La Iglesia en Buenos Aires
durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Según el Diario de la epidemia de Mardoqueo Navarro
Tesis de Licenciatura
Director: Pbro. Lic. Ernesto Salvia
Buenos Aires, diciembre 2002
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva
Obispo diocesano
CUARTA PARTE
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Labor de la Iglesia al comienzo de la epidemia: febrero-marzo de 1871
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Protagonismo de la Iglesia contra la fiebre amarilla: abril-mayo de 1871
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Labor de asociaciones laicales contra la fiebre amarilla
Cuarta Parte
3. Protagonismo de la Iglesia contra la fiebre amarilla: abril-mayo de 1871
3.4. Labor de asociaciones laicales contra la fiebre amarilla
“(...) el movimiento convulsivo de un gran pueblo, agitándose en las angustias de la muerte, entre las garras de una calamidad voraz, contra la cual lidiaba, de la cual se salvaba o por la acción combinada de la caridad heroica y de la ciencia o por la fuga despavorida en alas del vapor; (...)” [1]
Así como muchos optaron por huir por miedo al contagio, otros permanecieron en la ciudad enfrentando la epidemia e intentando hacer algo por los demás, especialmente por los enfermos. A pesar de tener distintos objetivos y espíritus de trabajo, la Sociedad de Beneficencia, las Conferencias Vicentinas y la Tercera Orden Franciscana, se destacaron activamente en su labor caritativa, incluso poniendo en riesgo sus propias vidas.
3.4.1 La Sociedad de Beneficencia
La Sociedad de Beneficencia había sido creada por decreto el 2 de enero de 1823 e inaugurado su funcionamiento el 12 de abril del mismo año por el entonces ministro Bernardino Rivadavia. Desde aquel momento su objetivo fue la creación de escuelas, de colegios para huérfanas, la atención de los enfermos en los hospitales, etc. Toda su labor estaba imbuida de un fuerte espíritu filantrópico, no directamente religioso; sin embargo, durante la epidemia de fiebre amarilla, las mujeres que presidían dicha institución se caracterizaron por dedicarse sin descanso a los desposeídos y víctimas de la peste desde sus ideales cristianos.
La señora María Josefa del Pino, activa colaboradora de la Sociedad, llevaba a su casa, frente a la plaza de Mayo, a los niños que al perder sus padres víctimas de la fiebre, quedaban abandonados. Permanecían en su casa hasta que lograba reubicarlos con alguna familia sustituta. Esta labor, la señora del Pino la realizaba junto a su hermana por parte de madre, Mercedes Necochea.[2]
Cuando se extendió la epidemia, estas señoras se dedicaron por completo a combatir sus estragos junto con las demás mujeres de la Sociedad de Beneficencia, Luisa M. de Cantilo, María de las Carreras y Jacinta Castro, encabezadas por su presidenta doña María Antonia Beláustegui de Cazón, haciendo un ofrecimiento formal al Gobierno Provincial para cooperar al socorro de las víctimas:
“Al Señor Ministro de Gobierno de la Provincia doctor don Antonio E. Malaver:
La que suscribe tiene el honor de dirigirse al señor Ministro, manifestándole que tiene el más vehemente deseo de contribuir al alivio de los necesitados en los momentos de angustia que atravesamos. En cuanto la acción de la mujer puede ser útil para proveer a las necesidades de ropas u otros objetos análogos, la que suscribe cuenta con la cooperación de muchas señoras, que le han ofrecido sus servicios. Cree la infrascripta, que debiendo hacerse la traslación de tantos pobres a las habitaciones que el Superior Gobierno ha resuelto proporcionarles, serán útiles los ofrecimientos que me han hecho y que tengo la honra de ponerlos en su conocimiento. Saluda atentamente al Señor Ministro.
Marzo 14 de 1871. María A. B. Cazón.” [3]
En los primeros días de marzo de 1871, la Sociedad de Beneficencia fundó un lazareto para mujeres en la quinta del doctor Leslie, confiando la administración interna a las Hermanas de Caridad del Hospital de Mujeres.[4] A la vez, trasladó el Colegio de Huérfanas de la Merced a Lomas de Zamora, para proteger a las pupilas del contagio.[5]
La señora de Cazón vivía en San Isidro; todas las mañanas se acercaba a la ciudad de Buenos Aires en tren para cumplir con su misión. Mientras otros huían despavoridos por miedo al contagio, ella arriesgaba su vida diariamente:
“Abandonando sus comodidades, los goces del hogar y de la familia, el lujo y confort de sus salones de campo, ella viene a exponer su vida, a desempeñar el papel de madre de cientos de huerfanitos, de pobres criaturas cuyas lágrimas ella es la primera en enjugar; cuyas carnes ella es la primera en abrigar y cuya hambre es ella quien mitiga.” [6]
Precisamente fue la presidenta de la Sociedad de Beneficencia quien reflotó un proyecto de fundación de un Asilo de Huérfanos, ideado por la señora de Cantilo en 1867. La ciudad sólo contaba con la Casa de Niños Expósitos y el Asilo de Mendigos, siendo necesaria otra institución que recibiera a los niños que perdían a sus padres a consecuencia del flagelo que azotaba a los porteños. Por ello el Gobierno tomó algunas disposiciones:
“Día 20 de marzo: Decreto de amparo a los huérfanos. (...)”[7]
“La epidemia que desgraciadamente aflije a esta Ciudad, deja en la orfandad multitud de niños y menores de edad que, con la pérdida de sus padres, quedan privados también de todo recurso para su subsistencia, y de las únicas personas que velaban por su seguridad y educación. (...)
La Sociedad de Beneficencia, compuesta de señoras que se consagran con toda abnegación al servicio de la desgracia, que dirigen la educación de las niñas y de las huérfanas, que dirijen también y cuida de los hospitales y lazareto para mujeres, debe completar su obra de caridad reuniendo los huérfanos que deja la epidemia reinante, y procurándoles los alimentos, asistencia y educación de que tengan necesidad.
Los Defensores de Menores deben a su vez, asociados a otras personas, para facilitar y hacer más provechosa su acción, encargarse de prestar los mismos servicios a los menores de edad, varones que hayan quedado o quedaren huérfanos, procurando su más ventajosa colocación; y, en el ínterin, que no sufran abandono por la pérdida de sus padres o tutores.” [8]
Así fue que las damas de la Sociedad de Beneficencia instalaron el 10 de abril de 1871, un Asilo de Huérfanas en una de sus escuelas en la calle Piedad esquina Ombú, luego trasladado a la quinta de Bollini, en la calle Las Heras. Recogieron ciento sesenta y siete huérfanas.
De los huérfanos varones se encargó una comisión de caballeros integrada por los defensores de menores, Dr. Elías Saravia y José María Gonzalez Garaño, los ciudadanos Cayetano María Cazón, Luis Frías y el canónigo doctor Eduardo O’Gorman.[9]Esta comisión alquiló una quinta en las calles Alsina y Cevallos, e improvisó un segundo asilo, mientras el gobierno daba comienzo a la construcción de un edificio especial, en la calle Méjico, en un terreno más amplio.[10]
El 17 de mayo de 1871 el gobernador Castro y su ministro de gobierno Antonio Malaver, firmaron un decreto que contenía todas las reglamentaciones internas de ambos asilos de huérfanos, en especial todo lo referente a los datos de los niños que ingresaban, los bienes que heredaban por la muerte de sus padres y su posible colocación con alguna familia que quisiese recibirlos.[11]
“Día 18 de mayo: (...) Decreto reglamentario de los asilos de huérfanos.” [12]
Los dos asilos prestaron servicios independientemente uno del otro hasta que dos años después el gobernador Emilio Castro propuso a la Sociedad de Beneficencia costear con los dineros públicos las dos casas, y finalizar el edificio ya empezado con el dinero que había sobrado de las donaciones recibidas durante la epidemia de fiebre amarilla. Cuando éste se terminó de construir, los huérfanos de ambos sexos fueron trasladados a él y la comisión de caballeros del asilo de huérfanos varones fue disuelta. Desde ese momento, la Sociedad de Beneficencia tuvo a su cargo la nueva casa de la calle Méjico. [13]
3.4.2 La Sociedad de San Vicente de Paul
El comandante Julio Amadeo André-Fouët, llegó al Río de la Plata en 1858. En Montevideo fundó la primera Conferencia Vicentina en Uruguay, la que resultó ser, a la vez, la primera Conferencia que se creó en Sudamérica.
El 24 de abril de 1859, luego de llegar a Buenos Aires, fundó en la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, la primera Conferencia Argentina. La integraron, entre otros, Félix Frías, Felipe Lavallol, y los doctores Pedro Rojas y Teodoro Álvarez. En total fueron once los primeros vicentinos de nuestro país. Dieron su apoyo a la obra Mariano Balcarce (yerno del General José de San Martín), Juan Thompson (hijo de Mariquita Sánchez de Thompson), y otras personalidades de renombre de la época. [14]
Pocos meses después se fundó la segunda Conferencia en la iglesia de San Ignacio. Allí se incorporó, como miembro activo, José Manuel Estrada. Con estas dos primeras Conferencias se crea, también en 1859, el primer Consejo Particular que tiene como presidentes a Julio Amadeo André-Fouët y a Felipe Lavallol, honorario y efectivo respectivamente. En 1860 se funda una Conferencia más, la de Monserrat, y en 1861 otra en San José de Flores. En ese año, estos grupos de laicos comprometidos con la caridad cristiana, ofrecieron una importante ayuda a las víctimas del terremoto que asoló a la ciudad de Mendoza.
El 21 de abril de 1865 se instaló el primer Consejo Superior. La presidencia recayó en Felipe Llavallol, y lo integraron también Félix Frías y Juan Thompson. En esa época, entre las tareas a favor de los desprotegidos de los vicentinos, merece destacarse, su acción durante la epidemia de cólera de 1868 en Buenos Aires.[15]
Al comenzar la epidemia de fiebre amarilla de 1871, las Conferencias Vicentinas se organizaron por parroquias, atendiendo las necesidades concretas de las familias atacadas por la peste, tal cual se narra en los libros de Actas de las distintas Conferencias. A modo de ejemplo:
“En Buenos Aires, a 1º de Marzo 1871.
Reunida la Conferencia en asistencia de los Sres. Vicepresidente (hay una tachadura), Murias y Nevares, se leyó el acta de la sesión anterior que se aprobó. Se pidieron los informes de las familias visitadas. El visitador de Da. Cristina Basilari, dijo que el niño enfermo de esta Sa. Seguía mejor, y que los otros no iban a la escuela, a causa de haberse cerrado estas por orden del Gobierno con motivo de epidemia. En las otras familias no había novedad particular ninguna. Por inasistencia del Tesorero no hubo cuenta de caja. Se hizo la colecta que ascendió a 50$ y resada la última oración se lebantó la sesión.
Caja de la Ropería
Existente del día 22 25
Colecta 5
$ 30
Torres.”[16]
Sin embargo, y pese al trabajo desinteresado de las Conferencias Vicentinas, los periódicos no dejaron de criticarlas irónicamente, comparándolas con las logias masónicas:
“Logias Masónicas y Sociedad San Vicente de Paul: Desearíamos saber que actitud guardan estas asociaciones filantrópicas en presencia de la epidemia reinante. Ahora es la oportunidad de demostrar lo que valen y de lo que son capaces.
Desde luego creemos, que los masones no se habrán dormido. Con todo, bueno será hacer públicos los trabajos que hayan emprendido.” [17]
Entre los miembros de las primeras Conferencias hubo dos médicos eminentes que actuaron denodadamente contra la epidemia; eran los doctores Pedro Rojas y Teodoro Álvarez.
El doctor Rojas comenzó su labor médica en la época de la Revolución de Mayo. En 1822, cuando se creó la Academia de Medicina, fue miembro de su profesorado, hallándose a su cargo el Hospital de Mujeres. En la época de Rosas, por diferencias políticas, suspendió su actuación universitaria, para retomarla después de Caseros. Durante la epidemia de 1871, siendo ya muy mayor, atendió numerosos enfermos hasta que falleció ese mismo año.[18]
El doctor Teodoro Álvarez, era un prestigioso cirujano. Doctor en Teología y Derecho Canónico desde 1839, años más tarde se recibió de médico, profesión que ejerció con esmero llegando a ser el decano de los cirujanos argentinos. Intervino quirúrgicamente a Juan Manuel de Rosas de una afección vesicular; al general Emilio Mitre, a Félix Castellanos y a otros personajes porteños de la época. El Dr. Álvarez pertenecía a la Hermandad del Santísimo Sacramento y del Carmen y era miembro de la Tercera Orden de San Francisco y Santo Domingo. Una de sus principales iniciativas fue la de promover la introducción al país de religiosas para el servicio en los hospitales.[19]
Otro hombre de importancia entre los fundadores de las Conferencias Vicentinas y de destacada actuación durante la epidemia de fiebre amarilla, fue Alejo de Nevares Trespalacios. En 1871 era el presidente de la Conferencia de Monserrat, la cual debió ser disuelta el 15 de marzo porque estaban enfermos o habían muerto casi todos sus miembros, excepto el mencionado.
“Nota. El 15 de marzo de 1871 fue la última reunión que tubo la Conferencia de Ntra. Sa. De Monserrat, pues de los tres socios a que había quedado reducida esta Conferencia, dos, los Sres. Muruseta y Dn. Juan Clímaco de la Torre, se enfermaron de la fiebre amarilla reinante entonces y murieron a los pocos días, no quedando mas que el que suscribe. Después de pasada la epidemia el Consejo Superior declaró disuelta esta Conferencia y que los pocos socios que habían sobrevivido, y que la mayor parte habían pasado la Peste en el campo se agregaran a las Conferencias existentes y así se hizo.
Quedó de existente el 22 de marzo según la cta. del Tesorero doce mil cuatrocientos noventa y dos pesos (12492 $). De esa suma se gastaron en socorrer a las familias adoptadas, pago de bonos en circulares y de medicinas al Boticario Bonnel siete mil seiscientos cincuenta y cinco pesos (7655 $) y quedó una existencia que ingresó en la Caja del Consejo Superior de Cuatro mil ochocientos treinta y siete pesos (4.837 $ m/c). Buenos Aires, Noviembre 30, 1871. Alejo de Nevares Trespalacios.” [20]
En julio de 1871, al finalizar la epidemia, se reunió el Consejo Superior de la Sociedad de San Vicente de Paul y se tomaron diversas resoluciones respecto a cómo seguir trabajando en las diversas parroquias, teniendo en cuenta que la fiebre amarilla había afectado mucho su organización interna; entre las medidas que se tomaron merecen destacarse las siguientes: que las Conferencias de la Merced y de Monserrat trabajasen en conjunto teniendo en cuenta que la segunda había sido disuelta en marzo; que los diez y ocho mil pesos recibidos como donación de parte de las Conferencias de Montevideo para las familias afectadas por la peste fuesen repartidos a razón de tres mil pesos para cada Conferencia de la ciudad, cuidando de darle el destino según la intención de los donantes; que se paguen cien pesos al cura de la Merced y cincuenta al sacristán por la misa de Réquiem a celebrarse por cinco socios fallecidos de fiebre amarilla, los señores Latorre, Muruzeta, Pintos, Briñatelli y Bibolian; que en la primera junta que se celebre se realice un homenaje al tesorero del Arzobispado y Canónigo Honorario, Dr. José María Velazco, por los servicios prestados a la Sociedad.[21]
3.4.3 La Tercera Orden de San Francisco
Como resultado de las leyes de reforma del clero en la época de Rivadavia, la primera orden franciscana vio quebrantados sus vínculos y su dirección; la tercera orden sufrió sus consecuencias, hasta que resurge en 1869 con Germán Robles como ministro y fray Severiano Isasmendi como capellán rector, quienes con su inteligencia y laboriosidad le dieron nueva vida a esta asociación laical.[22]
El 16 de marzo de 1871, Germán Robles envió una comunicación al presidente de la Comisión Popular, el Dr. Roque Pérez, ofreciéndole una donación de parte del dinero de la orden y el dinero de la alcancía de la imagen de San Roque, en la capilla del mismo nombre junto a la iglesia de San Francisco. Lo hacía en nombre de toda la asociación, pero aclarando que la junta generalísima no había podido reunirse para tratar el tema en razón del desorden y perturbación general provocados por la epidemia.
“(...) Constituido en tal premura, persuadido como pocos de que es el pueblo el que sostiene a la tercera orden y al grandioso culto de su patrono San Roque y resuelto que la misma tercera orden contribuya de algún modo al restablecimiento de la vida y la salud del pueblo, como no dudo lo quiere y lo haría la junta ordinaria, es bajo mi responsabilidad que remito al Sr. Presidente la suma de cinco mil pesos moneda corriente del pequeño fondo de dicha corporación. Ofrezco igualmente lo poco o lo mucho que produjere la alcancía de San Roque durante la epidemia esperando que al efecto Vd. quiera tomar a su cargo y desde ya, la llave de la alcancía.
Interpretando que la tercera orden de San Francisco no consiente verse excluida de este gran torneo de la caridad, es que a nombre de ella pongo en manos de usted el contingente predicho.
Que Dios guarde al Sr. Presidente.
Germán Robles.” [23]
Varios miembros de la tercera orden tuvieron destacada actuación durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871, entre ellos el canónigo Antonio Domingo Fahy, doña María Antonia Beláustegui de Cazón, presidenta de la Sociedad de Beneficencia, y fray Severiano o Severino Isasmendi, guardián del convento de San Francisco y fallecido, víctima de la peste el 16 de abril.[24]
Fallecido fray Isasmendi, asumió la rectoría fray Gregorio Viñales, quien junto al ministro Germán Robles reorganizaron la tercera orden y dispusieron la restauración de la capilla de San Roque, que necesitaba reparaciones por valor de cincuenta mil pesos moneda corriente. Contaron con el apoyo del obispo Aneiros, de Cayetano Cazón, de los doctores Tomás de Anchorena y Luis Sáenz Peña y del general Manuel de Escalada, entre otros. Parte de lo recolectado sirvió para aliviar la angustiosa situación por la que atravesaban muchas familias afectadas por la epidemia; incluso para costear los servicios fúnebres de las víctimas.[25]
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[1] DMN.
[2] Cfr. MEYER ARANA, Alberto, Op. Cit., pp. 364-365
[3] Carta de ofrecimiento de la Sociedad de Beneficencia al gobernador Emilio Castro, en Origen y desenvolvimiento de la Sociedad de Beneficencia de la Capital, 1823-1912, Buenos Aires, 1913, p. 108
[4] AGN, Libro de Actas de la Sociedad de Beneficencia 7, pp. 67-74, 1871. Ut supra, p. 196
[5] Cfr. SCENNA, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 222
[6] LP, 2 de abril de 1871.
[7] DMN.
[8] Huérfanos de la epidemia que el Gobierno toma bajo su protección, en Leyes y decretos promulgados en la Provincia de Buenos Aires desde 1810 a 1876, Tomo VIII (1871), Buenos Aires, 1878, pp. 23-24
[9] Ut supra, pp. 182-183
[10] Cfr. MEYER ARANA, Alberto, Op. Cit., pp. 370-372
[11] Cfr. Reglamento para los Asilos de Huérfanos de la epidemia establecidos por el decreto del 20 de marzo, en Op. Cit., pp. 26-29
[12] DMN.
[13] Cfr. MEYER ARANA, Alberto, p. 372
[14] Cfr. GELLY Y OBES, Carlos María, Los orígenes de la Sociedad de San Vicente de Paul en el Río de la Plata, Buenos Aires, 1951, pp. 57 y ss
[15] Ibid.
[16] Archivo de las Conferencias Vicentinas, en adelante A.C.V., Libro de Actas de la Conferencia de Monserrat, 1868-1871, p. 240
[17] LR, 9 de marzo de 1871.
[18] Cfr. GELLY Y OBES, Carlos María, Op. Cit., p. 35
[19] Ibid., p. 36
[20] A.C.V, Libro de Actas Conferencia de Monserrat, 1868-1871, p. 241. Las resoluciones del Consejo Superior a las que se refiere de Nevares Trespalacios se encuentran en el Libro de Actas del Consejo Particular, 1864-1875, p. 112
[21] Cfr. A.C.V., Libro de Actas del Consejo Particular, 17 de junio de 1864 a 10 de setiembre de 1875, pp. 110-112
[22] Cfr. UDAONDO, Enrique, Crónica histórica de la Venerable Orden Tercera de San Francisco en la República Argentina, Buenos Aires, 1920, p. 105
[23] Comunicación del Ministro de la Tercera Orden Franciscana al presidente de la Comisión Popular, Dr. José Roque Pérez, en Op. Cit., pp. 103-104. Ver Apéndice, p. 234
[24] Cfr. UDAONDO, Enrique, Op. Cit., p. 101
[25] Cfr. Ibid., p. 105