doña Rufina López.[36] Se ordenó de sacerdote el 18 de enero de 1851. Falleció durante la epidemia cuando desempeñaba el cargo de Sacristán Mayor de la Catedral Metropolitana.[37]
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Presbítero Francisco Treza: De nacionalidad italiana, era sacerdote auxiliar de la parroquia de la Merced. Murió de fiebre amarilla en fecha desconocida.[38]
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Presbítero Juan Antonio Garciarena: De origen vasco, era capellán del obispo Federico Aneiros; falleció en abril de 1871. Este sacerdote vivía en la misma casa que habitaba el arzobispo de Buenos Aires, quien también se había contagiado de fiebre amarilla.
“No debemos dejar de consignar aquí, que el Dr. Aneiros, obispo de Aulón, ha cumplido a pesar de sus muchas desgracias, como verdadero Pastor de esta enlutada Arquidiócesis, habiendo recaído dos veces del mal que nos diezma.” [39]
“El Dr. Aneiros: Continúa este señor mejorando de su enfermedad y pronto debe volver a ejercer sus funciones de Obispo Aulonense.” [40]
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Presbítero Felipe Giaconangelo: De nacionalidad italiana, había nacido en Belvedere. Hijo de Francisco Giaconangelo y de Cayetana Granata. Se ordenó de sacerdote en la Catedral de San Marcos de Bisiniano el 19 de septiembre de 1868. Al año siguiente viajó a Montevideo, Uruguay, donde permaneció seis meses. En 1870 se instaló en Buenos Aires, siendo auxiliar de la parroquia de la Concepción cuando falleció de fiebre amarilla.[41]
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Presbítero Godofredo Pardini: Había nacido en Italia. Llegó a Buenos Aires en 1864. En 1871 desempeñaba el cargo de auxiliar de la parroquia de la Merced.[42]
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Presbítero Juan Padula: También de nacionalidad italiana. Llegó a Buenos Aires en 1870; el 27 de mayo de ese año fue designado cura auxiliar de la parroquia de Barracas, al poco tiempo fue trasladado a la parroquia de la Concepción, donde falleció en 1871 víctima de la fiebre amarilla.[43]
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Presbítero Miguel Bidaurrazaga: Teniente cura de la parroquia Santa Lucía en Barracas. Falleció en los primeros días de mayo de 1871.[44] Su labor sacerdotal con los enfermos de la epidemia fue resaltada en un importante artículo del diario La Nación titulado “Víctimas del deber”.[45]
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Presbítero Pedro Benigno Machado: Había nacido en Buenos Aires el 11 de febrero de 1835. Hijo de Juan Bautista Machado y de Fortunata Suárez. En 1853 fue admitido a la primera tonsura. En 1859 viajó a Roma para realizar sus estudios teológicos. Allí se ordenó de sacerdote, y en 1863 regresó a Buenos Aires. El 7 de mayo de 1870 fue nombrado cura párroco de la parroquia San Nicolás de Bari. Falleció víctima de la fiebre amarilla en abril de 1871.[46] Su desempeño sacerdotal también fue destacado en el artículo del diario La Nación antes mencionado.
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Presbítero Tomás Delfino: Procedía de la diócesis de Alvenga, Italia. Llegó a Argentina en 1868. El 25 de agosto de ese año fue designado teniente cura de San Vicente en la campaña. Falleció atendiendo enfermos de la epidemia el 28 de abril de 1871 cuando era sacerdote en la parroquia San Nicolás de Bari. El diario La República publica un aviso fúnebre donde sus deudos invitaban a sus funerales.[47]
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Presbítero José Melle: De nacionalidad italiana, vino a Buenos Aires en 1867. Murió víctima de la epidemia siendo auxiliar de la parroquia de la Merced.[48]
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Presbítero Vicente Márquez: Pertenecía a la diócesis de Salta. Llegó a la ciudad de Buenos Aires a comienzos de 1871. Fue sacerdote auxiliar en la parroquia de San Telmo. Murió de fiebre amarilla en abril de 1871.[49]
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Presbítero Domingo Ereño: Era un sacerdote vasco español, que tuvo un fuerte protagonismo en Uruguay junto al general Oribe. Trabajó muchos años en el Colegio del Uruguay como vicerrector y profesor de latín. Fue designado Cura Vicario del Uruguay y trabajó activamente en toda la provincia de Entre Ríos, teniendo, incluso, un permiso especial para conferir el sacramento de la confirmación a los fieles de la provincia. En 1860 fue designado Arcediano Honorario de la Catedral de la ciudad de Paraná. Cuando se retiró de su trabajo en el colegio, se radicó en la ciudad de Buenos Aires donde desempeñó su ministerio atendiendo a los enfermos de fiebre amarilla. Se contagió del mal y falleció el 23 de marzo de 1871. El 20 de octubre de 1872 sus restos fueron trasladados al Uruguay.[50]
Otros sacerdotes que tuvieron una actuación muy destacada durante la epidemia, pero que no murieron víctimas del mal, fueron:
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Presbítero Arellano: Este sacerdote, del que no se conoce su nombre, era párroco de la parroquia de San Cristóbal. Trabajó incansablemente durante la epidemia de fiebre amarilla, tal cual lo destaca el diario La Nación del 5 de mayo de 1871:
“La conducta observada por el Señor Arellano, cura párroco de San Cristóbal, en los días más aciagos de la epidemia, es digno del mayor encomio.
De día y de noche, a todas horas, y muchas veces lloviendo, a altas horas de la noche, se veía cruzar al cura de San Cristóbal, atravesando pantanos, constante y denodado en su misión verdaderamente evangélica.
No ha habido un solo desgraciado de los que han fallecido de la epidemia que no haya recibido los consuelos de la religión siempre que los ha solicitado del presbítero Arellano.(...)
El presbítero Arellano es pobre, sólo tiene un sueldo mezquino, y sin embargo sólo cobra sus honorarios asignados en el arancel curial, al que espontáneamente quiere abonarlos; y los pobres indigentes de su parroquia tienen en él un auxilio siempre en sus necesidades.
Haciendo justicia al mérito verdadero, consignamos con placer estos hechos.”[51]
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Presbítero Antonio Espinoza: Sacerdote de Barracas, futuro arzobispo de Buenos Aires. Varios diarios resaltan su labor durante la epidemia. La Comisión de Higiene de Barracas al Norte, teniendo en cuenta el exceso de trabajo de Espinoza, pidió al obispo Aneiros otro sacerdote para que lo ayudase.[52]
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Presbítero Dr. José Gabriel García Zúñiga:[53]Cura de la parroquia de la Concepción. Nació en Montevideo el 3 de diciembre de 1823. Estudió en la Universidad de Córdoba. Se ordenó de sacerdote el 19 de julio de 1845. Fue capellán del ejército durante la campaña de Caseros, y desde 1865 cura de la parroquia de la Concepción. Es recordado especialmente por haber sido el propulsor de la restauración del templo.[54]
Para el diario La República, fue el más destacado en su laboriosa entrega por los demás durante la epidemia:
“(...) Pero entre todos los sacerdotes que se han entregado al auxilio de los desgraciados, el más abnegado, el más inteligente y llevado es el cura de la Concepción.
El Dr. García Zúñiga, ya conocido por una larga nomenclatura de obras pías y de verdadero discípulo de Jesu-Cristo, es el más abnegado; a pesar del terror que tiene a la fiebre, no para un momento corriendo de enfermo en enfermo, de lecho en lecho, llevándoles con los consuelos de la religión específicos y recetas que él aplicó con eficacia. Reconocemos y rendimos en nombre de la sociedad angustiada, las debidas gracias y el alto homenaje que merecen estos actos. (...)” [55]
En 1875 fue designado canónigo honorario y capellán de las catalinas. Falleció en 1884. Su sobrino, Luis Ignacio de la Torre y Zúñiga, también fue sacerdote y lo sucedió en el curato de la Concepción.[56]
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Presbítero Cornelio Santillán o Santillás: Sacerdote tucumano nacido en 1810. Ayudó a muchos enfermos durante el flagelo de 1871.
“(...) El anciano sacerdote Sr. Santillán, a pesar de su edad, ha cumplido fielmente con su sagrado deber.” [57]
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Presbítero Eduardo O’Gorman: Hijo de Adolfo O’Gorman, irlandés, y de Joaquina de Jiménez, argentina. Nació el 8 de abril de 1828 y fue ordenado sacerdote el 2 de agosto de 1849.[58] Era hermano del jefe de la policía durante la epidemia, Enrique O’Gorman y de Camila, la joven ejecutada junto al sacerdote Ladislao Gutiérrez por decisión del gobierno de Rosas. Fue párroco de Mercedes, y por un decreto del 19 de mayo de 1864 dictado por el entonces presidente Bartolomé Mitre, canónigo honorario de la Catedral de Buenos Aires junto con el Padre Fahy.[59]De regreso de Europa el 26 de febrero de 1871[60], fue párroco de la parroquia San Nicolás de Bari. Frente a la tragedia de la fiebre amarilla, junto a los defensores de menores Elías Sarabia y José M. González Garaño, y los señores Cayetano Cazón y Luis Frías, O’Gorman fundó el Asilo de Huérfanos para varones en una casa de la calle Riobamba 102.[61]Falleció en la ciudad de Buenos Aires el 14 de marzo de 1901.[62]
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Los diarios de la época y las obras escritas sobre la epidemia de fiebre amarilla nombran otros sacerdotes diocesanos de los que no se tienen más datos que su destacada labor durante la peste. Así cabe mencionar a los presbíteros Pedro Castro Rodríguez en Barracas; Manuel Velarde y Alejo P. Nevares en la parroquia San Miguel; Domingo Scabini en el pueblo de San Vicente; [63] Luis de San Juan; y un tal Lozano, ya que ni siquiera se menciona su nombre o su destino pastoral.[64] Cabe también mencionar al presbítero Saturnino Bavío, domiciliado en la calle Defensa 309, quien murió víctima de la fiebre amarilla el 11 de abril de 1871. No se tienen de él más datos que los que brinda su certificado de defunción.[65]
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Otro sacerdote de importancia en estos años fue el padre Diego Palma, párroco de la iglesia de San Isidro hasta 1890 en dos períodos: el primero desde el 2 de marzo de 1856 hasta el 26 de junio de 1875; el segundo desde el 5 de mayo de 1877 hasta septiembre de 1890, en que presentó la renuncia como consecuencia de su estado de salud.[66] Era un hombre de carácter serio y un tanto áspero, pero, a la vez, de una bondad sin límites. Su personalidad profundamente preocupada por los demás se destacó durante las dos epidemias que asolaron al pueblo de San Isidro en aquellos años: en 1868 se desató una epidemia de cólera que produjo 110 muertos; una cifra muy elevada para un pueblo tan chico.[67] El Padre Palma recorría casa por casa asistiendo enfermos y consolando a los moribundos. Su labor fue reconocida cuando el vecindario le entregó una medalla de oro que tenía de un lado las armas de la República, con la inscripción Homenaje de Gratitud, Epidemia de 1868; en el anverso tenía grabado un cáliz con la dedicatoria: El Pueblo de San Isidro al Señor Don Diego Palma.[68] Durante la peste de fiebre amarilla volvió a dedicarse a la atención de los enfermos, trabajando en conjunto, según lo demuestra la abundante correspondencia existente, con el Juez de Paz, Antonio Pillado, con el Presidente de la Comisión de Higiene Pública local, Felipe Otárola, y con el administrador del lazareto, Ignacio Vázquez. Este trabajo articulado permitió una mejor y eficaz atención de la comunidad de San Isidro, que como consecuencia del abandono de la capital, aumentaba diariamente el número de pobladores.[69]
Debe destacarse también la tarea del obispo Aneiros que tomó medidas acorde a las circunstancias, suspendiendo las celebraciones de Semana Santa y estando cerca de sus sacerdotes y su grey, en los meses más difíciles de la epidemia, incluso sufriendo en carne propia la enfermedad.[70] Su madre, Antonia Salas de Aneiros, su hermana, María Aneiros, y su tío, Vicente Salar, fallecieron víctimas del flagelo.[71]
La palabras más expresivas sobre su labor en los meses trágicos de la fiebre amarilla, quizás sean las que pronunció en 1894, durante su funeral, el Vicario Capitular de la Arquidiócesis Dr. D. Juan Agustín Boneo:
“Las calamidades públicas, las epidemias que más de una vez sumieron en la consternación y espanto a nuestro pueblo, vieron siempre a este infatigable sacerdote y celoso Obispo, en el puesto que le señalaba su honor: nosotros mismos le vimos en los lazaretos adoptando providencias para la asistencia espiritual de los enfermos, hasta caer herido del contagioso mal, cuyos estragos se empeñaba en atenuar: y le vimos junto al lecho del enfermo recogiendo su postrer suspiro, y enjugar, más tarde, las lágrimas de las viudas y de los huérfanos!” [72]
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[1] DMN.
[2] LT, 2 de abril de 1871.
[3] Cfr. EN, 1 de abril de 1871; LN, 2 de abril de 1871; LR, 2 de abril de 1871; LT, 2 de abril de 1871.
[4] LT, 2 de abril de 1871.
[5] Ibid.
[6] LT, 5 de abril de 1871.
[7] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 334
[8] Cfr. DMN
[9] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 302 y 303
[10] Ut supra, p. 94
[11] Cfr. DMN. Ver la cúspide de la pirámide que acompaña al diario.
[12] LR, 6 de abril de 1871.
[13] DMN.
[14] LR, 27 de abril de 1871.
[15] Cfr. MARTINEZ, Alberto B., Op. Cit., p. 45. Ut supra p. 150
[16] Cfr. GUIDO SPANO, Carlos, Autobiografía, Buenos Aires, 1954, p. 73
[17] Cfr. RAMALLO, Jorge María, Op. Cit., p. 371
[18] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 377
[19] Cfr. ZURETTI, Juan Carlos, Nueva Historia Eclesiástica Argentina, Buenos Aires, 1972, p. 316, y FURLONG, Guillermo, El catolicismo argentino entre 1860 y 1930, en ANH, Historia de la Nación Argentina, vol. II, Buenos Aires, 1964, p. 261
[20] Cfr. RAMALLO, Jorge, Op. Cit., pp. 370-371
[21] Diario BOLETÍN DE LA EPIDEMIA, 10 de abril de 1871.
[22] EN, 9 de mayo de 1871.
[23] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 277. Toda la información sobre el clero, le fue suministrada al autor, según él afirma en su obra, por el Director General del Archivo del Arzobispado de Buenos Aires en 1948.
[24] Cfr. MARONI, José Juan, El alto de San Pedro, Parroquias de la Concepción y de San Telmo, en Cuadernos de Buenos Aires, XXXIX, Buenos Aires, 1971, p. 86
[25] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 277
[26] EN, 1 de abril de 1871.
[27] LN, 7 de mayo de 1871.
[28] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 278
[29] Cfr. LN, 6 de mayo de 1871.
[30] Cfr. LR, 4 de junio de 1871.
[31] EN, 4 de julio de 1871.
[32] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., pp. 278 y 282
[33] Cfr. LÓPEZ, Luis, Reseña histórica de la Policía de Buenos Aires, Buenos Aires, 1911, pp. 119-120
[34] Por la fecha del siguiente comunicado, la acusación se refiere al presbítero Fernández, ya que Julián Benito había fallecido, contagiado de la fiebre, el 8 de abril.
[35] A.H.C.B.A, caja 12, leg. 00036, Fiebre Amarilla.
[36] Cfr. Libro de bautismos de la parroquia de San Isidro, año 1819, p. 36
[37] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 277
[38] Ibid.
[39] LN, 6 de mayo de 1871.
[40] LP, 14 de abril de 1871.
[41] Cfr. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 279
[42] Ibid.
[43] Ibid.
[44] Cfr. RAMALLO, Jorge María, Op. Cit., p. 370
[45] Cfr. LN, 6 de mayo de 1871
[46] Cfr. RUIZ MORENO, Op. Cit., p. 280
[47] Cfr. LR, 7 de junio de 1871.
[48] Cfr.. RUIZ MORENO, Leandro, Op. Cit., p. 282
[49] Ibid.
[50] Ibid, pp. 201-202
[51] LN, 5 de mayo de 1871.
[52] Cfr. LN, 6 de mayo de 1871 y EN, 9 de mayo de 1871.
[53] Leandro Ruiz Moreno lo registra con el apellido de la Torre y Zúñiga. Cfr. Op. Cit, p. 283
[54] Cfr. AVELLÁ CHAFER, Francisco, Diccionario biográfico del clero secular de Buenos Aires, Tomo I, 1580-1900, Buenos Aires, 1983, pp. 235 y 236
[55] LR, 21 de marzo de 1871.
[56] Cfr. Breve reseña histórica de la Parroquia de la Inmaculada Concepción desde su fundación hasta nuestros días (1727-1900), Buenos Aires, 1901.
[57] LN, 6 de mayo de 1871.
[58] Cfr. USSHER, Santiago M., Op. Cit., p. 189
[59] Cfr. GONZALEZ, Rubén, Op. Cit., p. 232
[60] Cfr. LR, 26 de febrero de 1871.
[61] Cfr. BUCICH ESCOBAR, Ismael, Bajo el horror de la epidemia, Buenos Aires, 1932, pp. 90 y 91. Más datos sobre el Asilo de Huérfanos se brindarán en el capítulo dedicado a la Sociedad de Beneficencia.
[62] Cfr. USSHER, Santiago, Op. Cit., p. 190
[63] Cfr. RUIZ MORENO, Op. Cit., p. 283
[64] LN, 6 de mayo de 1871.
[65] Cfr. Libro de defunciones parroquia de San Telmo 1871, 14, 3, partida 1852. Ver Apéndice, p. 240
[66] Cfr. AVELLÁ-CHAFER, Francisco, Op. Cit., Buenos Aires, 1983, p. 255
[67] Cfr. KRÖPFL, Pedro F., La metamorfosis de San Isidro, 1580-1994, San Isidro, 1995, p. 130
[68] Cfr. BECCAR VARELA, Adrián, San Isidro, Reseña Histórica, Buenos Aires, 1906, pp. 127 y ss
[69] Cfr. Archivo municipal de San Isidro, en adelante, A.M.S.I, Carpeta 44, 7359, Fiebre amarilla 1871.. Ver Apéndice, p. 238
[70] Cfr. BRUNO, Cayetano, Historia de la Iglesia en la Argentina, XI, Buenos Aires, 1976, p. 77
[71] EN, 16 de junio de 1871.
[72] BONEO, Juan Agustín, Oración Fúnebre, en CARBIA, Rómulo, Monseñor León Federico Aneiros, Buenos Aires, 1905, pp. 209-210